Gaspar se desperezó en su catre al escuchar el primer canto del gallo y pensó: “Creo que hoy amaneció más temprano porque me siento retecansado, creo que no dormí bien o definitivamente la noche estuvo más chiquita”. Mercedes, su esposa, que dormía en otro catre, ya no estaba ahí, se le escuchaba trajinar por el fogón que estaba afuera. La enramada, frente a la casa, tenía ya muchos huecos y era necesario parcharla de nuevo, pero esperaría a que pasara el tiempo de los ciclones para no trabajar dos veces. Así estaba la cosa.
Por fin se levantó, rascándose la nuca y chasqueando la lengua al sentir el olorcito del café recién hervido; salió restregándose los ojos y buscando el lavamanos para quitarse las lagañas, por lo menos. Hasta en la noche acarrearía agua y se bañaría.
―El sol está muy colorado, Mercedes, algo malo anuncia ―dijo a su mujer con el rostro escurriendo de agua todavía. ― ¡No seas ave de mal agüero, Gaspar! Todos los días inventas algo.
La mujer, con el ceño fruncido atizaba la leña para calentar los frijoles que habían quedado de la noche anterior. Todos los días eran una copia del anterior, siempre lo mismo, en medio de un paisaje polvoso y seco por falta de lluvia y, de ribete, Gaspar con sus cosas. La verdad, no tenía motivo para sonreír, además, en diez años de casados no había tenido hijos y Gaspar le echaba la culpa de tal situación. Ella se enojaba, pero no decía nada.
―Te digo que algo pasará, el aire está pesado, el cielo está sin nubes, no tiene por qué estar tan colorado el sol. Algo malo huelo en el ambiente.
―Lo que habías de hacer es echarte una gorda con frijoles, tomarte tu café y pelarte a buscar esa leña que vendes todos los días.
Gaspar nada contestó, en silencio comió y bebió, agarró su machete y su hacha y se encaminó con desgano al monte seco, con un bote de agua y su sombrero viejo de palma clavado hasta las orejas, para protegerse del sol. Mercedes, durante un rato lo vio alejarse y después continuó con su rutina.
―En vez de pensar que todo está seco y es más fácil juntar leña… ¡Este Gaspar no entiende! En mala hora lo escogí para casarme; ni hijos me ha podido dar.
Gaspar se alejaba con pasos desganados pensando: “El sol amaneció colorado, algo malo va a pasar”. Caminó poco porque donde quiera había brazos secos de árboles, producto de la canícula; recogió un buen hato de leña en poco tiempo, lo amarró bien y buscó un lugar cerca del río para descansar antes de ir al pueblo a vender su leña y, aunque el río solo llevaba piedras, había buenas sombras de los árboles que pacientes esperaban la lluvia y la venida de la creciente. Gaspar dio unos sorbos de agua, se secó el sudor con un sucio paliacate que llevaba en el cuello, prendió un cigarro y se sentó recargado en el tronco de un sauce, las hojas secas le servían de colchón. El canto de las cigarras y el cencerro de unas vacas lo adormecieron, miró al horizonte y pensó: “El sol está muy colorado y no me gusta”. Eso es lo último que recuerda, porque se quedó dormido; el próximo momento de conciencia fue cuando estaba en su catre, todito chamuscado.
Abrió los ojos a medias porque estaba hinchado, por entre las pestañas pegadas distinguió a Mercedes con cara de enojo más que de preocupación, le ponía compresas de agua fresca en la frente, todo el cuerpo le ardía como si tuviera chile, tenía una pierna y parte del vientre lleno de ámpulas. Afortunadamente el compadre Rosendo vio desde lejos el humo y, cuando llegó, encontró a Gaspar, que se había quedado dormido con el cigarro en la mano; el humo lo adormeció y no se dio cuenta de que se estaba quemando con tantas hojas secas, el dolor lo desmayó, pasó del sueño a la inconsciencia en un instante.
Estaba hecho un guiñapo, semidesnudo y quemado, tendido en su catre. Con una voz estropajosa por el dolor le decía a Mercedes:
―Te dije, mujer, que el sol amaneció colorado y algo malo había de pasar…
30
Mercedes, sin hablar, le dejó una compresa fresca en la frente y se salió a esperar al motociclista que llevaba cada día las tortillas. A lo lejos las palomas repetían su monótona canción.
Mercedes extrañamente dibujó una sonrisa en el rostro y se acarició el vientre, mientras Gaspar se iba con sus presentimientos malos. Ella, haciendo cuentas, descubrió que por fin estaba esperando un hijo, aunque el sol estuviera colorado. Después se lo diría. El día del sol colorado descubrió su embarazo. Entonces no fue tan malo el día.