septiembre 16, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El sordo no oye, pero…

agosto 22, 2024 | 123 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

Rosamunda andaba como de costumbre sacudiendo la fruta que exhibía en su changarro que estaba a la entrada del mercado, con un ojo al gato y otro al garabato. Su trabajo le daba placer, porque mientras acomodaba y vendía estaba al tanto de todos los chismes del barrio. Nadie sabía para dónde veía porque era bizca y cuando saludaba de lejos, casi siempre recibía dos saludos de regreso. Como era medio chismosa, ¡bueno! Para ser exactos, ¡muy chismosa! Todos la veían con cierto respeto; no querían ser víctimas de sus enredos ¡Ah! Es importante saber que era medio sorda y eso la volvía más peligrosa porque… lo que no oye, lo inventa.

—Buen día Rosamunda ¿cuántas cajas de mango manila le dejo?, está nuevo, le va a durar varios días, algunos están sin madurar aún para que le aguanten.

—¡Cómo que me traes verdura! Si yo veo que las cajas son de mango. No sé nada de Santiago, ¿acaso me crees chismosaaa? Yo tengo mucho qué hacer en mi negocio. Déjame dos cajas de mango pero que esté bueno y me aguante unos días.

Leandro, el repartidor del mercado de abastos, ya la conocía; movió la cabeza con desaliento y le bajó dos cajas de mango; era lo que siempre pedía en esa temporada. Mejor no le contestó nada, sólo le extendió la nota y esperó su pago. Rosamunda metió su mano en la bolsa de su falda y le pagó, comentando con aire malicioso, bajando la voz y entrecerrando los ojos.

—¿Sabes algo de Matías? Hoy llegó con un ojo morado y ayer jaloneó a Martina. ¿Será que ella se lo “sonó” en su casa? Aquí la mujer se ve, mansita, pero en su casa debe ser bien brava.

Cuando Rosamunda levantó la vista, según ella para disimular, nadie sabía a dónde veía por su defecto visual.

Matías era el dueño de la yerbería de enfrente y Martina su mujer; ella le traía la comida a medio día, pero ayer se le hizo tarde, Matías se enojó y le dio uno que otro jalón. La mujer se fue enojada con la vista al suelo.  Conociendo los defectos de Rosamunda Leandro sonrió, se encogió de hombros y no dijo nada. Al darse la vuelta para despedirse de ella, se encontró de frente con Martina a la que saludó con una sonrisa y ella, caminando salerosa, se echó para la espalda su trenza y llegó con su marido.

Rosamunda, que no perdía detalle, de inmediato pensó mal del gesto de Martina. Leandro se regresó para preguntarle.

—¿Quiere manzana nueva? Acaba de llegar hoy.

Para evitar confusiones le mostró unas que llevaba en el mandil.

Rosamunda con una sonrisa maliciosa le pidió media caja nada más.

—¿Quiere de la roja o de la verde?

—¡Cómo que ahora qué tiene! A qué te refieres

—¡Que si quiere de la roja o de la verde! ¡Le hablo de la manzana!

—¡Ahhh! De la roja, pero no me grites; ya vi que lo que quieres es llamar la atención de Martina; me doy cuenta por qué la jaloneó Matías; seguro que ya le echaste tú el ojo, y a ella le gustó la idea.

Mientras la frutera hablaba se le acercaba al oído al repartidor que se puso rojo como un tomate. Si bien era cierto que le cuadraba la Martina, nunca se le arrimó, porque sabía que era casada, aunque cada vez que se veían ambos se echaban un “taco de ojo” porque a ella le brillaban los ojitos cuando lo veía o… al menos eso creía Leandro, porque caminaba más salerosa que de costumbre.

El muchacho, fue a su camioneta, bajó media caja de manzana roja y se la dejó por fin a Rosamunda. El repartidor de fruta esperaba su pago mientras miraba disimuladamente a Martina que también lo veía de reojo.

—¿La va a pagar hoy o hasta mañana?

Le preguntaba a la puestera con aire distraído

—¡Como sabes que lo va dejar hoy! ¿dices que te ama? ¡Cuándo te lo dijo muchacho!

—¡Ay señora! Ya no invente cosas, me va a meter en un lío ¡que si paga la manzana hoy o maañanaaa!

—Ya entendí, te pago mañana. También sé que eres novio de Cora, la hija del taquero de la esquina que, por cierto, está más guapa que Martina y es soltera.

Leandro, se va por fin moviendo la cabeza con desesperación, esa mujer es un problema cada vez que la ve, y por desgracia, es casi todos los días. Piensa pedir otra ruta para no entregarle fruta a ella. Hundido en sus pensamientos, no repara en los ojos analíticos y maliciosos de Matías, el yerbero que ve cómo su mujer que es ligera de cascos, mira al atlético repartidor. Matías le da un codazo en las costillas y ella reacciona, bajando la vista, recoge sus cacharros de la comida para irse, pero el marido la detiene hablándole algo al oído.

Rosamunda se da cuenta del codazo y que la detiene para que no se vaya; ni tarda ni perezosa, aprovechando que no tiene clientes, se cruza a la yerbería con el pretexto de buscar un manojo de salvia para hacerse un té, en ese momento, Martina se escabulle sin decir agua va.

La frutera de inmediato se da cuenta del movimiento y supone que quiere alcanzar a Leandro, pues sabe que reparte en otros puestos.

El yerbero con un gesto de disgusto, atiende a la mujer.

—¿En qué le puedo servir, señora?

—¡Válgame el cielo! ¡la deja ir y le dice traidora, seguro la cachó con Leandro!

—Dije ¡En qué le puedo servir señoraaa! no se quien es Leandro ni entiendo de qué habla.

Con aire de complicidad, Rosamunda, con su mirada divergente le dice:

—Es el de la fruta, parece que ella salió cuando él se fue.

Con los ojos desorbitados por los celos, sale el yerbero tras su mujer y Leandro; detrás de él, por supuesto, le sigue Rosamunda, para enterarse de primera mano de lo que pasa.

En la esquina de enfrente, está Martina comprándole chile a una anciana y Leandro, bajo el toldo de la taquería, le da un apasionado beso a Cora, su novia. El yerbero con ojos llameantes, amenaza a Rosamunda con el puño cerrado:

—¡Vaya a inventarle chismes a su abuela, vieja chismosa!

Para entonces ya tenían público, muchos tenderos los miraban con curiosidad, así como los compradores que deambulaban por ahí. Sintiéndose amenazada y observada, Rosamunda le responde:

—Ya entendí que quiere a la Carmela, su vecina, y por eso le dejaron morado el ojo. Y sé que la mira preciosa; ahora entiendo todo… El pobre yerbero no salía aún de su coraje cuando vio que su mujer escuchaba los inventos de Rosamunda con la cara roja de celos. ¡Esa sería oootra historia! Mientras tanto, la chismosa mujer, con su mirar errático, regresaba de nuevo a su changarro esperando que no le hayan volado su mercancía por andar en el argüende.

Todos evitaban hablar con ella, no querían ser víctimas de sus enredos…

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