septiembre 27, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El tiempo

agosto 1, 2024 | 169 vistas

Me enloquece el tic tac del reloj de péndulo que, desde que lo trajo la abuela, hace ya… ¡mmmm…, no me acuerdo ni quiero acordarme! Lo tengo presente desde que tuve uso de razón. De pequeña me gustaba ver a mi madre abrir el gabinete de madera, y tomar esa llave extraña, para darle cuerda. Cuando olvidaba hacerlo y el reloj se detenía, me dejaba mover con cuidado las manecillas y ponerlo a la hora. Un día le pregunté con la inocencia de mis seis años:

—¿El tiempo se detiene, cuando el reloj se queda sin cuerda? ¡debe ser mágico! ¡Yo quiero que se detenga cuando es Navidad porque me encanta abrir regalos, es emocionante!

Después de un momento de silencio, agregué con tristeza:

—¿Por qué no lo dejaste sin cuerda para que el tiempo no corriera y mi abuela se hubiera quedado con nosotros para siempre!, vi una discreta lágrima rodar por la mejilla de mi madre.

A mi corta edad pensaba que el tiempo estaba encerrado en cada uno de los relojes, y si éstos se detenían, el tiempo también. Cuando estaba frente a un aparador donde había muchos relojes y todos funcionaban, imaginaba que estaban desperdiciando mucho tiempo.

Es curioso, en mi adolescencia quería que el tiempo “volara” para llegar a la adultez y que nadie me dirigiera ni me estuviera diciendo lo que “debo hacer”. En esa época, las horas y los días, parecen transitar en la concha de una tortuga lenta y parsimoniosa. Mi tiempo se “gastaba”, no sé en qué, pero pasaba sin pena ni gloria, excepto cuando esperaba el día de una fiesta o las vacaciones para no hacer nada, y soñar despierta. ¡Ahh, eso sí! Cuando tenía una cita con el chico que me gustaba, hasta quería mover las manecillas del viejo reloj, pero la hora que marca inexorable mi celular, es leentaaa y me ubicaba en mi realidad. Ciertamente, la relatividad es una triste realidad.

A medida que la existencia me fue llenando de las responsabilidades naturales del momento, la universidad primero, después el trabajo, el matrimonio, los hijos, la vida, ¡ufff! Quisiera volver a ser niña y pensar que, si no le doy cuerda al reloj de mi abuela, el tiempo se detiene. Para darme “espacio en el tiempo”.

Vuelvo a la relatividad, el tiempo; cuando espero la llegada del pago de mis servicios, pasa lentamente, pero se va rápido cuando se trata de pagar colegiaturas, deudas, renta, luz, teléfono, etc.

A medida que avanzo en mi aventura vital, el tiempo parece transcurrir con demasiada rapidez, vemos pasar las navidades, aniversarios de nacimiento como si fuéramos en un carrusel de caballitos de feria, muy de prisa.

Hasta que llega el día en que aprendemos a saborear el tiempo y dimensionarlo en su justo valor.

Alguien comentó que la vida es como un postre en manos de un niño deseoso de consumirlo todo; cuando le queda poco de esa delicia, lo valora más y lo paladea despacio, sin atragantarse, porque quiere que le dure más tiempo. Por desgracia, eso se aprende solamente cuando la vida se acorta, por razones de tiempo.

Hoy, frente al reloj de péndulo de mi abuela, en el silencio de una tarde nublada y húmeda por la proximidad de la lluvia, llegan a mi mente, esas imágenes del tiempo transcurrido; el reloj, con su eterno péndulo, sigue funcionando, para recordarme su paso. Mi madre ya no se encuentra en esta dimensión terrenal, pero sus enseñanzas la hacen presente día a día, mis hijos crecieron y mis nietos, pertenecen a una época distinta, nada significa ya ese reloj de cuerda, los teléfonos celulares y mil aparatos más, tienen relojes digitales, donde el tiempo transcurre silenciosamente, a veces sin ser percibido por lo rápido del mundo moderno. El tic tac, del reloj de cuerda, es sólo el eco de una historia que no vivieron. Tal vez algún día, en medio esta época de la digitalización y la robótica, donde la despersonalización de las actividades humanas es cada vez mayor, donde se sustituyen por computadoras hasta la resolución de problemas, cuando se hacen llamadas requiriendo algún servicio, son máquinas quienes resuelven problemáticas simples, despersonalizando cada vez más todo. Los seres humanos, tal vez, algún día se vean superados por las inteligencias artificiales, electrónicas. La vida del ser humano, perdería la razón de existir, cuando dejen de apreciar el valor de ese tic tac, dictando el tiempo y aprendan a paladear cada instante de vida. Admirar el amanecer, el canto de las aves y el rumor de las olas rompiendo sobre el acantilado o acariciando la blanca arena del mar. El viento sacudiendo el follaje de los árboles, o llevando suspiros y besos fallidos perdidos en la distancia.

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