abril 12, 2025
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Mauricio Zapata

El universo con ‘M’

abril 11, 2025 | 80 vistas

Hay personas que no se van, aunque ya no estén.

Se quedan en las costumbres, en los silencios compartidos, en el café de las seis, en los dichos repetidos sin querer.

Mi abuela Margarita es una de ellas.

Hablar de ella no es hablar del pasado, es narrar una presencia que aún ocupa espacio.

Que respira en mi memoria.

Mi abuela (materna) fue mi universo. Así, sin más.

Mi punto de partida y mi refugio.

No ha habido rincón más seguro en toda mi vida que sus brazos… su casa con ese aroma tan peculiar. Incluso, sus regaños y sus ‘raquetazos’.

En un mundo que se sentía muchas veces ajeno, ella era certeza. Era ese aroma indescriptible. A veces a pan, a veces a libros viejos, en ocasiones a café, o incluso y a té de manzanilla.

Era la voz que no gritaba, pero se escuchaba fuerte. La que enseñaba sin decir “aprende”, y cuidaba sin invadir.

De ella aprendí que la sabiduría no siempre viene con títulos, pero sí con tiempo y corazón.

Tenía una cultura enorme, sobre todo, tratándose de historia, y más si se trataba de la Revolución mexicana, que padeció y la convirtió en una persona anti maderista con muchos argumentos.

Ella te podía hablar de historia como si la hubiese vivido, y te explicaba poesía como si la hubiese escrito. Nunca usó palabras rebuscadas. No le hacían falta. Lo suyo era claridad.

En sus relatos descubrí el mundo, aunque nunca salimos de casa.

Me enseñó que la imaginación es también una forma de libertad.

Que pensar distinto no es rebeldía, sino una forma de ser leal con uno mismo. Que ser bueno no es ser débil, sino valiente.

Recuerdo muchos viajes cerca y lejos. Como aquel a Mérida cuando tenía unos cuatro años.

Y así, con su ternura férrea y su mirada profunda, me dio todo. No cosas, no objetos, sino algo más importante: un legado. Un mapa interno que sigo consultando cuando la vida me exige decisiones. Un código ético sencillo, pero potente: sé justo, sé honesto, sé tú.

Fue dura, sí. Y a veces le teníamos miedo. Recuerdo su mirada cuando había hecho alguna travesura, que dicho sea de paso, era muy frecuente, pero siempre actuó en frío. Ya que nos íbamos, preguntaba cuántas le debía, le daba la cifra y esa era el número de raquetazos en las pompas que nos daba… o que me daba. Pero eso fue de niño.

Más adelante disfrutaba de sus pláticas, de sus anécdotas, de sus historias.

Dicen que la perfección no existe, pero a veces se disfraza de abuela. Margarita fue tan perfecta que decidió irse (hace 14 años) segundos antes, sí, no exagero, fueron segundos antes de cumplir sus 87 años. Como si el reloj le hubiera avisado que ya era momento, que su misión estaba cumplida. Y ella, con esa elegancia discreta que siempre tuvo, partió justo a tiempo. Sin ruido. Sin quejarse.

Desde entonces, su ausencia es una presencia distinta. Ya no está en la mecedora leyendo, escuchando música o viendo las películas mexicanas que tanto le gustaban, pero vive en mí.

En mi manera de hablar, de escribir, de mirar el mundo. A veces, cuando dudo, cierro los ojos y la escucho. Y entonces todo vuelve a su lugar.

Porque algunos universos no se apagan, solo cambian de forma.

EN CINCO PALABRAS: Su recuerdo siempre me acompaña.

PUNTO FINAL: “A veces, el amor verdadero no muere, solo se transforma en la voz que nos guía en silencio”: Cirilo Stofenmacher.

X: @Mauri_Zapata

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