María José Zorrilla
Y tenemos nuevo campeón en Wimbledon. Desde hacía 20 años no había un ganador diferente a al denominado Big Four del tenis integrado por Federer, Nadal, Djokovic y Murray. El partido entre el joven Carlitos Alcaraz de 20 años y Novak Djokovic de 36, el veterano zorro de los Balcanes, fue trepidante y nos mantuvo con la emoción contenida a lo largo de casi cinco horas de golpes, voleas, dejaditas, passing shots, servicios As, derechas cruzadas, globos y todo un repertorio de idas y vueltas digno de una gran final. Entiendo a los que se apasionan por un partido de futbol, por un club determinado, por un atleta o un boxeador. Yo desde que vi jugar a Carlitos hace dos años pronostiqué sería un grande, me apasioné por su juego, aposté con amigos que llegaría a número uno cuando apenas irrumpía en la escena tenística y, aunque todos le veían el potencial, no creían que llegaría tan rápido. Su incursión en las canchas fue meteórica y ahora su carrera es ya toda una realidad con dos grand slams en su haber, varios ATP mil y muchos otros triunfos sobre grandes jugadores. Dos años después Alcaraz empieza a decantarse de los demás. Faltaba la prueba de fuego, enfrentar a Djokovic en una final en césped, una superficie desconocida para el español. Para los amantes del tenis, fans de uno u otro, ayer domingo tuvimos una mañana sensacional, con todo tipo de reacciones durante el despliegue de los cinco sets y volteretas en el marcador hacia uno y otro bando. Vaya que fue emocionante ver la coronación del chico maravilla de Murcia y escuchar las declaraciones del vencedor y el vencido en la Catedral del Tenis, en una competencia de piso parejo para el español y para el serbio. Pasado el momento de la exaltación y de ver a mi jugador favorito levantar la ensaladera de plata en el más prestigiado y vetusto club del tenis mundial instalado desde 1877, me puse a pensar en lo intenso que ha sido esta semana para muchos mexicanos en el terreno de las emociones.
Surge una esperanza para muchos y en la escena política se llega a la máxima emoción al tener a una candidata de oposición que ha levantado ámpula, despertado la ilusión y elevado el entusiasmo de la contienda por la silla del águila hasta el más alto nivel. Para los inconformes con la Cuarta T el panorama se veía oscuro, desdibujado e imposible. Innegable que, para todos, la irrupción de Xóchitl Gálvez como aspirante del bloque opositor ha despertado todo tipo de emociones. Algunas de alegría, otras de rabia, de ira de impotencia, pero la contienda y las candidaturas se han puesto color de hormiga y el parámetro de las emociones se ha desbordado. Nadie lo tenía contemplado bajo ningún escenario, pero este personaje ha sido causante de reacciones que según los especialistas en estos temas podrían ser de tipo fisiológico, psicológico y conductual. Y vaya que las hemos visto todo el repertorio de emociones, expresadas de las más diversas maneras desde la cúpula del poder hasta los fifís y los amlovers, desde los propios contendientes del bloque opositor hasta las denominadas corcholatas, desde los comentaristas y medios de comunicación más prestigiados hasta el más sencillo youtuber, twitero o facebookero. El terreno empieza a emparejarse, aunque el árbitro no lo quiera. Un México con esperanza de cambio vuelve a surgir ante una Xóchitl valiente, triunfadora, sin compromisos ni temor a nada ni nadie, fresca con un discurso diferente, con un perfil inmejorable para las condiciones que se requieren hoy día. Una Xóchitl arrojada, segura, conocedora del país y lo más importante con capacidad de resolver porque su profesión, experiencia y trayectoria así lo indican. Una mujer que se ha levantado sola ante la adversidad y logrado ser una gran empresaria tiene más capacidad de entender y ayudar a levantar este México tan necesitado de arrojo, de cambio, de acción y de visión de futuro. Retomo las palabras de Enrique La Madrid y la propia Xóchitl, no todo lo que ha hecho este gobierno está mal, era necesario frenar la corrupción, darnos cuenta de la tremenda desigualdad, la ignominia en la que se tenía al México olvidado. Era necesario dar apoyo y asistencia social, pero no podemos dejar que el país se convierta en una tierra de mexicanos con las manos abiertas esperando dádivas.
AMLO ha constituido un gobierno de transición, sus intenciones han sido buenas, pero no ha podido resolver ni enfrentar la realidad. Ni tampoco se ha rodeado de los mejores perfiles en su gabinete. Si a la asistencia social incluso hasta ampliarla y mejorarla, pero también alentar la productividad, la inversión local y extranjera, brindar garantías jurídicas y de seguridad a los ciudadanos y a los inversionistas, generar más empleos, ofrecer mejores oportunidades para todos, abrir México al mundo, a la modernidad. Mi gallo en el tenis lo ha logrado con una versión joven, fresca y arrojada, esperemos Xóchitl no me decepcione y mis emociones no se queden en el tintero. No le fallé en el tenis, ahora la contienda es en un territorio bastante más abrupto y complejo. En términos de montañismo ya escalamos un pequeño cerro, falta subir al Everest.