noviembre 23, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Encuentro providencial

junio 8, 2023 | 557 vistas

Alicia Caballero Galindo

Rebeca era una niña de diez años que vivía con su abuela materna. Su madre murió atropellada en un crucero, vendía golosinas para mantenerla, el padre de la niña, la abandonó antes de conocerla. Un día cualquiera, su madre no volvió, ella lo recuerda vagamente, tenía menos de cinco años, desde entonces, su abuela, se hizo cargo de ella y, aunque la quería mucho y hacía un esfuerzo, horneando y vendiendo repostería, para que ella fuera a la escuela, era necesario que, por las tardes, la niña, trabajara en una tienda de autoservicio como empacadora en las cajas, y recibía buenas propinas con las que se ayudaba. Su abuela, jamás tocaba ese dinero, decía que era para sus estudios y la niña lo guardaba con ese fin. Dentro de sus limitaciones, vivían bien, no les faltaba lo indispensable.

Una tarde, casi oscurecía y Rebeca, al terminar su turno, se sentó en la banca donde se paraba, el transporte público que la llevaría de regreso a su casa. Se sentía feliz porque con el dinero ganado esa tarde, podría completar lo que le faltaba para comprarse un uniforme nuevo, el que tenía, ya estaba muy gastado, además, le quedaría para ayudar a su abuela a pagar la luz.

La sacó de sus pensamientos, la actitud extraña de dos jóvenes que, al parecer, llevaban a un niño más o menos de su edad, casi a rastras, al pasar cerca de ella, quiso escaparse de sus captores, pero no lo logró, en el jaloneo, se le cayó su celular, a Rebeca le impresionaron lo ojos de miedo del niño, ella, no supo qué hacer, sintió miedo de la actitud de los captores, tomó el celular y su instinto de conservación, le indicó que se quedara quieta, pero cuando caminaron un poco, los siguió hasta verlos entrar con el niño a un baldío  cercano, se asomó por una rendija de la cerca,  y descubrió que había un cuarto abandonado, lleno de maleza. Sintió miedo cuando escuchó la voz amenazante de uno de los captores, le gritaba al niño:

-Dónde está tu celular, bato, ¡anda! Sácalo y llama a tu papá.

No escuchó la respuesta del niño, pero sí advirtió la molestia delos delincuentes por un fuerte golpe a algún mueble, u objeto, después, ¡nada!…

El miedo la paralizó y se regresó a la parada del transporte público. Sintió mucho miedo y no sabía qué hacer, se veía que el teléfono era nuevo y de esos caros, pensó que, si se lo veían, supondrían que lo había robado, siempre piensan mal de niños de pocos recursos que trabajan. Una vez, una cliente de la tienda, llegó acusando a un paquetero que se había robado una bolsa de mercancía y era mentira, el niño la entregó a la supervisora de la tienda y la mujer la recuperó, el niño, ya no volvió por miedo al mal trato.

No sabía  qué hacer. En ese momento, pasó su autobús, lo abordó y guardó el teléfono en su mochila. La alegría que experimentó al salir del trabajo, se esfumó por lo acontecido. Comió poco. Su abuela la notó distraída y ella, sólo le dijo que estaba cansada. Tenía miedo de confesar lo que presenció, el miedo la a la violencia que dominaba, en su entorno, la hizo callar. Su abuela, siempre le decía que no se metiera en líos. Se preparó para dormir, alistó sus libros y dejó el celular cerca de su cama. No podía dormir, lo ojos de aquel niño, mirando con angustia, no los podía olvidar. Para colmo, el celular empezó a sonar una y otra vez, no se atrevió ni siquiera a verlo, pero, su sentido común, fue más fuerte que el miedo, tomo el teléfono y con voz temblorosa contestó:

—¿Diga?

Una voz angustiada de mujer preguntó

—¿Quién eres? ¡No es la voz de Tony, mi hijo!

Pasaron unos momentos que parecieron eternos tanto a la mujer como a la niña. La madre, muriendo de angustia y la niña, no sabía qué hacer, el miedo la dominaba. Por fin, se armó de valor, y respondió:

No, soy Rebeca, al niño se le cayó su teléfono en la parada de los camiones de ruta, yo tenía miedo contestar, no pude llamar porque el teléfono tiene contraseña para entrar.

Del otro lado de la línea se escuchaba la angustia en las palabras de la mujer. Y decía

—¿Por qué tienes el teléfono de mi hijo? Y él, dónde está.

La niña, relató el incidente que presenció, y le dijo que ella sabía dónde se lo habían llevado, pero tenía mucho miedo.

Del otro lado de la línea, se escuchó, la respiración entrecortada de una madre llena de angustia. Después, la voz de un hombre, más calmada, al parecer.

—¿Dónde vives?, ¿te podemos ver?, por favor comunícame con tu mamá o tu papá.

—Vivo con mi abuela, y ella no sabe nada, no la quise preocupar.

Después de unos minutos de angustia, el padre del niño le dice:

—Sé que no son horas de molestar, pero se trata del secuestro de nuestro hijo, ¿nos puedes ayudar?

La niña, con más conciencia de la gravedad del caso, les pidió que la esperen, para contarle a su abuela. Les dijo que iba a cortar la llamada porque tiene poca pila el celular. Les pide que le marquen en diez min.

Rebeca, venciendo el miedo, despierta a su abuela y le cuenta lo sucedido, al enterarse de la gravedad de la situación, se viste, y acepta que los padres vayan a su casa.

Cundo los padres de Tony llaman de nuevo, contesta la abuela, y dice que los van a  ayudar.

En veinte minutos, estaban en la casa de ella los padres. Eran las dos de la mañana.

Rebeca y su abuela, acompañan al matrimonio, y la niña indica donde tienen a su hijo.

Como en una pesadilla para todos, la policía acude en completo silencio y llegan hasta el escondite de los maleantes. Eran dos malandrines que esperaban canjear al niño por dinero para drogarse, pero como no tenía celular, pensaban deshacerse de él, porque el “negocio” había salido mal.

Todo acabó en pocos minutos, Tony fue rescatado y los maleantes, encerrados.

Desde ese día, Rebeca, recibió el apoyo de los padres de Tony para estudiar, pero ella, siguió con su vida de trabajar y estudiar. La abuela le decía que lo que no cuesta trabajo alcanzar no se aprecia lo suficiente en la vida.

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