El estadista demócrata y vigesimoctavo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, dijo en su discurso al Senado del 22 de enero de 1917, que “la paz debe alcanzarse sin victoria… Solo una paz entre iguales puede perdurar”, anticipando quizá algunas de las condiciones sin las cuales la paz parece imposible de lograr. Actualmente, además de la guerra entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza y la invasión rusa de Ucrania, se viven conflictos armados a gran escala en siete naciones más, incluidas Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria. La escalada de algunos de los principales conflictos parece agravarse a pesar de los esfuerzos y llamados constantes de la comunidad internacional y organizaciones pacifistas y de derechos humanos a un cese al fuego, a la desescalada de los ataques o a pausas humanitarias. Sin embargo, las guerras intestinas han dejado un panorama desolador en cuanto al número de civiles que han caído víctimas de estos ataques.
Por más grave que parezca la naturaleza de estos conflictos, recientemente, para ser exactos desde 2014, el Instituto para la Economía y la Paz, fundado por el filántropo y empresario australiano de Tecnologías de la Información y la Comunicación, Steve Killelea, ha buscado abordar la paz desde un concepto llamado Paz Positiva, que contrario a la Paz Negativa, entendida como la ausencia de violencia y miedo a la violencia en nuestras sociedades, pretende la comprensión de la paz desde una perspectiva sistémica, atendiendo a los resultados medibles que aporta el Índice de Paz Global, publicado por primera vez en 2014 y de forma sucesiva cada año hasta 2023, y que reúne datos cualitativos y cuantitativos sobre las actitudes, instituciones y estructuras que construyen y sostienen sociedades pacíficas.
Retomando la ideología y ética que promovió el líder y activista por la paz indio, Mahatma Gandhi, famoso por su comprensión e implementación de formas no violentas de resistencia civil desde un valor universal de verdad y paz que parte de la afirmación de esta última, el académico y pionero noruego de la investigación sobre la paz Johan Galtung hizo una distinción entre Paz Negativa y Positiva, destacando esta última como la más duradera basada en el desarrollo económico y de las instituciones así como en actitudes sociales que fomenten la paz.
Es definitivo que en la historia ha habido esfuerzos por dibujar la paz desde el siglo III, donde religiones, escuelas de la filosofía y diversas culturas definieron y abogaron por la paz en su cosmovisión, ya luego, en el año 413, Agustín de Hipona delineó su idea sobre la teoría de la guerra y la conducta moral justa en la guerra.
Los esfuerzos, primero fallidos, por establecer organismos internacionales que promovieron la paz llegaron hasta 1919, con la Liga de las Naciones, que demostró su inutilidad en la contención del conflicto armado que derivó en la Primera Guerra Mundial. Ya en 1975 observamos los esfuerzos de Nueva Zelanda y Japón en el establecimiento de institutos para los estudios y las ciencias de la paz.
Es imperativo en nuestra sociedad llevar adelante iniciativas que nos lleven por el camino de la paz, desde una educación en valores, por supuesto, pero también desde esta perspectiva sistémica de la que le seguiré comentando, estimado lector, a detalle en las próximas entregas, cuando hablaremos más sobre el impacto que puede tener la educación para la paz y la incidencia que tiene nuestra participación individual en la construcción de sociedades que alcancen metas que las lleven a niveles de paz alcanzables, sostenibles y basados en la evidencia y ejemplo de las naciones que, como Islandia, han permanecido en el primer lugar del Índice Global de Paz, posición que mantiene desde 2008 y que, estoy seguro, pondrá luz sobre los aspectos clave que más abonan a nuestra comprensión y cambio de actitudes en la búsqueda de este bien anhelado por muchos y muchos ciudadanos de nuestro convulsionado mundo.