Alicia Caballero Galindo
Tic tac, tic tac, ¡con un demonio! Me vuelve loco ese viejo reloj de cuerda, lo escucho en toda la casa ¡me obsesiona! Cuando se le acaba la cuerda, lo dejo así, muerto, silencioso, pero su tic tac, me persigue y me atormenta de todas formas, recordándome que el tiempo corre sin detenerse nunca. A veces quisiera deshacerme de él, me acuerdo de la Pantera Rosa que guarda un martillo para darle al despertador por la mañana todos los días, pero yo no puedo hacerlo, era de mi abuelo y mi madre, jamás permitirá que lo quite de la repisa de la sala y lo refunda en el último rincón. Dice que es el único recuerdo material que conserva y al escucharlo, lo recuerda y eso le agrada. Respeto su forma de pensar y mejor guardo silencio, pero no estoy de acuerdo. No sé por qué la gente se aferra a los recuerdos, el ayer debiéramos dejarlo entre las brumas del tiempo ¡y ya! Estoy tal vez medio loco, pero a mi ese ruido me trastorna, es una manía. Tal vez lo que me mata y desespera es el significado de ese sonido, tic tac ¡tic tac! El tiempo corre como río hacia el mar sin detenerse. Al principio nuestra vida transcurre con ¡tanta lentitud! Para un niño, un día es mucho tiempo, una semana, ¡muchísimo! un año ¡una eternidad! Los conceptos van variando, el tiempo se torna relativo; cuando se trata de recibir quincena, el plazo parece eterno, pero cuando hay que pagar la renta, el abono del auto, o la colegiatura, ¡qué rápido se vencen los plazos! Al final de cuentas todo es relativo.
Cerraré los ojos un momento aprovechando que al reloj se le acabó la cuerda, trataré de no escucharlo, descansaré unos minutos y después termino el informe que debo entregar mañana.
¡Ahh! ¡Qué delicia estirarse en el sofá y dejar la “compu” un momento… Mmmm!
Apenas cierro los ojos y escucho el timbre de la entrada, me levanto como sonámbulo porque mi idea era descansar un poco antes de terminar. Al abrir la puerta, desaparece por encanto mi sonambulismo porque me encuentro con el abuelo como en sus buenos tiempos, sonriente y con los ojos vivarachos. ¡¡No puede ser!!
—Pero, abuelo, si tú estás…
—¿Muerto?
Responde el abuelo entrando a la sala con naturalidad. Era su lugar favorito o ¿lo es aún? Los tiempos verbales me confunden en este momento. El abuelo llega hasta la repisa, se da cuenta que su reloj está sin funcionar y empieza a darle cuerda, pero excede la presión y la endeble espiral, abatido por los años, truena y el abuelo, con molestia dice que debe llevarlo a reparar. Al sacudirlo se escucha el sonido de una pieza suelta.
—Lo llevaré con mi compadre Roque, él me lo arreglará y lo pondré de nuevo en su lugar.
Pensé en ese momento que me estaba volviendo loco porque Don Roque también estaba muerto desde hace mucho tiempo. ¿Acaso vivimos mundos paralelos en distintas dimensiones?
Antes de salir me sonrió, el reloj ya no estaba en la repisa. Mi madre, al día siguiente me miró con recelo, porque pensó que yo me había deshecho de él, pero no me dijo nada. Si le contara lo que pasó, jamás lo creería, la verdad, dudé. Miraba a la repisa, y veía el espacio vacío del reloj y ahora también a mí, me molestaba su ausencia y extrañaba su tic tac tic tac… ¡qué contradictorios somos en verdad los seres humanos! Sentí que, al faltar el reloj del abuelo, también me estaba faltando el tiempo.
Al día siguiente entregué el informe en mi trabajo y se me hizo larga la jornada porque quería que fuera de noche nuevamente. Me sentaría en la sala a esperar que el abuelo regresara su reloj. Era necesario porque mi madre no me hablaba, pensando secretamente, que yo había sido el culpable de la pérdida. Explicarle era inútil, ¿qué le podría decir que sonara creíble? Tic tac, tic tac, resonaba en mis oídos ese eco que ahora me hacía falta.
El cansancio hizo que me durmiera y a media noche me despertó el sonido de la puerta principal de la casa que se cerraba discretamente. Me enderecé y alcancé a ver la silueta de mi abuelo que entraba con paso cansado, alzó la mano en señal de despedida. Froté mis ojos y escuché el tic tac del reloj de nuevo y sentí alivio.
¿Soñé? ¿Aluciné? fue un mal sueño o una pesadilla, esa versión me acomodaba mejor. Estiré los brazos para desperezarme e irme a la cama; al pasar por la mesa del comedor, encontré una factura de la relojería de don Roque, por la reparación de un espiral de cuerda, me quedé helado, hasta el sueño se me espantó. Al voltear la hoja vieja y amarillenta encontré una nota a lápiz que parecía reciente con letra de mi abuelo, la reconocí al instante:
“El tiempo es relativo, el alma crece mientras el hombre aprende, el reloj marca el ritmo del tiempo que no debe perderse y el corazón el ritmo de la vida que es el espacio que nos permite evolucionar, no pierdas el tiempo ni desperdicies la vida.”
Esa noche no dormí, pensé, pensé y agradecí al abuelo su mensaje. Ahora escucho aquel tic tac como un regalo del tiempo y los latidos de mi corazón como un canto de vida.