Mi ángel de la guarda es más eficiente que el de los Kennedy. Varias veces me ha salvado de la muerte. Diré de una. Muchachillo de siete años, aproveché que el sacristán de la Catedral de mi ciudad dejó abierta la puerta del campanario y trepé por la escalera de caracol. Vi un claro de luz y pensé que había llegado ya a la altura. Me asomé. Era un vano en el muro. Unos centímetros más que hubiera adelantado el cuerpo y habría caído al vacío. Diré de otra. Adolescente ya, fui al campo con mi padre. Él me prestó su rifle 22. Entonces la cacería era deporte muy de moda, y matar animales por el solo placer de matarlos no se veía mal. Miré un conejo, le disparé y lo herí. Corté cartucho para rematarlo, pero me dije que no tenía caso desperdiciar el tiro. Le di a mi víctima con la culata de la carabina. El rifle se disparó y la bala me pasó rozando la cabeza. Unos milímetros más y habría caído al vacío de la muerte. Todavía escucho el silbo del proyectil al pasar junto a mi oído. Una tercera vez. Estoy en París y he ido a un teatro que se encuentra cerca del Hotel Cusset, donde me hospedo, casi frente al periódico L’Aurore. Paso por un bistro y siento el impulso de entrar a cenar algo, pero recuerdo que en mi habitación tengo un pan -francés, desde luego-, algo de queso y media botella de tinto, lo suficiente para una buena cena. La disfruto -todo en París es disfrutable-, leo un poco y luego me dispongo a dormir. Son ya quizá las 12 de la noche. En eso una explosión tremenda hace que todo en mi cuarto se sacuda. Enciendo la luz, espantado. Los vidrios de las ventanas han caído sobre mi cama y en el piso. ¿Qué sucede? En piyama bajo con premura al lobby del hotel. Numerosos huéspedes ya están ahí, igualmente asustados. Me sorprende que llegan varias patrullas de la policía, siendo que no han pasado ni cinco minutos de la explosión. Nos enteramos. Ha estallado un coche bomba a la puerta del periódico. Se trata de un acto terrorista. Pienso: si me hubiera detenido a cenar en aquel bistro muy posiblemente habría pasado junto al coche en el momento del estallido. Una vez más mi ángel de la guarda le ha dicho a la señora Muerte: “Todavía no”. Recordé esto -recordar es hoy uno de mis oficios principales- ahora que la delincuencia organizada está utilizando esa arma, la de los carros bomba, como medio para presionar a la autoridad amenazando a la población civil. Ese terrorismo, como todos los de su especie, puede cobrar vidas de inocentes, y atenta en forma grave contra las comunidades. La violencia ha aumentado en los primeros días de la gestión de la Presidenta Sheinbaum. Se diría que los criminales quieren enviarle un mensaje igualmente amenazante. Desde luego esto es parte de la herencia dejada por López Obrador, en particular la de su nefasta política de abrazos, no balazos, en la cual él puso los abrazos y los maleantes aportaron lo demás. La lenidad de AMLO, que en ocasiones llegó a la complacencia, es causa del engallamiento de los delincuentes, que no dudan ahora en plantar cara al Ejército. Veremos cómo esa violencia se recrudecerá. Todo indica que México no tiene ya ángel de la guarda. Noche de bodas. El novio le preguntó a su desposada: “¿Soy el primer hombre con el que haces esto?”. “No -respondió ella con sinceridad digna de encomio-. Hubo cuatro antes que tú. Pero tengo depositada en ti mucha esperanza. Dicen que no hay quinto malo”. El marido le confesó a su esposa: “Cuando hago el amor contigo pienso que estoy con otra mujer”. “¡Qué malo eres! -le reprochó ella-. Cuando yo hago el amor con otro hombre procuro pensar que estoy contigo”. FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
“. Blinda la 4T sus reformas constitucionales.”.
En verdad es una pena.
Ahora la Constitución
ya no es de la nación:
le pertenece a Morena.