Quien profesa una religión, sea católica, cristiana o de otra índole, parte de un principio: la fe, nos han dicho que mueve montañas. No me consta, pero sí, de que solo la fe es cómo podemos tener la esperanza de que algo suceda. Y en el caso de los mexicanos, una y otra vez hay la certeza de que es un pueblo creyente. Lo observamos en las distintas fiestas religiosas: de cómo la gente, llena de fe, hace oraciones y cumple con las promesas que le hace a Dios o a uno de los santos.
Y esta semana, Semana Santa o Semana Mayor, es una fiesta religiosa: se celebra la última cena, de Jesús con sus apóstoles, así como la pasión de Cristo: de cómo es traicionado, vendido por 30 monedas, detenido, juzgado y crucificado. Los eventos en las iglesias se ven pletóricos de fieles: ya lo vimos el pasado domingo de ramos; y vienen los días Santos. Son, sin la menor duda, momentos de reflexión: sobre el amor, el perdón, la fe.
CREER EN DIOS
Con mucha frecuencia escuchamos decir: Gracias a Dios, todo bien, gracias. Y de manera cotidiana, una y otra vez, damos gracias a Dios, sea porque un familiar enfermo y salió bien de la operación; o porque el hijo, terminó sus estudios profesionales o en el plano material cuando una familia tiene la oportunidad de viajar, de festejar un cumpleaños. Dar gracias a Dios es, una forma de hacer patente que se cree en un ser superior: en un Creador del Universo.
Mi paso por la universidad como docente me permitió conocer a muchos jóvenes, algunos de ellos se convirtieron en mis amigos. Así, un día, conversé con una exalumna y me sorprendió su expresión de que “No creo en Dios”. Así, a secas, sin dar una explicación: lo primero que yo pensé, es que no ha tenido momentos, o no los ha identificado, que sean muestra de la existencia de Dios. Sin embargo, de manera general, es válido sentenciar que, por lo regular, todos, o casi todos, creemos en un Ser Supremo.
CERTEZA DE LO QUE SE ESPERA
“Hombre de poca fe” le decimos a quien, familiar o amigo, se muestra escéptico para que suceda algo, algo que creemos será benéfico. Efectivamente, en ese rumbo va la fe: “La fe es, pues, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” y Mateo pone en boca de Jesús: “Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que, si tuviereis como un grano de mostaza, diréis a este monte: pásate de aquí para allá, y se pasará; y nada os será imposible” (17: 20-21).
Y esa fe es, precisamente, la que hace que las iglesias católicas se llenen de fieles. Mi mamá es una ferviente católica; por su edad, no siempre puede asistir a las festividades religiosas, pero es de las que escuchan en la TV las misas y las festividades. Hagan de cuenta que está plenamente convencida de que “… sin fe es imposible agradar a Dios” (hebreos 11:6). Y fue Jesús, no lo olvidemos, el que nos indicó el camino para agradar a Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
SERMÓN DE LA MONTAÑA
Y fue Jesús el que nos dejó las enseñanzas para estar bien con Dios. Uno de ellos, se conoce como el Sermón de la Montaña, son frases que nos muestran el camino de la felicidad, entre ellos se pueden anotar: Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación; Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad, Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados; Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios…
Esa es la cuestión: en Semana Santa recordamos la crucifixión de Jesús, que murió por nosotros, que resucitó, recordamos sus enseñanzas y como diría Cantinflas: ahí está el detalle. Las enseñanzas, todas, deben tener un cambio o fortalecimiento de nuestro comportamiento. Por eso, en un examen de conciencia, debemos preguntarnos: ¿seguimos el ejemplo de Jesús? ¿Practicamos sus enseñanzas?
Sin fe, la esperanza no puede fructificar.