Soy ateo. No por moda ni por despecho. Lo soy por convicción.
No creo en dioses, en dogmas ni en promesas de ultratumba. Pero sí creo en las personas. En las que actúan, en las que enfrentan al mundo con humanidad, y en las que entienden el poder no como dominio, sino como responsabilidad.
Por eso hoy, desde mi incredulidad más sincera, reconozco a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, como uno de los grandes líderes morales de nuestro tiempo.
No lo digo por su investidura, sino por lo que hizo con ella. Porque pudo encerrarse en los muros del Vaticano, hablar en latín y fingir que el mundo era el mismo de hace siglos.
Pero eligió otro camino: el de ensuciarse los zapatos, incomodar a los suyos y hablar de cosas que dolían.
Puso el foco en los migrantes, en los pobres, en los olvidados.
Llamó a las cosas por su nombre y no le tembló la voz para denunciar el capitalismo salvaje, el daño ambiental, la hipocresía eclesiástica.
Desde su silla papal —tan cómoda como pesada— habló más de puentes que de murallas, más de justicia que de pecado.
Y aunque la estructura que lo rodea sigue siendo la misma (rígida, patriarcal, a veces cínica), él fue una grieta luminosa en medio de la piedra.
No, no comparto su creencia religiosa. Pero comparto muchas de sus causas.
Y eso, en estos tiempos de trincheras ideológicas, no es poca cosa.
Francisco entendió que ser líder no es mandar, sino guiar.
No es imponer, sino inspirar. Lo hizo con gestos, con palabras sencillas y con una honestidad que a veces le costó enemigos entre los suyos.
La historia no lo pondrá al lado de los santos, tal vez. Pero sí debería colocarlo entre los hombres que no se dejaron atrapar por el rol, sino que lo usaron para dejar huella.
Francisco fue, para creyentes y no creyentes, un líder con ojos bien abiertos.
Y eso —incluso para un ateo convencido como yo— merece respeto.
EN CINCO PALABRAS: Liderazgo moral más allá de dogmas.
PUNTO FINAL: “La fe sin humanidad es ceguera”: Cirilo Stofenmacher
X: @Mauri_Zapa