Si echamos un vistazo a la historia de la comunicación de los gobiernos, principalmente en América Latina, podemos ver cómo ha ido evolucionando con el paso del tiempo.
Hace algunos años, la información fluía en una sola dirección: del gobierno a la gente con mensajes meticulosamente preparados para hacer llegar a las masas la información que se quería y en el momento que se necesitaba.
Los ciudadanos dependían casi por completo de los medios oficiales para enterarse de lo que ocurría en su país, se tenía que confiar en lo que se decía en los noticieros de televisión, la radio o la prensa escrita.
Las famosas ruedas de prensa, los informes anuales y los boletines eran la manera en que los gobernantes informaban, o más bien, decidían qué era lo que debían saber los ciudadanos, en una especie de aparador lleno de autoelogios.
Al parecer esos momentos ya quedaron atrás, al menos para algunos gobiernos, pues la tecnología y sobre todo las redes sociales han transformado rápidamente la manera en que la información fluye a través de los colectivos sociales.
Hoy, la gente tiene acceso a una cantidad tremenda de datos al alcance de cualquier dispositivo que pueda conectarse a internet, tienen información sin filtros y sin intermediarios. Cualquiera puede opinar, contrastar o investigar por su cuenta, tanto que hoy la ciudadanía ya no solo se sienta a ver y escuchar, ahora participa activamente en la conversación pública.
Lo curioso es que, aún con esta evolución digital, el estilo de comunicación de muchos gobiernos ha batallado para salir del pasado pues siguen usando los mismos métodos de hace 20 o 30 años: informes plagados de cifras que a la mayoría de la gente no le importan, discursos largos que suenan lejanos de la realidad y boletines de prensa que apenas generan interés en unos cuantos lectores.
El Gobierno habla y habla y además espera que la ciudadanía simplemente escuche, sin cuestionar, sin participar, como si estuviéramos todavía en la era de la televisión en blanco y negro.
Pero ahora las personas ya no están esperando a que les digan qué pensar o qué sentir sobre un tema. Cuando algo importante sucede, inmediatamente buscan información en internet, revisan sus redes sociales, ven lo que otras personas están diciendo y, lo que más debe importar: forman su propia opinión.
En este contexto la comunicación unidireccional ya no funciona. La gente no quiere escuchar solo los éxitos del gobierno; quiere ser escuchada, quiere ser parte de la conversación. Ya no basta con decir “hemos logrado…”, porque los ciudadanos ahora pueden y quieren verificarlo por su cuenta.
Digamos que las redes sociales han democratizado la comunicación y, con ello, han abierto la puerta a una nueva forma de diálogo que los gobiernos deben tomar en cuenta.
Un buen ejemplo de esta desconexión es el uso que se da al Twitter, Facebook o Instagram. Por ejemplo, estas herramientas deberían ser perfectas para que los gobiernos dialoguen directamente con la gente tomando en cuenta los segmentos que habitan en cada red social, pero en la práctica, en muchos casos lo que vemos es una reproducción de los mismos boletines de prensa que se publican en los medios tradicionales replicados en todas las redes sociales de la misma forma, con la misma foto y con el mismo texto.
Pero no se trata solo de responder preguntas o de interactuar ocasionalmente, sino de entender que la comunicación actual ya se volvió más compleja y dinámica porque los ciudadanos esperan inmediatez y cercanía. Quieren sentir que sus opiniones son escuchadas, pero no siempre sucede porque muchos gobiernos siguen viendo la comunicación como una herramienta para imponer su versión de los hechos, no para construir un canal de diálogo con su gente.
Es cierto que ha habido avances, y no podemos negar que algunos gobiernos han hecho esfuerzos por adaptarse a los nuevos tiempos. Hay ejemplos de gobernantes que han logrado conectar con la ciudadanía a través de las redes sociales, que han utilizado plataformas digitales para escuchar y responder a las preocupaciones de la gente e incluso para de ahí construir sus proyectos de gobierno. Sin embargo, estos ejemplos siguen siendo la excepción y no la regla.
En un momento donde la información está en todas partes, no tiene sentido seguir pensando que la gente depende del gobierno para enterarse de lo que ocurre, al contrario, la gente ya sabe lo que está pasando y lo que quiere es que se le escuche, que se le tome en cuenta y que se le dé un espacio para opinar y participar.
El poder de la comunicación ahora está en manos de la gente, de los ciudadanos que finalmente deben ser vistos como los verdaderos validadores de los gobiernos y no como simples espectadores.
Nos leemos la próxima.
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