Me sostengo con el amor de mi familia: Maya Angelou
Familia y fin de año son palabras enlazadas. Los últimos días de un ciclo son fechas significativas que conllevan tradiciones, celebraciones, recuentos. Y por supuesto: reuniones en familia. Y eso no siempre es pura luz; también implica tensiones, desavenencias, conflictos. No es raro. Es humano, pues dentro de las familias se gestan los amores más fuertes, pero también las heridas más dolorosas, más profundas. Y muchas veces, los rencores más dañinos. Lo más feliz y lo más trágico. Sucede hasta en las “mejores familias” solía decir una profesora con esa frase absurda y arcaica, pretendiendo calificar algo maravilloso como complejo, fundamental y falible: la familia.
Diga usted sino. ¿Qué familia es perfecta? No he conocido a ninguna hasta ahora. La mayoría de las familias se construyen cada día, a partir de claroscuros. Dolor y placer, dirían los griegos. Y nadie está exento. Aunque las fotos en redes retraten pura dicha, todas las familias tienen heridas. La vida puede venirse abajo con mucha facilidad, escribió el gran escritor Paul Auster: todo puede cambiar en un instante. Por desgracia él mismo lo ha confirmado internado desde hace meses con una grave enfermedad, pero acompañado con amor de su esposa e hija. Eso son las familias: Una trama de muchas emociones, una red capaz de sostenernos en los días más difíciles. Porque una familia, pese a todo y casi siempre; es nido, albergue, sostén, brazos siempre abiertos.
Pienso en ello en esta época de reuniones y celebraciones familiares. Y después de ver la película mexicana “Familia”, muy recomendable, por cierto. Una cinta donde en una reunión se refleja todo eso que pasa dentro de las familias: amor, lealtad, miedos, diferencias, pérdidas. Una madre fallecida pero siempre presente, tres hijas muy distintas, confrontando su entorno, pero unidas por el amor, un hijo con capacidades diferentes (personaje genial) y un padre fuerte (magistralmente interpretado por Daniel Giménez Cacho) en la puerta de la vejez, pretendiendo controlar, pero vencido por su corazón, lleno de memoria, amor y miedos. Filmada en Baja California y dirigida por el cineasta Rodrigo García Barcha, hijo del Nobel escritor García Márquez, el tema central es la familia, ese terreno fértil para contar historias de forma inagotable, dice bien el director, quien además creó un buen guión apoyado por la dramaturga Bárbara Calio.
Una película retrato de una familia como tantas en la realidad, mostrando además cómo han cambiado los roles, pero no las emociones. Un filme que nos provoca a reflexionar en nuestras familias. Pues somos muy dados a creer que lo hemos hecho muy bien, pero no conocemos el fondo del corazón de nuestros hijos, padres, hermanos, abuelos y demás familia. ¿Cómo nos ven ellos realmente? ¿Llenamos sus expectativas? Preguntas en extremo difícil porque también somos dados a creer que nada se puede cambiar en ese contexto y no es así. “Si yo cambio, todo cambia”, dice Marcel Proust. Pero nos resistimos, pensando que el amor basta y una familia requiere, por supuesto el amor, pero transmitido en tiempo, cuidado y acompañamiento. Y luego están ellos, nuestros amados. ¿Sabemos realmente qué piensan, qué sueñan, qué necesitan?
Hace unos días escuchaba a una persona decir: “mi marido invierte en sus empresas, pero no en su familia. Nunca tiene tiempo para sus hijos, me decía, nunca jugó ni los cuidó de niños, no ha entendido que ahí es donde radica su mejor inversión, su trascendencia”. Me quedé pensando. Así muchos padres. Y también madres. ¿Quién tira la primera piedra? Más todavía ahora, cuando las pantallas roban el tiempo único de la vida y los ojos de los padres y los hijos se posan más en los aparatitos que en la mirada de quienes tienen cerca. Y luego vienen los reclamos, los problemas y hasta la pérdida de la salud mental. Lo estamos viendo ya en muchos niños y jóvenes con graves males emocionales. Y en todas las familias se viven problemas. Ni el dinero, ni el poder, ni la fama salvan a nadie. Basta atisbar en los escándalos de las monarquías y las luminarias del espectáculo para confirmarlo. Y de nuestros gobernantes, ufff, pues mucha tela para cortar. Todos mortales, todos humanos.
Y hablando de familias y reuniones, leí también una noticia acerca de una reciente cena navideña de 80 personas, quienes discriminados por varios motivos por sus familias decidieron reunirse, celebrar y compartir sus experiencias de rechazo. Suena increíble, pero es cierto. ¿Cuántas familias no podrán reunirse esta navidad por problemas, disgustos, pleitos y peor aún, por las devastadoras guerras actuales? No es fácil vivir en este tiempo incierto. Pero la familia sigue siendo centro y motor.
“Toda vida tiene un núcleo, un eje, un epicentro del que todo sale y al que todo vuelve”, dice una frase del libro que actualmente leo. Y pienso en la familia como ese núcleo, origen y destino, pese a todo. La celebración de la Natividad es un buen momento para reflexionar en la familia. Y actuar en consecuencia. Para estas reuniones la receta es aceptación, comprensión, comunicación, atención y mucho amor, dicen los expertos. Reconociéndonos todos imperfectos, pero capaces de cambiar para vivir y convivir mejor. No es fácil. Pero la familia bien lo vale.
¡FELIZ NAVIDAD!