Libertad García Cabriales
La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla: Herman Hesse.
Según el diccionario, seducir es atraer, cautivar, fascinar, conquistar; ejercer un poder a través del físico, la inteligencia, la palabra, el carisma, el talento. Los seductores despliegan sus dotes y pueden cautivar lo mismo a una persona que a millones. Y no se trata sólo de ser guapos, pues los estudiosos hablan de la seducción como algo surgido desde dentro. La historia nos muestra diversos ejemplos de seductores (y seductoras, claro); y no todos son guapos. Además, no se necesita ser mundialmente conocido, usted puede ser o tener cerca a una persona que ejerce seducción. ¿Quién no ha sido seducido?
Y la seducción no se limita al terreno amoroso, también la política ha sido campo propicio para seducir. Conquistar a los ciudadanos a través de hechos y dichos, siempre es un objetivo de los políticos. Más ahora, cuando la tecnología ha invadido al espacio político. Bien dice Javier Cercas: la política está reducida a una representación mediática y plagada de asesores de comunicación, que más que el bienestar de los ciudadanos, busca los mejores artilugios para “engatusar” a la gente. Parece más importante seducir que convencer, dicen los expertos. Ejemplos sobran. Y en el terreno político todo es incierto. La polarización imperante en diversos países, incluido el nuestro, es prueba contundente. Algunos odian, mientras otros aman a tal o cual candidato o gobernante.
Volviendo a la historia, ejemplos de políticos y gobernantes caracterizados por ejercer el poder de la seducción abundan. Y no siempre para bien. Adolfo Hitler fue capaz de seducir a millones de personas y sumarlas a su causa. En nuestro país, a un mandatario del siglo 21 le han llamado incluso El seductor de la patria: Antonio López de Santa Anna, ese personaje fascinante a quien buscaron para volver a la silla presidencial, nada menos que once veces. Y no fue precisamente el mejor gobernante, más bien era un presidente abusivo, egocéntrico, corrupto; lo cual nos demuestra que la seducción no está enlazada al buen mandato.
Y si de seductores hablamos, también está William Clinton, quien ha sido considerado uno de los políticos con más poder de seducción de nuestro tiempo. Alto, apuesto, inteligente y muy culto; Clinton supo capitalizar su capacidad de seducir para gobernar durante ocho años, pese a las graves crisis, donde estuvo a punto de ser defenestrado. Con todo, es reconocido por muchos como un buen mandatario. Al respecto, en defensa de Clinton, altamente recomendable un texto de Gabriel García Márquez, quien lo retrata como un político que infunde el poder de la seducción desde el primer saludo. Y luego está el fulgor de su inteligencia, dice el Nobel colombiano, que permite hablarle de cualquier asunto por espinoso. El retrato que hace el escritor del político, también seduce. Y bueno, no cualquier político es William Clinton. Cuántos quisieran ser defendidos así por un Nobel.
Sirva todo lo anterior para hablar de la partida al jardín eterno de uno de los más grandes seductores: Alain Delon. Considerado por muchos, el hombre más apuesto de nuestro tiempo, un ser humano físicamente perfecto. Pero no sólo eso, pues fue además un gran actor, un niño con grandes carencias, capaz de convertirse en un icono del mundo entero. Ningún galancete de telenovela, podrá jamás igualar su apostura, su magnetismo, su imponente presencia en la pantalla. Pero pese a su impresionante belleza fue también un hombre atormentado y con actitudes extremas, intolerantes, detestables. La galanura ayuda, pero no exime de los claroscuros. ¿Será que la belleza física puede ser una manzana envenenada?
Pese a su lado oscuro, nada le quitará su huella. Bien lo escribió Elsa Fernández: el misterio de un actor que convirtió el accidente de su belleza en uno de los grandes monumentos de la historia del cine. El mismo presidente Macron, lo definió ante su muerte como un monumento francés. Un actor “con un aura incomparable”, moldeado por el mismísimo Visconti, quien encaminó sus pasos hacia la gloria. Y no fue algo efímero, como ha sucedido con tantos, su legado permanece y seguirá presente, no sólo en el hondo suspiro ante la belleza, sino en su capacidad para trascender a partir del talento, de su trayectoria profesional. Ya lo dijo Ana Clavel: “dicen que murió Delon, quienes lo amamos, sabemos que eso no es cierto”. Volver a ver algunas de sus más de ochenta películas, es una forma de hacerlo vivir.
Con todo, también la belleza es alimento de los gusanos. O para decirlo de forma más sutil, de ese polvo brotarán nuevas flores. Los últimos años de Delon fueron tristes, tocados por la enfermedad y los pleitos familiares por su herencia. Sus palabras reflejaban hartazgo, amargura, decadencia; la enorme lección del ser mortal que tenemos todos, seductores o no, famosos o no, poderosos o no. La existencia es fugaz. Nadie se salva de partir tarde o temprano. Alain Fabiene Maurice Marcel Delon dejó de padecer para emprender el vuelo final. Nos deja su belleza irrepetible, su profunda mirada azul, su talento en la gran pantalla. Y sin duda: de ese polvo brotarán nuevas flores.