mayo 13, 2025
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Libertad García Cabriales

Hambre en tiempos de desperdicio

mayo 12, 2025 | 23 vistas

Lo preocupante no es la perversidad de los malos, sino la indiferencia de los buenos: Martin Luther King

Las imágenes de la guerra recorren el mundo. El terror en la franja de Gaza, en Ucrania y en todas partes donde la violencia azota a la humanidad entera. Los niños son siempre los más afectados. Las estadísticas son de escalofrío. Millones de niños sin padres, sin hogar, a causa de la violencia global. Niños con miedo y hambre. Pocas cosas más tristes que ver a un niño padecer hambre. Esa calamidad presente en todo el mundo y sufrida casi siempre por los más vulnerables. Hambre en tiempos de desperdicio, de indiferencia y banalidades infinitas. Hambre con rostro, con nombres y apellidos. Hambre que provoca otros males y muchas veces termina convirtiéndose en muerte.

No sé si usted lo ha visto, pero en mi caso tengo bien presente la desoladora experiencia ocurrida en una escuela primaria rural, muy cerca de nosotros. Habíamos ido para celebrar juntos y al término de la ceremonia, convivimos con los pequeños a quienes llevamos taquitos y algunos dulces. Nunca voy a olvidar el gesto de uno de ellos, quien, a pesar de su hambre, no terminó sus tacos y sacó una hoja de cuaderno para envolver los restantes. Son para mi hermanito, me dijo, porque casi siempre nos vamos a dormir sin cenar. Y el niño, huérfano por la violencia, no estaba en Gaza, sino aquí, a pocos kilómetros de casa.

La pobreza y el hambre son una realidad palpable en todo el mundo. Y en ese contexto, lo peor es saber de muchos niños padeciendo terribles carencias que resultan en males mayores como la desnutrición y otras enfermedades graves. Y aunque suene increíble en pleno siglo XXI, con tantos avances tecnológicos y fotos de personas en la abundancia; la desnutrición (y paradójicamente también la obesidad) es una seria amenaza para la salud pública en muchos países del mundo, incluido el nuestro. Un mal que afecta el desarrollo del cerebro infantil por lo cual tiene efectos muy negativos sobre los procesos cognitivos y motores, además de ser causa de muchas enfermedades crónico degenerativas.

Los niños con hambre, si no mueren, terminan casi siempre siendo adultos enfermos física o emocionalmente y frecuentemente convertidos en seres violentos. No podemos negarlo: el hambre y la pobreza son factores generadores de violencia social. Terrible violencia que se ha tornado en nuestra peor pesadilla cotidiana. Violencia, conflictos, crimen. Ahora que se habla tanto de “polarización” en discursos encendidos, bueno sería recordar que uno de los más fuertes detonantes de la multicitada “polarización”, es la brutal desigualdad social. Las crisis recurrentes, la migración, la pobreza de tantos, el hambre de nuestros niños.

Si realmente se quiere la paz, es necesario dejar la indiferencia y actuar. A nadie conviene la desigualdad. El hambre cancela el futuro. Todos los niños requieren buena alimentación y también amor. “Un vaso de leche y un beso”, dice el doctor Fernando Monckeberg fundador de un programa para combatir la desnutrición en Chile que tuvo resultados sorprendentes. Con un tratamiento donde el amor y los cuidados de la madre son fundamentales, el reconocido especialista dirigió el proceso que logró disminuir considerablemente en su país la tasa de mortalidad infantil a través de un abordaje integral de la problemática social, donde es igualmente importante alentar y alimentar. Besos y leche. Porque no sólo de pan vive el niño. Requiere también caricias, cuidados, atención juego.

El exitoso programa que ha sido instrumentado en otros países latinoamericanos ha demostrado la importancia de la buena alimentación para propiciar el desarrollo cognitivo de los niños, pero también la necesidad del amor para un crecimiento en todos sentidos. Y los niños formados con amor y respeto difícilmente engrosarán las filas de la delincuencia. Ya lo dijo un alto prelado: “Las víctimas de las penurias y la desesperanza, cuya dignidad humana se viola con impunidad, son una presa fácil de la violencia y pueden convertirse en violadores de la paz”.

Y no solamente los niños en pobreza requieren buena alimentación y caricias. También en algunas familias solventes se come chatarra, escasean amor y caricias, incluso se genera violencia. Todos los seres humanos necesitamos alimento y aliento. Pero ay, por desgracia, en muchas familias no se ejerce contacto con los hijos y estos crecen sin compartir caricias; peor aún, rechazándolas. Actitudes que incluso afectan las relaciones humanas provocando rupturas, resentimiento, dolor, depresión infinita.

Nunca es tarde para empezar. En tiempos de desperdicio cuando en muchas mesas sobra comida y sobra chisme, regresemos a la conversación, a la atención a los que tenemos cerca. Y también lejos. Apoyemos a mitigar el hambre, la depresión y la violencia. Un vaso de leche y un beso. Hagámoslo con nuestros niños, pero también con nuestros padres, hermanos, amigos, con el prójimo. Mañana puede ser tarde. Un “te quiero” a los ojos puede cambiar una vida. Todavía estamos a tiempo. Iniciemos con los más pequeños. Sembremos la paz con justicia, conciencia y caricias.

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