Las llamas consumen Tamaulipas. No es una metáfora. Las imágenes de pastizales calcinados, bosques reducidos a cenizas y nubes de humo que cubren el horizonte se han convertido en parte de la cotidianidad.
El problema es tan grave que el gobierno ha declarado alerta máxima en once de los 43 municipios. Pero en esta crisis hay un hecho que arde con la misma intensidad que los incendios: el abandono de los cuerpos de Protección Civil y Bomberos.
Los hombres y mujeres que se juegan la vida para apagar el fuego lo hacen con equipos obsoletos, con unidades insuficientes, con trajes que han visto mejores días y, en muchos casos, con sueldos que apenas les permiten sobrevivir. Se les llama “héroes” en tiempos de crisis, pero fuera de los reflectores son olvidados, ignorados y relegados por los gobiernos que deberían garantizarles condiciones dignas para desempeñar su labor.
No es un secreto que en los municipios los cuerpos de bomberos sobreviven, en gran parte, gracias a donaciones y colectas ciudadanas.
El abandono es tan evidente que en diversas ocasiones municipios de Tamaulipas han tenido que recibir camiones y equipo de bomberos donados por condados de Estados Unidos. Pero lejos de tratarse de unidades modernas, en muchos casos son vehículos obsoletos que ya no cumplen con los estándares de servicio en aquel país, y que aquí terminan siendo una “solución” forzada ante la falta de inversión en equipo propio.
La imagen de bomberos tamaulipecos operando con camiones que ya dieron su última batalla en Texas o en Florida es un recordatorio de la precariedad con la que trabajan estos cuerpos de emergencia.
Los incendios de estos días no son un fenómeno aislado. Las condiciones climáticas han agravado la situación, pero el verdadero problema viene de atrás. La falta de inversión en prevención, la escasez de recursos para atender emergencias y el desinterés sistemático por fortalecer a las corporaciones de rescate han dejado al estado en una situación crítica.
Cuando se enciende una chispa, los bomberos deben recorrer kilómetros porque no hay suficientes estaciones, las unidades tardan en llegar porque faltan camiones en buen estado y el personal se ve rebasado porque no hay suficientes elementos para cubrir las emergencias.
El caso más evidente es el de los municipios más alejados de la Capital. En lugares como Miquihuana, Abasolo, Jiménez o Antiguo Morelos, las condiciones son aún más precarias. Los incendios pueden devorar hectáreas enteras antes de que llegue ayuda, porque simplemente no hay infraestructura suficiente para responder con rapidez.
El Gobierno estatal ha reconocido la gravedad del problema y ha activado el Plan Tamaulipas, una estrategia que moviliza a la Guardia Estatal para apoyar en el combate de incendios. Pero esta medida, aunque necesaria y aplaudible, es un paliativo y no una solución de fondo. La Guardia Estatal no puede reemplazar a los bomberos ni a los cuerpos de Protección Civil.
La emergencia actual debería servir como una llamada de atención. ¿Cuántos incendios más deben ocurrir para que los bomberos de Tamaulipas reciban el apoyo que merecen? ¿Cuántos bosques, ranchos, hogares y vidas deben perderse antes de que se entienda que la inversión en Protección Civil no es un gasto, sino una necesidad?
El fuego no espera. Cada minuto que pasa sin una respuesta efectiva, es un minuto en el que las llamas avanzan y el desastre se vuelve más difícil de contener.
EL RESTO.
INCENDIOS SOSPECHOSOS.- Por cierto, tiene razón el gobernador, Américo Villarreal Anaya: resulta muy sospechoso el hecho de tantos incendios en un mismo día y todos en municipios de la zona centro y sur del estado.
Por eso está justificado el inicio de una investigación para descartar la existencia de manos criminales en el origen de los siniestros.
Sería muy lamentable que los incendios hayan sido causados con un solo afán de hacer quedar mal al gobierno. Eso sería no tener m…
ASÍ ANDAN LAS COSAS.