Catón
El tiempo sabe aliviar penas del alma, y sabe también poner a cada quien en su lugar. Hija del tiempo, la Historia, es rigurosa jueza, y con justicia reparte por igual reproches y alabanzas. Los años se encargarán de rendir el veredicto final acerca de Andrés Manuel López Obrador, y dictará sentencia definitiva sobre su sexenio. Desde ahora podemos decir, empero, que ha sido el Presidente más popular de nuestra época, y junto con eso el más polémico y controvertido. Para unos es un semidiós; para otros, el mismísimo demonio. Un grande acierto tuvo: ya sea por sincero sentimiento o por avieso cálculo político volvió la mirada hacia los pobres. Al hacerlo mejoró la condición de innumerables mexicanos, siquiera haya sido por medio de dádivas con las cuales los convirtió en una clientela electoral, una feligresía política que llegó en su trato con AMLO a los extremos de la adoración. Su hábil manejo de la propaganda y su incuestionable cercanía con el pueblo le dieron el estatus de ídolo y le confirieron un poder prácticamente omnímodo con el cual hizo y deshizo a su antojo, más lo segundo que lo primero. Nadie podrá negar que fue un Presidente de intensa personalidad, distinto a todos los que le precedieron. Acertarán, sin embargo, quienes digan que usó su poderío para socavar los cimientos democráticos de México y anular el sistema de frenos y contrapesos esencial en un estado de derecho. Creó un régimen donde la libertad civil está en peligro. La impartición de la justicia, defectuosa antes, pero con posibilidades de ser mejorada, está ahora a punto de caer en manos deficientes y más proclives a la corrupción. El militarismo que López instauró; el pésimo sistema de salud a que dio origen; el tipo de educación, dogmática y doctrinaria, surgido durante su gestión; la inseguridad y violencia derivadas de la nociva acción de los delincuentes, a quienes AMLO pareció prohijar con su aberrante política de «abrazos, no balazos»; el excesivo gasto en obras de costo elevadísimo y nula utilidad; su allanamiento de las instituciones autónomas; sus groseros ataques al INE y a la Suprema Corte hasta lograr su destrucción, todo eso pesará onerosamente en su contra cuando se haga el balance objetivo de la llamada Cuarta Transformación, absurdo título que habla de la megalomanía de quien lo inspiró, de sus delirios de grandeza y su soberbia disfrazada de humildad. Pienso que a la larga ese balance le será desfavorable a López Obrador, disipadas las cortinas de humo que ahora cubren sus grandes abusos y mayúsculos errores. Enemigo de las instituciones, contumaz violador de la ley, nada bueno se podía esperar de quien mostraba tal desprecio al orden jurídico. Desgraciadamente con el término de su sexenio su poder no acabará. Tan apegado está a él que es muy difícil aceptar la idea de que se resignará a dejar de ejercerlo. Evidenció tal tendencia al poner a uno de sus hijos en un puesto clave de Morena, el partido que creó y que le es incondicional. Tenemos nuevo PRI; jefe máximo tenemos. Seguirá su obra a través de interpósita persona, y ya sin la molestia de afrontar críticas y reproches, pues estará tras el trono que ahora supuestamente deja y tras las bambalinas del teatro que creó y cuyos hilos seguirá moviendo. Todo esto compromete el futuro de México, que es nuestro futuro y el de nuestros hijos y nietos. Lo que digo no es hacer vaticinios. Es simplemente describir la realidad. Urge entonces mantener nuestra calidad de ciudadanos y levantar la voz contra los excesos del poder estatal. Defendamos firmemente lo que queda de nuestra maltrecha democracia y nuestra amenazada libertad. FIN.
MANGANITAS
Por AFA
«. Finaliza el sexenio de AMLO.».
A querer y no querer
su sexenio acabó ya,
pero lo que es su poder,
ése no se acabará.