septiembre 7, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Honestidad y responsabilidad

junio 27, 2024 | 122 vistas

Escuché mientras esperaba mi turno en un banco de la localidad un diálogo entre una joven mujer y su hijo, de seis o siete años.

—¡Mami! ¿A qué hora compramos los colores que me encargó mi maestra?

— Al salir de aquí, espero que esté abierta la papelería. ¡Total! si está cerrada, le decimos que estábamos fuera de la ciudad y no nos alcanzó el tiempo.

—¡Pero eso no es cierto! — Responde el niño preocupado.

—Pero tu maestra no lo sabe y lo creerá, es mejor así para que no te regañe por no llevarlos.

El niño se quedó pensativo y calló, conforme con la solución de su mamá.

Al escucharlos platicar reflexioné en la cantidad de veces que, con nuestras actitudes, vamos induciendo con el ejemplo a los niños y jóvenes por el camino de la simulación con lo que decimos y hacemos para justificar el hecho de no cumplir con nuestras responsabilidades como se debe. Existe un dicho muy socorrido: “Desde que se inventaron las excusas nadie queda mal”. Con el tiempo y la reiteración de estas acciones, se ha hecho de las excusas, una verdadera cultura de vida para justificar la falta de carácter o la falta de responsabilidad que impiden cumplir con lo que a cada uno le corresponde. Al principio serán “pecatas minutas” pero a medida que crecen los individuos en esta cultura, van aprendiendo a justificar su ineficiencia, su indolencia, con excusas. ¿Cuántas veces habrán escuchado los hijos decir al padre o a la madre?:

—Habla a la oficina y repórtame enfermo; hoy tengo que ir a arreglar un asunto y no me darán permiso si digo a dónde voy.

Al principio, el hijo por imitación aplicará en su vida estas acciones, validando las mentiras y se convertirán en un hábito que acabará por parecer natural, una forma de supervivencia a todas luces deshonesta. Ese mismo niño, será un maestro en el arte de encontrar excusas que presentará para justificar su falta de dedicación al estudio, sus bajas calificaciones, sus llegadas tarde, etc. Los padres le reclamarán airados sin recapacitar que fueron ellos mismos, con su forma de actuar quienes le enseñaron la estrategia.

En algunas instituciones educativas, también hay educadores que acusan a los alumnos de malos estudiantes o indisciplinados, o se quejan del poco apoyo de los padres en niveles básicos para justificar la falta de recursos pedagógicos para el logro de los objetivos planteados por los programas de estudio. Un docente que reprueba a más de la mitad de un grupo, se está descalificando solo, pues pone de manifiesto su ineficiencia para lograr las metas planteadas. Este mismo fenómeno lo encontramos en cualquier ámbito de la vida. Quien se acostumbra a rehuir sus responsabilidades inventando razones o pretextos para justificar sus acciones, termina por creérselas. En México se ha generalizado la palabra “tranza” para denominar una acción indebida mediante la que se obtiene un beneficio inmerecido; hay que eliminar esa postura, y no convertirla en política cotidiana, pues fomenta una actitud equivocada frente a la vida. Lo que no cuesta, no se valora. Nada será más satisfactorio que alcanzar la cumbre de una montaña después de escalarla paso a paso, mediante el esfuerzo propio.

Para que una nación como la nuestra logre salir del subdesarrollo, es indispensable formar individuos que posean un alto sentido de responsabilidad y honestidad. Hombres y mujeres comprometidos con su natural desarrollo. La capacidad de triunfar, se genera de adentro hacia fuera, es un proceso que debe iniciarse desde la infancia enseñando a los niños a pensar y actuar con mentalidad de triunfadores: Es fácil, yo puedo, lo voy a lograr por medio de mi esfuerzo. Dejar a un lado la política de la simulación; “El patrón hace como que me paga y yo hago como que trabajo”. “Yo enseño a mis alumnos; es su problema si no aprenden”. Podríamos enlistar una serie de estas expresiones que se han convertido en una filosofía de vida que debe desecharse si queremos respetarnos a nosotros mismos y ser respetados por los demás.

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