Mauricio Zapata
Este es Punto por Punto de fin de semana. El de los relatos y las anécdotas.
Alguna vez les conté en este espacio sobre una situación que me sucedió cuando estaba en primero de secundaria: una maestra me abofeteó.
Les relato a detalle.
Fue en 1987. Estaba en primero de secundaria en la Ciudad de México. Fue antes de venirnos a radicar a Tamaulipas.
Vivíamos con mi abuela (que era una sabia) porque mis papás ya se habían adelantado: mi papá por su trabajo, ya había iniciado el gobierno de Américo Villarreal Guerra por quien se vino de allá. Y mi mamá para ver el tema de casa y escuelas.
Yo no me distinguí por ser, ni buen estudiante ni por ser disciplinado.
Entonces a un torpe maestro se le ocurrió juntar a todos los indisciplinados de la escuela en un solo salón.
¡Imagínense!
Se supone que era un castigo y nos pondrían trabajos forzados. Entraba el maestro de español y nos ponía a hacer quinientos verbos. La de matemáticas cien sumas y cien restas. Y así, ese tipo de trabajos.
Nadie quería estar en ese salón. Y nadie cumplió ni el diez por ciento de esas labores impuestas.
Éramos como 60 chamacos malcriados.
Todos los profes huían y quienes pagaron las consecuencias fueron los prefectos y la trabajadora social.
Se les veía en su rostro la desesperación para poder controlar a los 60 más mal portados, desobedientes, rebeldes y en algunos casos, groseros de ese plantel. Y había mujeres y hombres.
Fue una larga… muy larga semana.
No podíamos salir ni al baño ni al receso para comer algo.
Era un castigo.
El jueves de esa semana se presentó un torneo femenil de basquetbol. Todos queríamos ver alguno de los partidos.
Estábamos en el salón de usos múltiples de la escuela. En esa aula pasaban proyecciones y había talleres y juntas, entonces las ventanas tenían cortinas.
Obviamente estaban cerradas. Prácticamente no teníamos contacto con el exterior. No sé cómo soportamos ese episodio como prisioneros.
Nos asomábamos discretamente, pero no podíamos estar mucho tiempo en la ventana.
Entonces me percaté que iba a jugar el equipo de Ivonne, una niña que me gustaba. Como buen adolescente, quería verla, pero más porque andaba en shorts. Al fin y al cabo éramos unos adolescentes y ver a la chica que te gustaba en shorts, era lo máximo.
Se me ocurrió vaciarme la tinta de la pluma en las manos para tener el pretexto de poder salir a lavármelas.
Fui con la trabajadora social que estaba en el turno de ‘cuidarnos’.
Le comenté mi ‘tragedia’. Le enseñé mis manos manchadas de tinta azul y le reiteré mi urgencia de ir a lavarme.
Me negó el permiso. Le insistí y ella fue firme en su decisión.
Después de tres veces que le solicité autorización y las mismas que me la negó, le refuté que entonces iba a entregar el trabajo que nos habían encargado todo sucio.
Me volteé, ella me tomó del hombro; hice algún movimiento y sin querer le di un pequeño golpe. Ella reaccionó y me dio una cachetada.
Me saqué mucho de onda y me regresé a mi lugar.
Tuve la osadía de contarle a mi abuela y ella se indignó. Dijo que iría a hablar con la directora de la escuela.
Entonces me asusté más porque le iban a decir mi ‘secreto’: estaba en el ‘selecto’ grupo de los más mal portados.
Mi abuela tardó en ir unas dos semanas, hasta que se animó y fue.
Yo no sabía que iría ese día.
De pronto me mandaron hablar de la dirección. Para entonces ya estaba de regreso en mi salón luego de aquella semana y la fracasada reprimenda.
Me dirigí hasta el lugar. Ese camino (salón – dirección) ya me lo sabía muy bien. Conforme iba acercándome al lugar del verdugo iba reconociendo el rostro de mi abuela enojada. Vaya que lo conocía muy bien. Percibí su molestia. Ella tenía un gesto muy peculiar cuando estaba enojada con nosotros.
Entonces solo me dije: ‘ya valió madres’.
Entré a la dirección. Allí estaba la trabajadora social.
Para entonces ya le habían contado la versión real.
Me regañaron y mi abuela solo atinó a decir: “maestra, cuando este niño se vuelva a portar mal, usted está autorizada a darle, no una, sino dos cachetadas. Y tú, niñito, a poner las dos mejillas. Ya verás en la casa”.
Y sí, ya lo vi después en la casa. Me fue como en feria.
Ahora, con el paso de los años, reprochó la torpe idea de juntar a todos los indisciplinados; me parece que fue una idea absurda y estúpida. No lograron nada.
Y entiendo la reacción de la trabajadora social para abofetearme ese día.
EN CINCO PALABRAS.- De todo se aprende siempre.
PUNTO FINAL.- “Los sueños se cumplen cuando se despierta de ellos”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata