noviembre 21, 2024
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Martín Aguilar Cantú

La delgada línea entre la fama y el escarnio (Parte I)

septiembre 6, 2024 | 200 vistas

En un país como México, donde, de acuerdo con datos publicados el año pasado por el canal de difusión Revista UNAM Global, el suicidio aumentó más de 400 por ciento en 20 años; es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 24 años de edad; los adultos mayores son, además, el segundo grupo afectado; y el próximo martes 10 de septiembre recordamos el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, nuestras conversaciones quizás tendrían que empezar a girar en torno a  la salud mental y los mecanismos de prevención, contención y respuesta a este problema que, de forma alarmante, sigue aquejando a nuestra sociedad.

Sin embargo, la “cultura idiota”, en palabras del dos veces galardonado con el Premio Nacional de Periodismo, Javier Esteinou Madrid, un modelo que “se caracteriza por promover en grandes dimensiones la difusión intensiva de la información secundaria, la violencia temática, el consumo exacerbado, la invasión de la privacidad, la comunicación alarmante, morbosa y sensacionalista, con tal de obtener rating” sigue siendo el centro de la discusión en los medios a partir de los comentarios emitidos en un reality show por un comediante y youtuber, cuyo nombre no necesito mencionar para que usted sepa de quién le hablo.

El fenómeno mediático La Casa de los Famosos (LCDLF), antes Big Brother VIP, formato televisivo propiedad de la franquicia Endemol|Shine Boomdog en asociación con Televisa México ha despertado y –¿distraído?– la atención de las audiencias, dándole un respiro a la televisora y a la TV nacional, en declive hace ya algún tiempo, al incluir a celebridades de diversas generaciones que compiten por un tiempo de total confinamiento en una casa hasta ser el único habitante que “sobreviva” cuando los demás hayan sido expulsados, mediante una cruel mecánica semanal de expulsiones, nominaciones y retos que lo presenta animado, divertido, y –por qué no decirlo–francamente vulgar.

Big Brother, o Gran Hermano, como ha sido llamado en otros países de habla hispana que han replicado este formato, fue creado por el empresario holandés John de Mol y transmitido por primera vez en los Países Bajos en 1999. Toma su nombre como metáfora o alusión directa a la novela “1984” del escritor inglés George Orwell, publicada en 1949 y que se ubica en el género distópico –triste que una obra de tan alta cima literaria sea recordada y asociada a ello– que nos pone delante de una sociedad cuyo régimen tiene a la gente sometida al totalitarismo y una absoluta invasión a la privacidad. El llamado Gran Hermano es la voz de mando y observador omnipresente en esta distopía creada por Orwell, de ahí que se eligiera el título para este programa donde sus participantes son vigilados las 24 horas del día por cámaras y micrófonos y que la franquicia transmite en tiempo real vía TV o plataformas de streaming.

Iré por partes: la televisora que se asoció con la franquicia para su transmisión en México, Grupo Televisa, se deslindó de las opiniones emitidas en este show por uno de sus participantes (aparentemente, expulsado, aunque se afirma que renunció) quien reiteradas ocasiones hizo uso de estrategias muy bajas contra otra de las concursantes para denostarla y, a la vez, exponer su diagnóstico de depresión, cuestionándolo; confrontándola abiertamente sobre la veracidad de ello, en su opinión, una actuación; generando la sospecha de que sigue un tratamiento psicofarmacológico a escondidas y, a sus espaldas, lo más grave, pienso, aseverar, y lo cito: “que los depresivos no ganan aquí (LCDLF) ¿Crees que a México le gustan los deprimidos? A nadie le gustan. México repudia a los deprimidos”.

Las reacciones a tan lamentables comentarios del impresentable sujeto (paradójicamente, Licenciado en Psicología por la UANL) y otros de sus dichos que multiplican los estigmas que pesan sobre las personas que enfrentan a diario trastornos del ánimo y otros problemas de salud mental no se hicieron esperar. La gran interrogante es: ¿Cómo pueden afectar los estigmas nuestra percepción, sensibilidad y conciencia sobre las enfermedades mentales?

En opinión del Licenciado y Doctor en Psicología por la Universidad de Almería, España, y profesor de tiempo completo en la UAT, miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 2, José Luis Ybarra Sagarduy, con quien pude intercambiar un par de ideas, un diagnóstico oportuno de depresión o ansiedad se vuelve menos alcanzable por este estigma que internalizan quienes lo padecen, causando que “eviten compartir su situación con sus familiares y amigos, incluso pueden evitarles acercarse a personal de salud que pudiera atenderlos. La vergüenza que puede sentir alguien con trastornos de salud mental puede llevarlo a creer que se trata de “una debilidad o que se necesita solo fuerza de voluntad, el ‘échale ganas’ o que la ansiedad es una preocupación excesiva, el ‘OK, relájate’.” Para el especialista en Psicología de la Salud “estos estigmas hacen mucho daño en el diagnóstico, hace que las personas eviten comentarlo con gente cercana o incluso pensar en recibir atención”.

Respecto a la intervención y el tratamiento, continúa Ybarra Sagarduy, “el hecho de retrasar esta cuestión (el diagnóstico) puede agravar los síntomas de la condición depresiva o ansiógena. Si ya hubiera un diagnóstico, también puede afectar a la intervención en sí. Y, ¿cómo puede afectar a la intervención? El mismo hecho de que las personas, aun siendo diagnosticadas, digan: ‘no’…, ‘esto lo tengo que resolver yo’, ‘lo tengo que hacer yo, tengo que ser fuerte, esto es una cuestión de fuerza, de que tengo yo que demostrar a los demás que sí puedo’”. En consecuencia, se desestima la “base biológica que también está en estos trastornos y que los hacen muy complejos y, una vez diagnosticado, no decidir entrar en una intervención, o sí incluso, ya, entran en una intervención, pues no seguir adecuadamente las pautas de tratamiento indicadas por el personal de salud.” Más allá de eso, concluye el catedrático de la UAT, implica “no adherirse adecuadamente al tratamiento y, por tanto, no va a ser eficaz y eso puede perpetuar esos mismos estigmas de la persona y complicar la condición”.

Por lo pronto, hasta terminar de redactar esta humilde columna, quien les escribe no tuvo que mencionar ni una sola vez el nombre de alguien que no merece el mínimo de atención, y quien, a costa de su fama y carrera, enfrentará la justicia por causas abiertas en su contra y que se relacionan con la Parte II de esta colaboración, donde lo espero, como cada semana, para retomar nuestro DIÁLOGO DE IDEAS. Le comparto mi correo electrónico:

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