Desiderio García Sepúlveda
Acaba de terminar 2023 y cada inicio de año es buen momento para detenerse un momento de la vorágine del día a día y reflexionar. Algunas personas analizarán su vida, su trabajo, sus relaciones personales, etcétera: algunos intentan cambiar su estilo de vida, hacer ejercicio, comer de manera más saludable, dejar algún vicio o empezar algún pasatiempo.
Amable lector, para aprovechar esta época de reflexión, haga este ejercicio conmigo. Si de pronto hay un apagón que asole la humanidad y los aparatos eléctricos y electrónicos dejaran de funcionar, así como las redes de internet, la radio y la televisión. ¿Cuál sería el objeto que usted más atesoraría?
Esta pregunta sale en consecuencia de la lectura del libro “No-cosas” del filósofo Byung-Chul Han, quien hace un análisis acerca de la sociedad moderna y como dependemos demasiado de la tecnología y nos volvemos adictos a la información. El internet se masificó en la década de los noventa del siglo pasado y en poco más de 30 años se ha convertido en indispensable del día a día. Hoy tenemos asistentes virtuales que nos recuerdan nuestras tareas, podemos ver nuestras series y películas preferidas por streaming en la comodidad de nuestras casas, tenemos una audioteca enorme gracias a las aplicaciones de música en línea, podemos descargar el nuevo libro de nuestro autor preferido por internet y leerlo en nuestro lector electrónico.
La era de la información, de la inmediatez, todo el conocimiento al alcance de un click. Aun así, existe un gran vacío cognitivo en la población. Consumimos la información como adictos, siempre buscando la tendencia, el nuevo meme, el video viral, el trending topic, la última noticia.
Pero al final todo es una ilusión, a pesar de poseer una cuenta en Netflix, no nos pertenece su contenido, no poseemos las playlist que guardamos en nuestra cuenta de Spotify, somos simples usuarios, el día que no paguemos nuestra suscripción perderemos el acceso. Nos venden la ilusión de que todo lo tenemos, pero no tenemos nada.
Las no-cosas se colocan delante de las cosas y las hacen palidecer. No vivimos en una época de violencia, sino en un reino de información que se hace pasar por libertad. Atrás quedó el tiempo en donde se atesoraban las grandes bibliotecas que se heredaban de padres a hijos, las audiotecas con diferentes formatos de música, las videotecas que iban del VHS hasta el Blu-ray. Ahora todo está en la nube y confiamos que nunca desaparecerá.
El orden terreno, el orden de la tierra, se compone de cosas que adquieren una forma duradera y crean un entorno estable donde habitar. El orden terreno está siendo hoy sustituido por el orden digital. Este desnaturaliza las cosas del mundo informatizándolas. Hace décadas, el teórico de los medios de comunicación Vilém Flusser observó que las no-cosas permean actualmente en todos lados en nuestro entorno, y desplazan a las cosas.
Hoy nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas, la que determina el mundo en que vivimos. Nos intoxicamos literalmente de la comunicación. La consecuencia de la infomanía, nos hemos vuelto todos infómanos. El fetichismo de las cosas ha acabado. Nos volvemos fetichistas de la información y los datos.
En la era de la Revolución Industrial esta reforzó y expandió la esfera de las cosas. Solo nos alejaba de la naturaleza y la artesanía. La digitalización acaba con el paradigma de las cosas. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración.
El filósofo y ensayista Walter Benjamin citó la conocida sentencia latina: Habent sua fata libelli [“Los libros tienen su destino”]. Según su forma de interpretarla, el libro tiene un destino en tanto que es una cosa, una posesión. En contraparte, el libro electrónico no es una cosa, sino una información. Su ser es de una condición completamente diferente. No es, aunque dispongamos de él, una posesión, sino un acceso.
En el libro electrónico, el libro se reduce a su valor de información, carece de edad, lugar, productor y propietario. Los libros electrónicos no tienen un rostro ni historia. Se leen sin las manos. El acto de hojear es táctil, ya sea en un lector electrónico o en el celular. Sin el tacto físico, no se crean vínculos.
Por otro lado, está el Smartphone, la comunicación a través de los teléfonos inteligentes es una comunicación descorporizada y sin visión del otro. La comunidad tiene una dimensión física. Ya por faltar corporeidad, la comunicación digital debilita la comunidad. La digitalización ha hecho desaparecer al otro como mirada. La ausencia de la mirada es también responsable de la perdida de empatía en la era digital.
Vivimos con el celular pegado a nuestras manos, recibiendo los bombardeos de la información, como buenos infómanos, el soltarlo nos genera un síndrome de abstinencia, el quedarte sin energía, datos o internet genera ansiedad y estrés. La nomofobia es el nuevo mal de nuestro tiempo.
Plataformas como Facebook o Google son los nuevos señores feudales. Incansables, labramos sus tierras y producimos datos valiosos, de los que ellos después sacan provecho. Nos sentimos libres, pero estamos completamente explotados, vigilados y controlados. En un sistema que explota la libertad, no se crea ninguna resistencia. La dominación se consuma en el momento en que concuerda con la libertad.
Así que, amable lector ¿Ya sabe qué objeto llevaría consigo en el próximo apagón informático?