Mauricio Zapata
Esta es una historia real que hoy les cuento en el Punto por Punto en su versión de fin de semana: el de relatos y anécdotas.
Don Ricardo es un militar jubilado. Tiene más de 80 años. Lo conocí cuando viví en Chiapas, era muy amigo de mis suegros.
Me llegó a tener aprecio por mi trabajo que desarrollaba allá en los medios de comunicación. Y le correspondí por su don de gente.
Siempre bien vestido. Peinado con goma y olía a agua de colonia. Su atuendo eran las guayaberas de varios colores. Tenía (o tiene) una charla bastante agradable.
Estuvo casado por más de 60 años, hasta que su esposa falleció.
Cuando murió doña Chabe, su compañera de tantos años, cayó en una depresión. Sus hijos lo metieron a un grupo de adultos mayores para que no estuviera en casa sin hacer nada, porque el estar allí, todo le recordaba ella y se agudizaba su tristeza.
A regañadientes asistió a los talleres. Hacían varias cosas, entre ellas, platicar con gente de su edad, trabajos manuales, cantar, bailar, jugar dominó o baraja y estar entretenidos.
Luego de varios meses, recuperó su alegría. Y era un gran animador de esas reuniones, a las que ya no dejó de asistir.
Conoció a mucha gente y se reencontró con otras más de su generación.
Ya era el mismo don Ricardo de siempre.
Como buen militar y como persona de esa edad, siempre se levantaba muy temprano a tomar café y leer el periódico. Ya más tarde se iba casi todo el día a los talleres de los adultos mayores.
En una ocasión, sus hijos se alarmaron porque ya era tarde y no salía de su cuarto. Era muy raro que sucediera eso, porque ni cuando estaba enfermo lo hacía.
Los hijos se espantaron y temieron lo peor.
Fueron a buscarlo y se llevaron la sorpresa de que no estaba ahí. Es más, su cama estaba tendida. Todo indicaba que no había pasado la noche allí, porque como varón de esa edad, no hacía quehaceres domésticos.
Lo fueron a buscar al taller de los adultos mayores y no estaba.
Preguntaron y no lo habían visto desde el día anterior.
Lo buscaron en casa de amigos y familiares y nada. No aparecía don Ricardo. Pasaron varios días de angustia.
Luego de una semana, se presentó una trabajadora de un asilo de ancianos en aquel taller porque una de sus internas también tenía varios días sin aparecer. Ella también acudía diariamente al taller.
Y sí, efectivamente, tenía el mismo tiempo de ausencia que don Ricardo.
A los pocos el señor llamó a su casa para informar que estaba bien. Que pronto volvería.
La alarma pasó, pero entró la curiosidad sobre dónde andaba, porque no quiso decirles. Tampoco les dijo motivos de lo que estaba haciendo ni las razones de su ausencia.
Él recibía directamente el dinero de su pensión y él mismo lo administraba. Solo le pasaba gasto a uno de los hijos con quien vivía para los servicios de la casa y la comida. Así que carencias no estaba pasando.
Finalmente, luego de más de dos semanas volvió. Pero no lo hizo solo.
Resulta que don Ricardo se enamoró de una de sus compañeras. Y tras muchos meses de convivencia se hicieron novios.
Ella vivía en el asilo porque así se lo había pedido a sus hijos. No quería molestarlos ni darles lata. Además, en ese lugar la atendían bien y se sentía a gusto con personas en su misma condición. Vaya, ahí no era infeliz. Pero se enamoró de don Ricardo.
Un buen día, les entró la rebeldía adolescente, y creyendo que los hijos de ambos no aprobarían su relación, decidieron huir.
Por la noche, ya que todos en su casa se habían dormido, don Ricardo salió sigilosamente de ella, caminó varias cuadras y tomó un taxi. Le ordenó ir al asilo, pero se bajó dos calles antes.
Entró por la parte de atrás que no había vigilancia. Para entonces, su novia ya había escapado de su habitación y ya lo esperaba bajo un árbol del jardín trasero del asilo.
Cuando lo vio, tomó su maleta. Caminaron algunas calles. Abordaron un taxi y se fueron a la estación de camiones. Ahí durmieron y en la primera salida se fueron a un municipio que está a una hora de distancia de la ciudad de Tapachula, que era donde vivían.
Una vez que llegaron a esa población, fueron al Registro Civil y se casaron. Los testigos era lo de menos. Cuatro personas de por ahí firmaron sin ningún problema. Al final hasta los invitaron a comer.
Se hospedaron en un hotelucho del lugar un par de días y luego encontraron una casa amueblada de renta en donde estuvieron poco menos de un mes.
Ya casados regresaron a la casa de don Ricardo. Los hijos de ambos no objetaron nada, porque veían a sus padres contentos y llenos de vida.
Y hasta ahora viven felices.
EN CINCO PALABRAS.- La edad no es barrera.
PUNTO FINAL.- “La indiferencia es el peor enemigo del amor”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata