En el programa de preguntas y respuestas el conductor le preguntó a la linda concursante: “¿Quién fue el primer hombre?”. “¡Uh! -replicó la chica-. ¡Ya ni me acuerdo!”. Don Cucoldo se hallaba en alegre convivencia con sus camaradas cuando a eso de la medianoche recibió una llamada de su esposa, que le preguntó: “¿Dónde estás?”. Respondió él: “En el Bar Ahúnda, echándome un trago”. Dijo la señora: “Tienes tiempo de echarte otro”. “¿De veras?” -se sorprendió gratamente don Cucoldo. Acotó su mujer: “A ti no te estoy diciendo”… Si en mis manos estuviera yo haría que todas las gentes de religión cristiana, ministros del culto y laicos por igual, católicos, evangélicos o miembros de las mil y mil iglesias en que se han dividido los cristianos, vieran la película que en inglés se llama “Inherit the wind”, y en español “Heredarán el viento” o algo así. Dirigida en 1960 por Stanley Kramer, trata acerca del que fue en su tiempo caso célebre, el llamado “Monkey trial”, en que un profesor de secundaria fue llevado a juicio en un pueblo de Tennessee, en 1925, por enseñar a sus alumnos la teoría de la evolución, de Darwin, cuando la ley local prohibía toda enseñanza que se apartara del relato de la creación del hombre según la Biblia. No me detendré a exponer la trama de ese film, uno de los mejor actuados en la historia del cine, profundo alegato en pro de la tolerancia y contra el fanatismo. Sólo me ocuparé del título de la película: “Inherit the wind”. Está tomado del libro de los Proverbios, 11.29, que en la bella versión King James dice: “He that troubleth his own house shall inherit the wind”. “El que turba su casa heredará viento”, traducen Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera en el armonioso español del Siglo de Oro, el mismo que usaron Cervantes, Lope de Vega, Santa Teresa y fray Luis de León. Bajando a terrenos de bajura diré que eso, el viento, será la herencia que recibirá López Obrador, pues no cabe duda de que turbó su casa al dividir al país en la forma en que lo hizo, partiéndolo en buenos y malos; alabando simplistamente a aquéllos y agraviando de continuo a éstos. Claro: los buenos son los que están con él; los malos, quienes en cualquier manera se han atrevido a criticar sus errores, señalar sus fallas y protestar por los inmensos daños que ha causado al país con su incompetencia, sus excesos caprichosos, su desdén de autócrata a la ley y a las instituciones. Él heredará viento, sí, pues puro viento ha sido su fantasiosa transformación, pero su sucesora recibirá una nefasta herencia de males y carencias de todo orden, como quien hereda una casa que amenaza ruina, insalubre, asediada por ladrones y asesinos y ocupada por hombres armados que difícilmente se avendrán a salir de ella. Hasta donde puedo recordar ningún Presidente de la época moderna ha recibido de su antecesor un país con tantos y tan graves problemas y tan marcada polarización como el que dejará López cuando, según ha prometido, se vaya a su rancho de expresivo y adecuado nombre… Impecunio Malapaga había llegado al último extremo de la necesidad, pues llevaba una vida de libertinaje, disipación y crápula. Desesperado invocó al diablo a fin de venderle su alma, o lo que quedaba de ella. Se le apareció el demonio. Le preguntó Impecunio: “¿En verdad eres el patetas?”. Respondió el Maligno: “Sí. Lo soy”. “Si lo eres cámbiame ese árbol”. Hizo Luzbel un ademán y el árbol se movió a otro sitio. “Cámbiame aquel cerro”. Otro ademán de Lucifer y el cerro quedó en otro lugar. “A ver -lo retó Malapaga-. Ahora cámbiame este cheque”. Dijo entonces el demonio: “Soy el diablo, cabrón, no tu pendejo”… FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
“Debates.”
No le faltará razón
al que diga, muy sincero,
que el debate verdadero
será el día de la elección.