diciembre 13, 2024
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Alfredo Arcos

La novela de Hernán Cortés

octubre 4, 2024 | 158 vistas

Borges sostuvo que nos tocaba a los cobardes admirar el heroísmo. En su linaje desfilaban militares y próceres de su patria. Él, como sabemos, no siguió la carrera de las armas, sino el llamado de su vocación literaria, lo expresó en estos versos: No haber caído, / como otros de mi sangre,/ en la batalla./ Ser en la vana noche/ el que cuenta las sílabas.

Cierto es que empuñar la espada y la pluma no ha todos se les da, pero hay sus excepciones; como es el caso de Ireneo Paz, abuelo de nuestro Nobel en Literatura. Y otro muy notable, aunque poco se insiste en ello, fue Hernán Cortés.

Christian Duverger es un erudito francés que se ha dedicado al estudio del México Prehispánico y Virreinal; entre otros trabajos ha ejecutado una exhaustiva biografía, en dos volúmenes, sobre Hernán Cortés, destacando el par de perfiles más relevantes del extremeño: el guerrero y el escritor. En esa misma línea, en Memorias de Hernán ahora nos sorprende con una novela sobre la extraordinaria vida de quien, con un puñado de españoles y la alianza de muchísimos indígenas enemigos del imperio azteca, tomó la antigua Tenochtitlan. Dejemos que sea Duverger quien nos ponga en contexto: “La historia de Cortés posee su propia dramaturgia, con sus golpes de fortuna, sus apuestas riesgosas, sus bruscos vuelcos… Las mil y una vidas del conquistador se entremezclan aquí con la mayor naturalidad. Se ve crecer al niño en Medellín, seguimos al estudiante en Salamanca, al joven administrador en Santo Domingo, al alcalde de Santiago de Cuba. Observamos la metamorfosis del conquistador en hombre de Estado, se le ve inventarse como hombre de letras. Se vuelve diplomático, negociador de tratados, explorador, armador, hombre de negocios. Incluso hace la guerra; gana, pierde. Le gustan las mujeres, todas las mujeres…”

Desde el título de la obra, Duverger rinde homenaje a Marguerite Yourcenar. La notable escritora francesa en su novela Memorias de Adriano entrecruza lo real (la Historia) con lo ficticio. Lo que para Yourcenar fue la Roma Imperial, para Duverger será la Conquista de México y los primeros años de la Nueva España. De modo que Duverger construye su ficción partiendo de una idea asaz verosímil, el que un padre en el umbral de la muerte, a través de una carta, relate a su hijo lo que fue su vida. Y ese hijo, significativamente, no es otro que Martín, el nacido de su relación con La Malinche. Es decir, fruto del mestizaje.

Para polemizar, Duverger no quita el dedo del renglón y aporta los datos que le llevan a concluir que el autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España fue Hernán Cortés y no Bernal Díaz del Castillo. Es una superstición aquello de que de todos los libros se aprende, pero con este sí se cumple a cabalidad. Tras la lectura de este libro el lector saldrá más sabio. Sabrá, por ejemplo, que un personaje de aquella época, Francisco I de Francia, eligió como emblema a la salamandra. Duverger nos informa de una medalla acuñada en la infancia del monarca francés, debajo de la efigie del anfibio hay una enigmática sentencia: Notrisco al buono, stingo el reo. La divisa se puede traducir como “me nutro del buen fuego, apago el malo”. Pues eso.

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