“Envié a mi hijo a la universidad a que estudiara una carrera -le contó un rico señor americano a su amigo-, y todo lo que hace es beber, jugar póquer con sus compañeros y tener sexo con muchachas”. Ponderó el amigo: “Muchos estudiantes hacen lo mismo”. “Es lo que me molesta -masculló el señor, mohíno-. Debí haber dejado a mi hijo en mi casa e ir yo a la universidad”. Perogrulladas eran las frases del Filósofo de Güémez, famoso personaje popular de Tamaulipas. No resisto la tentación -ninguna he resistido nunca- de transcribir algunos de sus memorables dichos: “Lo que de aquí p’allá es p’arriba, de allá p’acá es p’abajo”. “Árbol que crece torcido no le pusieron palito, pero sirve pa’ columpio”. “Si dos perros persiguen a una liebre, y el de adelante no la alcanza, el de atrás menos”. “Primero es el uno, y luego el dos. Pero en el 21 se jodió el uno”. En cierta ocasión el Filósofo pasó por una casa y vio frente a ella un gran bote de basura lleno de hojas de tamales. Declaró: “A mí no me chingan. Aquí hubo tamalada”. Pues bien: decir que México es un país violento es igualmente decir una obviedad, una perogrullada. Numerosas y diversas formas de violencia estamos padeciendo los mexicanos. Desde luego sufrimos la violencia criminal, que ha asumido ahora visos de terrorismo en la Ciudad de México. Nos asedia la violencia oficial, con la imposición autoritaria de la aberrante elección de juzgadores, ilícito e irracional proceso que significa no sólo el acabamiento de la impartición institucional de la justicia, sino también el fin de la democracia en el país. Nos exaspera la violencia magisterial, con los abusos y exacciones de la CNTE, ese purulento forúnculo cuyos sempiternos plantones causan grave daño no sólo a la educación de cientos de miles de niños y de jóvenes, sino también a incontables ciudadanos a quienes perjudican las tropelías de esa banda formada por chantajistas que están muy lejos de merecer el nombre de maestros. Los usó y consintió AMLO, y ahora muerden a su sucesora, a quien plantean desmesuradas exigencias, llegando al extremo nunca visto de impedir su comparecencia mañanera. Nos amenaza la violencia internacional con el continuo acoso del insensato Trump, cuyo último manotazo fue gravar las remesas que los pacíficos y laboriosos trabajadores mexicanos en Estados Unidos envían con sacrificio a sus familias para aliviarles su pobreza. Nos indigna la violencia senatorial, ilustrada con el villano exceso del Noroña al humillar en el recinto del Senado a un particular, cuya disculpa pudo recibir en modo menos atrabiliario y altanero. El Tribunal de la Santa Inquisición, dijo sotto voce un heterodoxo, estaba formado por “un Cristo, dos candeleros y tres majaderos”. En el caso del capitoste senatorial fue necesario un solo majadero para someter a su adversario a esa infamia que refleja el nuevo poder absoluto del Estado ante la ciudadanía. Nuestro país está en graves apuros, no sólo por la carencia de dinero, dilapidado por el cacique de la 4T en obras inútiles y en costosas dádivas, sino sobre todo por la falta de respeto a la ley y a las instituciones y por la ineptidud de los morenistas, que están llevando a la ruina a nuestro país. Debo mencionar, finalmente, que también vi un caso de violencia conyugal. En días pasados salí de un oficio religioso al que hube de asistir por razones de amor y de recuerdo. En la puerta del templo una señora de edad tropezó y cayó al suelo, afortunadamente sin sufrir lesión. Su esposo acudió a ayudarla, y ella le dijo con voz colérica que todos pudimos escuchar: “¡Pendejo! ¿Entonces pa’ qué te traigo?”. FIN.
MANGANITAS
Por AFA
“. Trump gravó las remesas de los mexicanos.”.
Espero, aunque no le cuadre,
-y es seguro mi decir-
que le van a remitir
muchas mentadas de madre.