Alicia Caballero Galindo
La búsqueda eterna de la perfección, es el detonador que impulsa a la humanidad hacia su constante evolución a través del tiempo.
Gramaticalmente, perfección es el grado máximo de excelencia en algo, el término procede del latín perfecto compuesto por las voces per y fácere. Hablar de algo perfecto, significa llegar a un grado, en que ya no hay nada qué hacer para mejorarlo. Si el hombre pudiera llegar al punto máximo de perfección, el ser humano no continuaría evolucionado. Conjugar el verbo perfeccionar, aplicar los adjetivos “perfecto” y “perfectible” y usar el sustantivo abstracto “perfección” es sintetizar en esta familia de palabras, la razón de la propia evolución. Desde que la especie humana apareció sobre la tierra, con un grado de inteligencia superior al de otros seres vivos, poseía ya en su código genético, ese instinto natural de buscar siempre alternativas que le permitieran hacer mejor sus cosas para tener una vida más llevadera y sus actividades más eficientes. Aprendió que la unión hace la fuerza y formó grupos para defenderse, supo que para vencer enemigos que lo superaban en tamaño y fuerza, era necesario el uso de armas, descubrió la diferencia entre la piedra tallada y pulida, aprendió a construir sus propias viviendas y a dominar la naturaleza. El descubrimiento de la agricultura y la domesticación de animales, permitieron el sedentarismo y con esta acción el nacimiento de las primeras culturas. Aprendió a usar metales, supo intuitivamente que era necesario dejar testimonio de sus acciones a las generaciones venideras para que éstas partieran de los conocimientos ya adquiridos, para perfeccionarlos. Sus obras materiales y su escritura fueron fieles testigos de la evolución de la especie. En la antigüedad la cultura griega, es considerada como la maestra de la humanidad porque la búsqueda de la perfección, fue la piedra angular que sustentó su grandeza. El pueblo romano, al conquistar Grecia, asumió su cultura y la difundió por todos los dominios conquistados. Con el ocaso y caída del Imperio Romano, surgió la Edad Media donde, el Cristianismo fue el eje central alrededor del cual gira el mundo y es en esta época donde surge una corriente religiosa llamada Perfeccionismo; dicha Doctrina sostiene que el hombre es capaz de lograr la perfección religiosa y moral por medio de las enseñanzas cristianas. Apareció en el siglo II y fue retomada por diversas organizaciones protestantes a raíz de la Reforma Religiosa. Calvino y Swinglio fueron unos de sus más fervientes seguidores. Con la aparición del racionalismo en la época Renacentista, de nuevo salen a la luz el pensamiento aristotélico que sustentó a algunos destacados pensadores como Descartes y Kant en su constante búsqueda de la verdad y la perfección.
Con la evolución de las ciencias y el crecimiento de la humanidad se ha aprendido que alcanzar la perfección es una verdadera utopía. Este término (utopía) fue concebido por Tomás Moro; teólogo, humanista pensador inglés (1478 – 1535) que en una de sus obras lo aplica como nombre de una ciudad perfecta donde todo funcionaba en forma intachable de acuerdo a las normas políticas, religiosas y morales de la época inspiradas también en la filosofía platónica. El concepto utopía designa la proyección humana de un mundo idealizado y perfecto que no existe, pero que es paradigma capaz de impulsar a la humanidad en la eterna búsqueda de la perfección total. El deseo de alcanzarla, ha sido a través del tiempo, el detonador que impulsa a la humanidad en su constante evolución.
Si los seres humanos consideraran que han llegado a la perfección absoluta, se perdería la voluntad de esa búsqueda incesante que ha permitido el avance en todos los caminos del saber. Por ejemplo, en el campo deportivo, constantemente se rompen marcas de velocidad, fuerza, destreza, sin embargo, siempre hay quien corra más rápido, quien aplique más fuerza, quien salte más alto… y siguen rompiéndose marcas mundiales cada año. En el ámbito científico, cada descubrimiento y cada reto vencido, representa más interrogantes por resolver y más puertas por abrir. El ser humano, por naturaleza es un investigador nato y cada generación que madura, debe tener el firme propósito de escribir su propia historia y enseñar a los jóvenes que todo esfuerzo puede superarse, todo objetivo alcanzado implica poner las vista más allá de él en busca de nuevos retos. Esta actitud es la que mantiene a los cerebros humanos vigentes, activos, hábiles, sin importar la edad cronológica del individuo. La mentalidad del triunfador es apreciar su última obra como la mejor y entender que puede ser perfectible. Cada ser humano debe ser un maestro en los aspectos que domine y tiene la obligación de dar a los que le preceden su conocimiento para que continúe la evolución intelectual de la especie. Un buen maestro es capaz de dar lo mejor de sí, y su mayor triunfo, será preparar nuevas generaciones que lo superen. El universo es infinito y a medida que abrimos puertas, entendemos esa trillada frase de Sócrates que encierra una gran profundidad “Solo sé que nada sé”