Libertad García Cabriales
La política se hace con amor, no con odio: Claudia Sheinbaum Pardo.
Toda ceremonia fundamental conlleva numerosos mensajes y significados. Lo mismo entre los poderosos que en la vida de cualquier persona. Graduaciones, matrimonios, aniversarios, investiduras, informes y hasta los funerales mismos, pueden verse, sentirse y leerse a través de lenguajes diversos. Gestos, miradas, vestimenta, palabras, invitados, espacios asignados, saludos, ausencias; entre muchas otras cosas que acompañan a los grandes ceremoniales de la vida. Forma es fondo, diría el clásico de la política nacional. Y no se equivocaba.
Pienso en ello después de asistir desde la comodidad de mi verde sillón casero a la significativa Toma de Protesta de Claudia Sheinbaum Pardo como Presidenta de la República. Desde el inicio traté de no perder detalle, porque indagadora como soy, quise atisbar precisamente lo reflejado entre líneas. Además, obviamente, más allá de eso, la ceremonia representa un parteaguas en la historia de nuestra nación. Un cambio radical. Algo impensable todavía hace unos años, la llegada de una mujer al sitial más alto del poder nacional, después de más de 200 años de independencia y muchos más de historia colonial y prehispánica. En esa dimensión es lo acontecido el pasado uno de octubre.
Así pues, primero con mi delicioso té de zacate limón en la mano y luego con algunas frutas, estuve con enorme emoción sin despegarme desde el inicio hasta el final de la transmisión, atenta a los pormenores del trascendente acto protocolario. Desde la salida de la Presidenta de su sencilla casa en Tlalpan, el recorrido del austero carro hasta la Cámara de Diputados, el descenso del automóvil y su amplia sonrisa arribando al emblemático inmueble, donde apreciamos el sobrio y a la vez floreciente vestido color marfil bordado por manos y alma oaxaqueñas. Además, el recibimiento por una comitiva plural de mujeres diputadas. Todo ello pleno de simbolismos y mensajes: la casa, el auto, el vestido, las mujeres de todos los partidos. No una mansión en Las Lomas, no un dispositivo aparatoso, no un atuendo ostentoso de marca, no una comitiva excluyente.
Y luego vino la entrada al proscenio, el decidido paso femenino desplazándose con seguridad manifiesta entre los saludos de los asistentes y la mirada atenta de los invitados de otros países. Después llegó el momento culminante, emocionante y también pleno de significados: el traspaso de la Banda Presidencial del presidente saliente a través de las manos de una mujer emblema de las luchas de género: Doña Ifigenia Martínez, quien ha partido al jardín eterno con el deber cumplido. No me alcanzarían las palabras para describir la grandeza de su ser, su honestidad, su congruencia, su incansable afán por saber y hacer patria con sus acciones. Su presencia, sus palabras en ese momento histórico y en toda su trayectoria, dejan una esencia que no muere: “Desde esta soberanía le decimos que no está sola. Qué la lucha por la justicia y la igualdad es de todas y de todos…Qué nuestras diferencias no nos dividan, sino que sean la fuente de soluciones y propuestas compartidas a los distintos retos que enfrentamos”, decía el escrito que ya no pudo leer por la honda emoción y fragilidad manifiesta.
Ya con la investidura y la banda tricolor en el pecho, vino el magistral, esperanzador primer mensaje de la nueva mandataria. A mí que me fascina analizar, desmenuzar, atisbar las palabras en los discursos de los políticos; fue una celebración escucharla, como mujer y mexicana. El poderoso mensaje feminista en primer plano: es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres… por primera vez llegamos las mujeres a conducir los destinos de nuestra hermosa nación, declaró con voz firme y lectura impecable. Y no llego sola. Llegamos todas, repitió su frase emblemática. Y no olvidemos que ella ahora tiene el poder supremo. No más abusos, acosos e impunidad. El que tenga oídos para oír que oiga, diría el nazareno.
México es un país maravilloso repitió la mandataria en la muy significativa parte histórica del documento. Nombrar también a hombres y mujeres notables y anónimos, que forjaron esta patria amada. Hacer visible quienes somos y por qué valemos a través de la identidad, la cohesión, el diálogo y el debate provocado por la reflexión histórica y reconocer así las bases de nuestra soberanía, dimanada del pueblo. Enseguida una parte sustantiva, esencial de su mensaje citando a Juárez: para que haya prosperidad, debe ser compartida…No puede haber gobierno rico con pueblo pobre…el gobernante debe vivir en la justa medianía, sin lujos parafernalias ni privilegios y que el gobierno no debe ser una carga para el pueblo. Y enfatizó enseguida: “Los y las gobernantes debemos ser honrados, honestos. El uso de las estructuras de gobierno para beneficio personal o de un grupo ensucia el servicio público…La autoridad moral es lo más importante y eso no se compra en la esquina, se construye con una sola mística, la de luchar todos los días con honradez por un México con justicia, democracia y libertad”.
El resto del discurso de la presidenta científica no tiene desperdicio. Les invito a leerlo y analizarlo. Un mensaje que, en sus conceptos, en la emoción y la razón, pinta de cuerpo entero a la nueva mandataria. Ahora esperamos los hechos. No les voy a defraudar, sentenció al cierre del discurso. Eso esperamos. Sus ojos en lágrimas entonando el Himno Nacional fueron otra manifestación de su esencia. Por su trayectoria, preparación y congruencia, yo le creo. Ojalá todos quienes están o entran a los puestos junto a ella, así entiendan y actúen.
Y quien tenga oídos para oír…