Para quienes vivimos la adolescencia y juventud en los 90-2000, tenemos muy presente una serie de tradiciones que eran todo un acontecimiento en nuestro ejido.
En la víspera del 10 de mayo, casi para festejar a las mamás con los festivales artísticos de las escuelas, así como los convivios; un grupo de chavas y chavos entusiastas nos dábamos cita en la iglesia católica.
Para algunos había sido complicado obtener el permiso de su casa para salir después de las 10 en esa noche tan especial; para otros simplemente habían postergado su estancia fuera de la casa, con el pretexto de llevarle a las mamás, sus Mañanitas.
Todos los que en medio de la oscuridad habíamos caminado en montón, sorteando el estado de ánimo de cuánto perro bravo encontrábamos por las calles, recordamos con enorme satisfacción que los mayores ya habían adaptado en una carretilla el aparato de audio que se requería para cumplir con la misión de esa noche.
Una batería de coche, donde se conectaban, el sonido estéreo que también le habían quitado a un carro y la bocina adaptada en un bote de 20 litros, que hacía el efecto perfecto de un bajo sexto, integraban el equipo de audio para que, primero, por algunos años sonara la cinta del casete y después el CD de Los Tigres del Norte, con Las Mañanitas tapatías.
El turno de cargar y rodar la carretilla siempre fue voluntario, los dueños de los equipos los cuidaban tanto, que poco nos permitían apoyar en el traslado.
Todos nos conocíamos, por lo que, de acuerdo a los presentes, armábamos la ruta para que en al menos dos horas diéramos cumplimiento con el compromiso contraído.
Apenas y se daban las 12 de la medianoche y a una sola voz (ésta contaba como ensayo) le cantábamos a la Virgen de Guadalupe Las Mañanitas.
Para que quedara reafirmada nuestra fe, había años que se las contábamos varias veces, hasta que el coro de los presentes salía bien afinando.
En el trayecto de casa a casa, convivíamos, reíamos y jugábamos; eran otros tiempos, tranquilidad, amistad y mucha hermandad.
Había casas a las que llegábamos y hasta lonches y refrescos nos regalaban, nuestras mamás sabían que llegaríamos y se preparaban para recibirnos; también íbamos a cantar a las casa de los amigos que no habían dejado salir y a las casas donde los hijos no estaban, es decir, a casi todo el ejido visitábamos.
Con los zapatos llenos de tierra, con la garganta ronca, medio desvelados, con la batería casi descargada, pero muy contentos, esa madrugada del 10 de mayo nos íbamos a casa, felices, muy felices de haber convivido con los amigos, pero sobre todo de haberle llevado Las Mañanitas a mamá.
Qué bonita tradición y qué gratos recuerdos.
“Hoy por ser día de tu santo, te venimos a cantar”
¡Felicidades mamá!
Hasta la próxima.