noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Liberación

octubre 19, 2023 | 382 vistas

Vagando por la playa de las ausencias, bajo un cielo nublado y plomizo, me encontré un día cualquiera. Mis manos acariciaban en silencio un viejo rosario de recuerdos, amarillento y gastado, que repasaba una y otra vez sin descanso como un círculo vicioso, sin principio ni final. Algunas de sus cuentas, tenían aristas y aún dolían, pero se volvió un hábito recurrente repasarlo una y otra vez. Me detuve un momento, cara al mar, contemplando el horizonte plagado de interrogantes con respuestas ocultas que no lograba descifrar, tal vez porque no me empeñaba en ello. El viento mantenía flotando mi cabello que por momentos acariciaba mi cara metiéndose a mis ojos y limitando la visión. Los dedos espumosos del mar, en su monótono deambular por la arena, acariciaban suavemente mis pies descalzos, mientras mis manos, continuaban con su recorrido eterno sobre las cuentas de mi rosario de recuerdos. La fresca sensación del agua salobre y zalamera sobre mis pies me agradó y permanecí así, quieta, sin moverme y mirando al horizonte donde el mar y el cielo parecen juntarse.

La arena, avariciosa, poco a poco se fue hundiendo bajo mis pies sin yo sentirlo, porque mi mente se perdía y divagaba mirando el horizonte en busca de esas preguntas que adivinaba sin descubrirlas. De pronto me di cuenta que me hundía en la arena poco a poco y sentí agradable, me parecía algo extraño. Cada vez me hundía más y comprendía que era por estar parada en el mismo lugar, estática sin hacer el menor esfuerzo por salir.

El peso de mi cuerpo sobre la arena y el tiempo que permanecí en el mismo lugar, contemplando el horizonte mientras me hundía sin hacer nada y viendo la vida efervescer frente a mis ojos, me hipnotizó. Pero fue tal el hundimiento que mis rodillas estaban a punto de desaparecer bajo la arena mientras la marea subía y cada vez me golpeaban más fuerte las olas. Dejaron de ser caricias para volverse azotes que dolían. Pensé que si continuaba ahí la playa me tragaría por completo y llegaría el momento en que no me podría liberar y me perdería para siempre en esa playa desierta de las ausencias sin que nadie pudiera hacer nada por mí. Mi vestido estaba empapado de agua salada y también pesaba mucho. Traté de mover los pies y ¡ya no pude! ¡Me sentí atrapada e impotente, requería de mis manos para salir de la arena ¡no! No deseaba desaparecer para siempre ¡Tendría que hacer algo! yo misma porque nadie estaba ahí. Cada quien tiene su propia playa y habrá de luchar solo por su vida. Nadie más podrá vivirla.

Suspiré profundamente, miré al mar en busca de las respuestas ocultas y un rayo de luz súbitamente, iluminó mis manos. Las contemplé por un momento y arrojé aquel inseparable rosario de recuerdos al mar, lejos, muy lejos para que no regresara más a mi playa porque sentí que me quemaba. Lo lancé con tal fuerza que se perdió para no volver más. Después de aquel acto, suspiré aliviada, de momento sentí que algo me faltaba, pero paradójicamente, también experimenté una ligereza y una vitalidad nueva. Con las manos libres, despejé mis pies de aquella pesada arena, y sentí como si hubiera crecido y de nuevo sentí que los dedos espumosos del mar besaban mis pies suavemente quitando la arena y dejándolos limpios y libres para caminar, correr, ¡saltar!. Fue una sensación gratificante. Cuando me hundía, mi perspectiva era corta, al salir de la arena, pareciera que crecí.

El viento seguía sacudiendo mi cabellera, pero lo trencé con cuidado para liberar mi cara. Podía ampliar mi visión, ya no me limitaba nada, mi vestido bordado con minutos brillantes y escarolas de días y semanas, empezó a agitarse graciosamente mientras caminaba ligera por aquella playa, dejando a mi paso algunos minutos tirados en la arena que se desprendían al andar y la pesada humedad en los bordes de mi falda, desapareció al agitarse con viento de esperanza. Las nubes adelgazadas por la fuerza del sol, se convirtieron en gotas de rocío y cayeron en mi rostro; levanté los ojos al cielo y bebí con delicia el agua dulce y fresca. Por fin salió el sol y las gaviotas graznaban alegremente en torno a mis pasos, buscando cangrejos. A lo lejos, en el mar, una embarcación se acercaba. Por la playa caminaba hacia mí, alguien con los brazos tendidos llamándome por mi nombre. Cuando estuve cerca    le pregunté:

—¿De dónde vienes?

Y sonriéndome me dijo:

—Acabo de rescatar de la arena mis pies que empezaban a hundirse sin remedio.

Pensé que mi rosario de recuerdos navegaba mar adentro, para perderse en la inmensidad acuosa. Me sentía más ligera caminando descalza sobre la arena y mi vestido de horas minutos y segundos que se agitaba ligero con el viento.

No supe por qué aquel extraño conocía mi nombre y no me puse a investigar, le sonreí, y caminamos en silencio mientras el sol del atardecer, proyectaba en la arena nuestras sombras alargándolas y el mar, acariciaba nuestros pies desnudos con sus espumosos dedos salobres, sin intentar atraparlos porque estábamos caminando ligeros.

 

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