Una nación no debe juzgarse por cómo trata a su ciudadanía con mejor posición, sino por cómo trata a quienes tienen poco o nada: Nelson Mandela.
Doña Luz y don Juventino habitan en un ejido del “cuarto distrito” tamaulipeco. Ahí nacieron hace casi ochenta años y nunca han salido de su municipio. Tienen una parcela donde siembran maíz, pero las condiciones no siempre son propicias para tener buena cosecha. Muchas veces nos apretó el hambre, dice doña Luz, pero nunca hemos querido irnos. Ni cuando la tristeza les ganó la partida hace ya muchos años, cuando su único hijo se fue al “otro lado” para nunca volver. Mi hermana nos invitaba para Victoria, pero aquí está lo nuestro, dice ella: las chivas, los recuerdos, las flores. Y el único hijo de su hijo.
Entre sus memorias, Juventino cuenta los relatos de su padre acerca del día feliz con la entrega del ejido en el cual viven. Fue a finales de los años 30 del siglo pasado cuando recibieron estas tierritas, menciona. Su padre había sido jornalero en una hacienda desde niño y cumplir el sueño de tener y sembrar su parcela propia, fue su gran orgullo, cuenta, secándose las lágrimas con sus grandes manos morenas, ajadas, cansadas, pero todavía útiles. Doña Luz, por su parte, todavía gusta de ir a traer oreganillo con su nieto para venderlo en el pueblo más cercano y comprar estambre para hacer mantelitos. Pero hambre ya no pasamos, dicen agradecidos; porque con la pensión del gobierno compran lo más necesario para su manutención.
Como los abuelos campesinos, millones de adultos mayores beneficiados al recibir una digna pensión del Gobierno mexicano. Un recurso proveniente de las contribuciones de todos, pero a través de la voluntad de un hombre que cambió la narrativa con acciones de justicia redistributiva en un país brutalmente desigual. El México que deja Andrés Manuel López Obrador después de seis años de mandato ya no será el mismo en ese contexto. Las cifras de la pobreza ya cambiaron. No lo digo yo. Lo dicen las mediciones de expertos nacionales y extranjeros. Y esto fue provocado principalmente por un aumento significativo de los salarios mínimos a las familias mexicanas. Además, con la dispersión de pensiones, becas, programas, obras, empleos y demás apoyos instrumentados durante el sexenio.
Lo sé: mucha gente no está de acuerdo con tales acciones y menos con el estilo personal del gobernante saliente. Es más, imagino el disgusto en la cara de algunos amigos y conocidos al leer esto, y lo respeto, sin juzgar las ideas de nadie y dispuesta siempre a conversar con argumentos. Lo he dicho ya parafraseando al buen Pepe Mujica: en mis jardines no cultivo el odio. Prefiero el diálogo. Desde niña me ha gustado observar mi entorno, tengo 25 años de estudiar historia y algo de análisis político, pero nunca dejo de aprender de todos, especialmente de la gente común, de quienes me hablan de sus experiencias y sus vivencias buenas y malas con sus gobiernos. Y no escribo a sueldo.
Una parte de mexicanos detesta a López Obrador. También lo sé. Y cuentan los días para que se vaya. Nadie es monedita de oro, diría el buen Cuco. Y quien entrega la banda presidencial hoy primero de octubre del año 2024 a la primera mujer presidenta, es un hombre de carne y hueso, con aciertos y errores como cualquier humano. Un político obstinado, de ideas férreas y con grandes, muy poderosos adversarios. Confieso: pese a mi filia por AMLO, en ocasiones no he estado de acuerdo con algunas de sus posturas. Pero nunca podría, nadie podría negar su liderazgo, carisma, capacidad para comunicar y penetrar en las mayorías con un discurso político potente, su congruencia, su larga lucha, la construcción de un proyecto partidista con base de izquierda y muy exitoso, estabilidad financiera con un peso fuerte y una impresionante aprobación nacional en la despedida de su mandato. Un fenómeno político, reconocen hasta sus acérrimos malquerientes.
Se dice fácil. No lo es. Andrés Manuel supo interpretar la realidad, traducir los sueños de las mayorías y construir códigos para transmitir el mensaje que logró ubicarlo como líder indiscutible en un país diverso en muchos sentidos. Lo aprendió de su larga experiencia en la “terracería”, con la gente de abajo, pero igualmente de grandes maestros, incluido un gran poeta. Primero los pobres, dijo Andrés, en una nación con mayoría en pobreza. Y cumplió en gran medida. La irrefutable evidencia es el triunfo de su partido en las recientes elecciones nacionales. Porque sin quitarle mérito a Claudia Sheinbaum, el proyecto diseñado por López Obrador, sus estrategias y acciones, fueron pieza clave de la victoria en todos los rincones de nuestra gran República. Porque, además, es sin duda el único político que conoce palmo a palmo este país.
En fin. No somos Disneylandia. Lo reconozco. Quedan muchos pendientes, especialmente con el doloroso tema violencia y combate a la corrupción. Pero me emociona ver los logros, las obras, la nueva conciencia ante la realidad nacional. A nadie le conviene la pobreza extrema, caldo de cultivo de los peores males. Era necesario, indispensable, hablar y actuar al respecto. Por el bien de todos. Incluso de los enemigos del proyecto. Y luego están las grandes obras, también polémicas. El tiempo le dará o no la razón. En lo personal mi reconocimiento a las casi mil 300 impactantes obras construidas en todo México para el mejoramiento urbano que es también humano: enormes espacios comunitarios, centros culturales, deportivos, museos, mercados, parques, plazas, vialidades, unidades de salud, archivos históricos, entre otros, de los cuales más de 200 han sido premiados por su bella arquitectura.
Lector y escritor incansable, conocedor del poder simbólico y poseedor de un conocimiento histórico poco común en los gobernantes; el presidente López Obrador sabe que su mandato será analizado con lupa. Por lo pronto, tiene casi el 80 por ciento de aprobación en su despedida, según el diario español El País, entre otras encuestas. Y eso ya es historia.
Yo le digo con aprecio: ¡hasta siempre, Presidente!