abril 26, 2025
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Alicia Caballero Galindo

Los caminos del amor

abril 25, 2025 | 72 vistas

Ramón y Sofía compartían en la Universidad de Guanajuato, algunas clases; ella estudiaba Literatura Universal y él, Letras Españolas. Tenían muchas cosas en común, pero no se atrevían a manifestarlo, por experiencias anteriores que les habían dejado malos recuerdos. Les gustaba reunirse en un lugar cercano a la facultad donde servían un café delicioso y se escuchaba por las tardes a un chico con una guitarra, interpretando baladas románticas.

Aquella tarde lluviosa, ambos se sentaron después de la clase, en una mesa apartada, platicaban animadamente, ella, tenía el hábito de tomar una servilleta limpia y hacer un corazón de origami mientras hablaban. Él, tomaba el corazón sonriendo y lo guardaba en la bolsa de su camisa.

—Ya debes tener muchos guardados.

Él, solo le dijo que sí.

Era su última reunión antes de salir de vacaciones de Navidad, ella, se iría a Celaya, su ciudad natal y él, vivía ahí, en Guanajuato. Ramón estaba decidido a pedirle que fuera su novia, venciendo el temor de ser rechazado, ya había pasado por experiencias al respecto que lo dejaron muy lastimado. Ella, amó profundamente a alguien que nunca la miró y se sentía insegura, pero cada vez que Ramón la miraba sentía mariposas en el estómago, y al mismo tiempo, tenía miedo. Cuando el mesero llegó con las tazas de café, a Sofía se le cayeron sus llaves, se agachó a recogerlas y Ramón, hizo lo mismo; quedaron tan cerca sus rostros, que sintieron que sus alientos se confundían. Fue inevitable, se besaron, dejando que sus corazones, afloraran. Fue tan solo un instante, que abrió las puertas de pasiones contenidas, anhelos guardados por largo tiempo.

Para ellos, desapareció todo lo que les rodeaba, sólo escuchaban el latir de sus corazones y el tañer de la guitarra del trovador callejero entonando una canción de amor. Pasado el momento mágico, no hubo palabras, se tomaron de la mano y sonrieron.

Al recobrar la compostura, y antes de que Ramón hablara, llegó hasta la mesa de ambos un joven que Ramón no conocía, saludó afectuosamente a Sofía diciéndole:

—Mañana paso por tí a las nueve para irnos.

Ella, sólo le respondió:

—Claro, estaré lista.

Ramón se levantó con precipitación de la mesa, arguyendo una llamada urgente, pagó en la caja los cafés y salió sin despedirse. Sofía se quedó con el corazón en la garganta por aquel beso y su partida precipitada, pero no dijo nada, nuevamente la invadió aquella sensación de indiferencia de otros tiempos.

Marcelo, el joven que la abordó era su hermano mayor que aprovechó su viaje a la capital para recoger a su hermana.

Ramón, abandonó aquel acogedor lugar y se sintió frustrado.  Se sentó en una banca cercana mientras recordaba sus traumas anteriores. ¡Cómo se pudo equivocar con ella! Estaba seguro que sentía algo por él, pero aquel joven que con tanta familiaridad la saludó…pero ¿y ese beso espontáneo? fue muy revelador, pero a lo mejor fue una equivocación. Se debatía entre la duda y revivió sus traumas de rechazo, no se atrevió a llamarla. Solamente se dejó invadir por la frustración.

Sofía, no reveló sus pensamientos a su familia, siempre fue muy reservada y no quería externar su sensación de rechazo. Sintió que aquel beso que la hizo temblar era una quimera.

Para ambos jóvenes esas vacaciones fueron un infierno porque ninguno se atrevió a hablar. Ambos pensaban el uno en el otro, aquel beso y la cercanía de sus cuerpos, los cautivo, pero al parecer, nada significó. La sensación de rechazo, que ambos tenían, era más fuerte.

Cuando reanudaron clases, dejaron de tener materias en común y no se habían encontrado en ninguna parte.

Una tarde, después de su última clase, Ramón volvió al café de siempre, se sentó en la misma mesa donde platicaba con Sofía y encontró un corazón de origami hecho con una servilleta, su corazón le dio un vuelco en el pecho, ante su significado y sonrió, descubrió que por uno de los costados decía su nombre y se estremeció. Al levantar la vista, vio a Sofía saliendo de los lavabos, y sin pensarlo, dejó sobre la mesa varios corazones que conservaba a los que él, les había escrito su nombre. Se levantó sin que ella lo viera y la miró llegar, uno a uno ella toma aquellos corazones que llevaban su nombre, reconociéndolos, Ramón se aproxima a la mesa y  la besa en el cuello murmurando:

—¿Por qué no me atreví a buscarte? Pensé que tenías compromiso.

Ella, poniéndose de pie, se cuelga de su cuello con una sonrisa radiante murmurándole al oído:

—El hombre que me buscó cuando estaba contigo, era mi hermano, no me diste tiempo de presentártelo.

Sonrieron y tomados de la mano, salieron y se sentaron en una banca, mientras escuchaban al trovador de siempre interpretando canciones de amor.

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