Por mi trabajo, he tenido la oportunidad de cubrir decenas de veces la ceremonia del Grito de Independencia.
Desde la administración del gobernador Manuel Cavazos Lerma, hasta la pasada que encabezó Cabeza de Vaca, aunque en ese sexenio, si acaso fui a dos.
Todas, desde Cavazos hasta Cabeza, han sido fastuosas. Es realmente un día importante para el gobernante en turno.
Es, quizás, el día más importante de sus gobiernos después del Informe.
Cenas, gala, solemnidad.
La ocasión lo amerita.
Pero tuve la oportunidad de cubrir dos gritos presidenciales: el de 1994, el último de la administración del presidente Carlos Salinas de Gortari y 1995, el primero de Zedillo.
En el primer caso, me tocó Palacio Nacional, ya que, por Ley, el sexto Grito lo encabezaba el mandatario en Dolores Hidalgo.
En la Ciudad de México lo encabezó el entonces secretario de Hacienda, Pedro Aspe. Ahí en los patios centrales de Palacio Nacional se sirvió una lujosísima cena, nada mexicana, por cierto con invitados entre empresarios, políticos y nadie del “pueblo bueno”.
Dieron una ensalada de espárragos con salsa de ciruela, una sopa de aguacate (que fue lo más mexicano que hubo), caviar, pato al horno y de postre flan napolitano. Dieron bocadillos al por mayor. De beber, champaña, coñac, vino blanco y agua de frutas tropicales. Como digestivo: amaretto.
Hubo muchísimos lujos. Nunca había visto tanto lujo en un solo momento: cubiertos de plata, vajilla de porcelana. Los adornos al interior de Palacio eran impresionantes. Esos sí, la mayor parte de ellos, sí eran alusivos a las fiestas patrias.
Al año siguiente, me tocó el primer Grito del presidente Zedillo. Iba como grabador. Mi asignación era grabar las entrevistas que les hicieran a los funcionarios. Se instaló una mini sala de prensa a un lado del Salón Embajadores para mandar por teléfono el sonido de cada entrevista a la sala de prensa general de Palacio Nacional.
La cena se dividió en tres sectores. Una en ese Salón de Embajadores, con los invitados especiales: embajadores y secretarios con sus esposas. Eso sí, la comida mexicana fue más abundante. Si mal no recuerdo les sirvieron sopa azteca, mixiote al horno, y de postre chongos zamoranos y pate con queso. Las bebidas sí eran variadas.
La otra cena fue en uno de los patios centrales del recinto. Ahí estaba el resto de políticos como legisladores, senadores, subsecretarios, empresarios. Allí bajó el presidente con su esposa Nilda Patricia. La cena también fue muy mexicana: pozole, pero bastante exótico. Carne deshebrada, una especie como de sopes y de postre, pastel.
La tercera cena fue en la sala de prensa para todos los periodistas y corresponsales internacionales. Fue más austera, sin embargo, sirvieron de todo. Fue taquiza, pero con guisos muy exquisitos.
Según me contaba mi papá, que le tocó cubrir ceremonias desde Díaz Ordaz hasta Miguel de la Madrid, pasando por Echeverría y López Portillo, las ceremonias eran un derroche de lujos en Palacio Nacional.
En Victoria, recuerdo que después del Grito se iban al Casino Victorense. Luego se hizo ahí mismo en Palacio, pero con invitados muy especiales.
Ahora fue con una comida general en ese sitio. Algo diferente.
EN CINCO PALABRAS.- La patria es primero, dicen.
PUNTO FINAL.- “Lo más hermoso de esta vida es aquello que un día se tuvo y ahora ya no se tiene”: Cirilo Stofenmacher.
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