Libertad García Cabriales.
A la memoria del doctor Francisco Hernández Ayala, por su ejemplo.
Confieso. No sabía nada de la Casa de los Famosos hasta hace unos días unos cuando unos adolescentes discutían apasionadamente del tema en la fila del súper. Intrigada, llegando a casa me fui con San Google para saber quiénes eran los famosos de un concurso televisivo, que según dicen tuvo en vilo a gran parte del país. Famosos. Uff. Y me pregunto: ¿quién los lleva a la fama, por qué son famosos, cuáles características los definen? Complejo responder, pues hay famosos de todo tipo y también quienes tienen sólo quince minutos de fama como diría Warhol.
El Diccionario de la Real Academia define a la fama como la opinión que tiene la gente de alguien o de algo. Y no siempre es buena, también hay mala fama. Pero en nuestros tiempos, los famosos parece ser algo así como un oráculo. Escuchar a los jóvenes hablar con tanta pasión del tema, refleja muchas cosas. Los famosos se convierten en líderes de opinión para la juventud, casi gurús que dictan, no sólo modas, sino conductas. Ejemplos sobran.
Una de ellas es la famosísima Taylor Swift, cantante norteamericana, seguida por legiones de fanáticos. Con una fortuna calculada en 740 millones de dólares por la revista Forbes, la estrella del espectáculo se ha sentado en su trono convertida en todo un fenómeno social y económico. Recientemente como parte de la gira más rentable del pop en el mundo, estuvo en México por vez primera y se calcula una derrama de más de mil millones de pesos. Con propiedades espectaculares en varias ciudades del mundo, las marcas de ropa se pelean por vestirla y se puede dar el lujo de tener aviones carísimos y gatos de raza pura valuados en miles de dólares. Por esa vida de princesa de cuento, la famosa Taylor es venerada e imitada por millones de jóvenes y no tan jóvenes, pues hasta el ministro Saldívar fue a lucirse al concierto. Y Taylor, a sus 33 años sigue cosechando tanta fama y dólares como amores contrariados, No se puede tener todo, decía mi abuela.
De los famosos y sus claroscuros se puede platicar mucho, la locura que provocan y se provocan, los afanes por imitarlos, los negocios millonarios propios y a su costa, sus acciones filantrópicas etc. etc. Pero no es ese mi tema fundamental en este texto, sino la buena fama que también existe en otros entornos y no se construye con escándalos, sino con acciones y procesos en ayuda a los demás. La buena fama capaz de transformar personas y comunidades, forjada en el trabajo de muchos años, en las virtudes humanas y la capacidad de dar al prójimo. Así la vida de un hombre que recién concluyó su residencia en la tierra, pero deja un gran legado con su ser y hacer en nuestra región: Francisco Hernández Ayala.
Nacido en el municipio de Hidalgo, médico de profesión, formado en la UNAM y especializado en pediatría, regresó a nuestra Victoria para entregarse a su vocación por más de 50 años y demostrarlo con miles acciones que hablan de su ejemplar humanismo. Egresado de la primera generación de pediatras del Centro Médico Nacional, fue fundador de las tres primeras salas de pediatría en nuestra ciudad y empezó a ejercer cuando Victoria contaba con muy escasa estructura hospitalaria Así lo consigna en una entrevista para este Diario, donde además subrayó la importancia que le daba al paciente como centro de su profesión. Miles de testimonios hay al respecto, porque para el doctor Hernández no había día ni noche, ni fines de semana que no estuviera dispuesto para atender a un niño enfermo. Me tocó tratarlo cuando llegamos a esta ciudad con mis hijas pequeñas y pude constatar su dedicación y profesionalismo en su consultorio frente al río. También mis nietos pasaron por sus manos expertas. Muchos tenemos mucho para agradecerle. Un pediatra siempre consciente de lo vulnerable que nos sentimos los padres cuando un hijo se enferma.
Ahora que ha emprendido su viaje al jardín eterno, podemos decir sin ambages: el doctor Hernández Ayala se ganó con creces su buena fama en la región. Qué lo sepan los niños y los jóvenes. No todo es farándula, hay gente valerosa salvando vidas, construyendo patria, enlazándose a las necesidades del prójimo. Esos ejemplos de valor y valores necesitamos en las ciudades. El inolvidable pediatra así lo vivió y transmitió. Un médico honesto, no seducido por el lucro, ni la ostentación, pero generador de una riqueza inmaterial que nos beneficia a todos: salud y ejemplo de humanismo.
Buen padre y abuelo, desde aquí mi abrazo y solidaridad a su apreciada familia. Dos hijos buenos médicos siguen ya su ejemplo. Y muchos otros profesionistas para quienes fue maestro y tienen el compromiso de continuar su legado. Ganar buena fama con tiempo y trabajo y dejar buen recuerdo no es cosa fácil, ni se ve frecuentemente. El doctor Hernández Ayala lo logró. Vive su ejemplo.