diciembre 14, 2024
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Los vaqueros tamaulipecos

julio 5, 2024 | 180 vistas

“Iban a ver unos toros que lazaron la otra vez” es un fragmento de un corrido de antaño, que mucho distingue a la gente de campo y de a caballo.

Las historias en torno a situaciones vividas, anécdotas y pláticas de aquella época en la que el manejo del ganado se realizaba en un buen caballo y en grandes extensiones de terreno han sido bastas y diversas.

Es que, en los ejidos de la región, antes de que se llevara a cabo el deslinde de parcelas, los potreros de uso común daban la oportunidad a los ejidatarios y rancheros de criar ganado de manera libre; de igual manera se desarrollaba esta actividad en los ranchos, donde las técnicas modernas de pastoreo aún no llegaban.

En aquellos potreros, agostaderos, llanos y lomas, la vegetación era muy uniforme, el mezquite, huizache, guajillo, y las soberbias gavias, junto al pasto nativo, eran el alimento rudimentario para aquel tipo de ganado criollo cruzado con cebú.

En los grandes ranchos el principal cultivo era el henequén, por lo que, en las calles y callejones del mismo, se daba la oportunidad para el desarrollo del ganado.

En nuestros días, éste tipo de ganadería se sigue practicando, sobre todo, en las zonas serranas, solo que, con la presencia de razas europeas, cómo Beefmaster, Brangus y Charolais, lo que facilita en cierta medida, el manejo del mismo.

En aquellos años, los vaqueros, a los que les viene correctamente el nombre de los manejadores del ganado, desarrollaban habilidades y destrezas que los hacía bragados y se les reconocía en la región.

Éste tipo de hombres, sabían a la perfección, amansar un caballo para luego convertirlo en su fiel compañero y su principal aliado en las jornadas.

Vestían de mezclilla, con botín o bota de trabajo, sobre su atuendo cotidiano, usaban cotón, una chamarra de piel, tipo cuera, que los protegía de ramas y espinas, en la montura, la cual era vaquera, con arciones de sudadero, estribos con tapas de vaqueta y cantina, se colocaban las armas, las cuales son un par de hojas de cuero de res curtido, atado a la altura de la cabeza de la silla y de un tamaño considerable, que cubriera a la perfección las piernas del jinete.

Completaban sus herramientas de trabajo, dos reatas para lazar, algunas veces de algodón, otras tantas de cuero crudo trenzado, mejor conocidas como correa, en los tientos de la montura, cuarta con pajuela larga, un mecate de ixtle con destorcedor por algún becerro que encontraran, el cuerno de vaca perforado por la punta, lo que lo convertía en una trompeta para llamar al rebaño y siempre, siempre con barbiquejo un sombrero norteño o un charal, cuando éste era de palma y se forraba de lona.

A éste tipo de hombres se les vio correr en su caballo a toda velocidad entre los matorrales, con la soga en una mano y en la otra la rienda de su fiel amigo; cuando llegaron por la vereda que daba a un terreno medio limpio, se acercó a ese novillo, que emprendía la huida, tiro el lazo y de los cuernos lo apretó; toda una algarabía el acertar la lazada y detener el paso de un animal que pesaba más de 400 kilogramos; efectivamente, estos son los hombres que emulan al “cuerudo”  y que le dieron letras al corrido de “El tamaulipeco”.

La anterior descripción, es para recordar que no hace mucho tiempo, este tipo de vaqueros abundaban en la región, las prácticas modernas de la ganadería, han ido supliendo poco a poco su participación en las tan famosas campeadas, pero los vaqueros seguimos ahí, camuflados entre los ciudadanos comunes, sin tener que reclamar algún reconocimiento.

Esta semana, en la Capital del estado, las redes sociales dieron cuenta de ello, hubo quienes, a don Ramón, héroe por salvar una vida humana en el río San Marcos, lo llamaron “cowboy al estilo viejo oeste” por la destreza con la que de manera normal actuó al tirar su lazada, hubo quienes a su reata de lazar la llamaron cuerda o piola, pero insisto, como bien lo dice el amigo con toda humildad, el solo hizo lo que en su lugar cualquier otro vaquero hubiera hecho.

Lo preocupante de esta situación, es que la mayoría de la población de la ciudad, viniendo de una cultura campirana o teniendo en su mayoría relación u origen en el campo, hoy desconozcan éste tipo de prácticas ecuestres, que apenas cruzando el libramiento Naciones Unidas podemos encontrar.

Ellos son hombres de trabajo, acostumbrados a vivir en el monte, a dormir bajo las estrellas, concentrados como las águilas y llenos de toda humildad; hoy en ellos reconocemos parte de nuestra cultura tamaulipeca, hoy y siempre a ellos les enviamos nuestro respeto.

Hasta la próxima.

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