Libertad García Cabriales.
Se necesita a alguien muy valiente para ser madre, alguien muy fuerte para criar un niño y alguien muy especial para amar a otro más que a sí misma: Lilly Ansen.
El día que Modesta llegó a trabajar a la ciudad, el calor estaba impresionante. Había dejado el aire fresco de su casa en la madre sierra para venir a trabajar cuidando a un anciano. Pero no era sólo el frescor de la montaña lo que añoraba; echaba de menos a sus cuatro hijos, quienes habían quedado al cuidado de su madre inválida. Por ellos trabajo, dijo: por darles comida y escuela a mis niños, para comprarle las medicinas a mi madre. Y no ha sido fácil: vivir con una familia que no es la suya, pasar algunas noches en vela, hacer el quehacer asignado, esperando con ilusión la llegada del sábado para abrazar a sus amados.
En la misma ciudad vive Claudia. Al contrario de Modesta, no necesita trabajar y parece tener todo para ser feliz. Pero sin que nadie lo sepa acude al siquiatra cada semana. Se siente vacía, llora mucho en silencio y a pesar de las pastillas recetadas, no encuentra su lugar en ningún lado. Es joven, bella y también es madre, pero sus hijos adolescentes poco se detienen a conversar con ella. Menos su marido, quien viaja mucho por trabajo. Eso sí, le han dado a elegir para este Día de Madres, entre un juego de esmeraldas encargadas a Colombia expresamente o una bolsa Dior de colección. Ella finge, pero no le emociona nada, ya ni ver fotos en redes sociales, donde antes pasaba tantas horas. Es una más de la abultada estadística de madres jóvenes con serios problemas depresivos.
En otro sector vive Zinnia, quien dedica la vida a su pequeña familia. Se levanta a las cinco de la mañana para hornear pasteles y salir a vender después de llevar a sus hijos a la escuela. Pese a tener título, experiencia y maestría, no ha encontrado trabajo fijo desde hace años, lo cual dificulta mucho la economía familiar. Pero no se vence: Es el amor a mi familia, por ellos sigo adelante, pero es triste ver que los buenos trabajos los consiguen por amiguismo, dice con desazón. En una sociedad de numerosas demandas, el desempleo se convierte en una losa pesada para muchas madres jóvenes como Zinnia, quienes, pese a estar preparadas, se obligan a buscar el sustento de mil maneras.
Doña Petra es otro ejemplo. Ella se sigue diciendo madre, aunque su único hijo está desaparecido desde hace años. Uno nunca deja de ser madre, aunque se muera, señala; y aun cuando tus hijos no estén. Es el único amor eterno, me dijo un día con sus ojos rasados con agua salada. Su hijo salió un día a la escuela y nunca volvió. Vive pegada al teléfono y cuando no puede, encarga a una comadre esperar la ansiada llamada. Una madre siempre está hecha de recuerdos: la caída del primer diente, su primer uniforme, la piñata en su cumpleaños, la fiesta del 10 de mayo, la hora de la cena. Memoria y esperanza sostienen a Doña Petra y sigue esperando la llamada junto a una foto de su hijo.
Muchas madres como ellas, muchas formas de vivir la maternidad; pero la esencia es la misma. Salvo contadísimas excepciones, a todas las madres nos define el infinito amor. Y el temor frente a un mundo cada vez complejo, violento, inequitativo, en permanente crisis. No importa la condición social. Nadie podría negarlo: los escenarios cambiaron radicalmente en las últimas décadas. Cada día más madres salen a trabajar y eso ha transformado las dinámicas de los hogares. Los roles antes tan marcados con un jefe de hogar, se han transformado según el caso y a muchas mujeres les toca llevar gran parte en el sostenimiento de la casa.
Pero más allá de las finanzas familiares, las madres siguen siendo en su mayoría las sustentadoras de la crianza, la integración familiar, los valores humanos, el cultivo cotidiano del amor. Algo que poco se reconoce y menos todavía se remunera. Piense usted en su madre o en sus tareas de madre. No hay tregua para ello. Es un trabajo 24/7. No hay amor como el de madre. Falibles, imperfectas, vulnerables, nadie podrá soslayar el valor de una madre en la construcción de una sociedad. La voluntad para alimentar cuerpo y espíritu al mismo tiempo. La fortaleza para ser y hacer proezas cotidianas.
En tiempos de la llamada “inteligencia artificial” yo sigo apostando por la naturaleza de una madre y por la madre naturaleza. La inteligencia natural, no para formar genios, sino buenas personas, capaces de ser felices. Ninguna máquina nos brinda la fuerza de la ternura, ni la oración poderosa; la voz, la mirada de una madre que adivina el pensamiento, nuestro refugio en cualquier adversidad. Mientras escribo pienso en mis abuelas, mi madre, mis hijas, mis hermanas, mis amigas, mis maestras y tantas madres más del pasado y el presente. Ya lo dijo Balzac: “jamás en la vida encontraremos ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de una madre”.
¡Abrazo para todas!