Libertad García Cabriales.
Enseñar es un ejercicio de inmortalidad: Rubén Alves.
La noticia le dio la vuelta al país. Un padre de familia llegó al salón de clases en una escuela y con una enorme pistola encañonó al maestro, argumentando haber sido injusto por sancionar a su hijo. Y no es un hecho aislado, pues en muchísimos centros educativos se reportan casos de maestros amenazados, incluso agredidos en el ejercicio de su práctica docente. En ese contexto, cómo olvidar la dolorosa pérdida de la maestra asesinada por un alumno en Monterrey, en un caso extremo de la violencia escolar en tiempos de creciente sinrazón.
Y no sólo los alumnos y sus padres son causantes de violencia escolar; también se habla mucho de las agresiones, abusos y extorsiones de directivos y jefes escolares hacia los maestros en todos los niveles educativos. Hace algún tiempo una amiga maestra me platicaba de las experiencias de varios profesores en su secundaria que eran obligados con violencia verbal a darle jugosas cuotas a su directora, según para trámites de ascensos y mejoras escolares ficticias. Maestros que por miedo a perder el trabajo o padecer represalias acceden forzados. Y luego está el tema político. Cuántas historias hemos conocido de maestros amenazados y “castigados” por participar apoyando a candidatos y partidos ajenos a “la línea” dada por los jerarcas.
Las universidades no son la excepción, pues a pesar de la premisa de “universalidad” que las rige, a pesar de la sentencia “vasconceliana” de una educación libre y liberadora, a pesar de los bellos lemas y los fundamentos legales; en muchas escuelas de educación superior todavía se padece miedo, represión, amenaza y hasta despidos injustos a buenos maestros sólo por pensar distinto, por disentir, por enarbolar ideas libertarias. Algo que contradice la esencia universitaria y termina dañando a la institución entera, porque quienes son ciegos a la diferencia, terminan por caer. Un buen directivo (en cualquier espacio) debiera aprender a crecer con el viento en contra. Reconocer a los maestros que han sobrevivido con dignidad a demasiados infiernos sería un acto de gallardía. Pero nada de eso parecen entender, por desgracia, quienes teniendo dinero, carecen de bien y traicionan su oportunidad de hacer buena historia.
Con todo, el tiempo ha demostrado que un profesor con valor y vocación va más allá y siempre está dispuesto a compartir el conocimiento, aun cuando pretendan arrebatarle su derecho a enseñar. Porque hay algo que nunca comprenderán quienes amenazan; y es la riqueza incalculable que da el saber y el poder transmitirlo con libertad. Todo puede comprarse, dice Nuccio Ordine, pero no el conocimiento y al compartirlo damos vida al milagro de un proceso virtuoso donde se enriquece al mismo tiempo, quien da y quien recibe: “el saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo”.
Y ese proceso milagroso se sigue dando cada día en cada escuela, pero también fuera de ella, pues lo que toca un maestro en la vida de un alumno trasciende el espacio y el tiempo. Hace unos días lo confirmé con una película turca entrañable y altamente recomendable: Mucize, el milagro. Basada en un caso real, relata la experiencia de un profesor, quien acude a una localidad remota y logra tocar, inspirar, transformar la vida de una comunidad con su pasión y entrega. Una cinta con una fotografía fascinante, actuaciones magistrales y un mensaje inolvidable. No les cuento más, mejor véanla y confirmen el inmenso valor de un buen educador.
En mi corazón siempre todos los buenos profesores y escuelas que me formaron en todos los niveles educativos. Docentes capaces de tocar con sus enseñanzas las vidas de sus alumnos para siempre. Mientras escribo, pienso en mis maestros fallecidos ya, pero inmortales gracias al saber transmitido. Fernando Savater, quien bastante sabe del tema, señala que para educar se requiere valor y valores: “Educar es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana”. Tiene razón el filósofo, así lo hacen quienes se levantan todos los días para educar, pese a todas las piedras del camino. Maestros que cotidianamente emprenden una de las más trascendentes tareas: “remediar la ignorancia con la que naturalmente todos venimos al mundo”. Pero sobre todo maestros que desean principalmente enseñar a pensar, a imaginar, a respetar al diferente, a querer saber más para cambiar vidas.
A esos maestros y maestras celebro en este mayo de hermosas flores amarillas. A los maestros que me dieron las certezas, pero también a quienes me enseñaron a dudar. A los que me trasmitieron el alimento de la humana ternura, pero también a quienes con su conciencia me enseñaron a luchar contra lo indeseable. A ellos me he sumado en un quehacer que me enorgullece y alienta desde hace casi 15 años. Ojalá que cada día haya menos miedos y más milagros para construir esperanza a través de la enseñanza. Ojalá.