Alfredo Arcos
La tarde del domingo 13 de marzo llovieron mensajes de WhasApp a mi móvil, en todos se me informaba de la muerte del escritor Mario Vargas Llosa. Quienes me conocen saben de lo importante que para mí fue el novelista peruano. Lo traté una sola vez, en Madrid, corría el año 1999. El lugar del encuentro fue la Casa de América, no lejos de La Cibeles. El día debió ser un 19 de abril porque, junto a otros intelectuales, se recordaba a Octavio Paz a un año de su fallecimiento. Lucía físicamente en forma y vestía de manera formal.
Recuerdo el escueto cruce de palabras: “Mario, permítame estrechar su mano… ¿cómo va la novela de Trujillo?” (Quienes leíamos su columna para El País, “Piedra de toque”, sabíamos que algo se cocinaba sobre el dictador dominicano. Se publicaría al año siguiente bajo el título de La fiesta del chivo). A lo que respondió “Ahí va, ya está casi lista. Y… cómo van las cosas en su país, ¡Colombia!” (Los signos de exclamación son míos.
Me ocurre cada tanto que mis interlocutores, los no habituados, en una primera impresión no ubiquen mi acento como mexicano). Su gran novela fue La guerra del fin del mundo, donde recrea un hecho histórico, acontecido en los albores de la república del Brasil, donde un grupo de campesinos, liderados por un personaje mesiánico, se rebela contra el gobierno. También atendibles: La ciudad y los perros, esta obra marca su debut y el inicio del boom latinoamericano, en ella, basándose en su paso por el Leoncio Pardo, recrea la crueldad de una banda de adolescentes internados en un colegio militar.
En ‘Conversación en la catedral’ novela la degradación social en la vida pública durante la dictadura de Manuel Odría. Es en las páginas de esta obra donde uno de sus personajes lanza la pregunta: ¿En qué momento se jodió el Perú? La Casa verde es toda pirotecnia, es el Vargas Llosa más experimental (junto con el relato de Los Cachorros), en total estado de gracia nuestro autor lleva al extremo los juegos narrativos de saltos en el tiempo y el espacio. Con ‘Pantaleón y las visitadoras’, el humor se hace presente al contarnos las peripecias de un militar al que se le ha encomendado imponer rigor castrense, en el ejercicio de sus tareas, a un grupo de sexoservidoras. En la misma línea, y desternillados de la risa, se pueden leer ‘La tía Julia y el escribidor’, ‘Elogio de madrastra’ y ‘Los cuadernos de don Rigoberto’. Los demonios de la política lo acecharon.
En 1990 compitió por la presidencia de su país; para beneficio de sus lectores, pierde aquella elección. En México no olvidamos que en un debate televisivo caracterizó al gobierno priista de aquel entonces como “la dictadura perfecta”. Fue un intelectual decente y arriesgado; fue valiente al denunciar lo que a su juicio representaban retrocesos en las conquistas liberales en Hispanoamérica.
Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, pero su infancia transcurre en la ciudad boliviana de Cochabamba. Ahí, a los cinco años, aprendió a leer y calificó ese hecho como lo más importante que le había pasado en la vida. Es muy larga la lista de libros a los que llegué por recomendación suya. En 2010 se le otorgó el Premio Nobel en Literatura. Hemos perdido a un autor fundamental, un fuera de serie.