Lo vi partir en silencio. Una noche pensando que ya estaba dormida, salió con sigilo de la recámara y al salir de la casa llevaba una pequeña maleta. Pensó que no me daría cuenta de su partida, hasta que despertara, pero lo que no percibió, fue ese sexto sentido que nos asiste a las mujeres. Después de más de quince años juntos, no me di cuenta en qué momento, la rutina fue como un cáncer que lentamente, rompía el encanto de aquellos lejanos días. El distanciamiento crecía insensiblemente aquellas noches que permanecíamos despiertos en la oscuridad de la alcoba, compartiendo inquietudes, planes, incidencias del día a día, como cómplices, riendo y soñando, se fueron acallando por el cansancio y la diversidad de las actividades diarias. Las hijas crecieron, viven en sus propios mundos y nosotros inmersos en diario quehacer, poco a poco, perdimos comunicación, hasta llegar a este punto.
Cuando sentí abrirse la puerta principal, me acodé en el balcón y lo vi alejarse sin mirar atrás, seguro de sus acciones, la luna llena, iluminaba el cielo sin nubes, en otro momento, estaríamos juntos contemplando el espectáculo y soñando. Sentí un gran vacío en el alma, porque, al final de cuentas, aunque también sentía un hastío en el alma, nunca me atrevería a dejarlo, aprendí a depender de él, y pensé que no podría sola con mi propia existencia, las lágrimas resbalaban por mi rostro incontenibles, mientras él se perdía a la distancia. Una lechuza con vuelo silencioso pasó cerca de mí y se posó en el árbol del jardín, emitiendo su monótona canción, tal vez, buscando pareja. Sentí una ráfaga de viento helado que me hizo estremecer, cerré el balcón y me sentí extraña en mi propia casa. Mis hijas, ajenas a mi tragedia, dormían en sus habitaciones.
Me dirigí a la cocina en busca de un vaso con agua, porque sentía seca la boca …y el alma.
Ni una carta, ni una nota de despedida, así simplemente se fue. Mi vida giraba en torno a él, aunque tenía independencia económica, todo giraba en torno a ese hombre. Después de tantos años juntos, sencillamente decidió marcharse, sin dar la cara, sin explicación alguna, como si yo fuera un mueble viejo, parte de una decoración caduca que ya no le gustaba. La noche transcurrió, lenta, pesada.
Qué les diría a mis hijas, cómo tomarían la partida de su padre, sentí que toda mi vida perdía sentido, pasaron por mi mente como una ráfaga veloz desde el momento que nos conocimos, hasta ese aciago abandono.
Cuando mis hijas se enteraron de su partida, me consolaron, no dijeron nada de su padre, pero estaban conmigo y no era nada del otro mundo, seguiríamos adelante sin él. Me sorprendió su respuesta, era yo quien sentía que el mundo se terminaba. Comprendí que dependía de él para todo.
Los días parecían no tener sentido desde aquella noche, supe que se comunicó con sus hijas y las apoyaría en sus estudios, pero deseaba irse de la casa, así sin explicación alguna. Ellas lo aceptaron con ciertas reservas, pero se adaptaron a los cambios, entonces, entendí que era yo quien debía cambiar.
Después de tocar fondo y sentir deseos de terminar con mi vida, me di cuenta que él, vivía feliz sin mí, y mis hijas, al fin jóvenes, se adaptan a los cambios de la vida. Entendí de golpe, la necesidad de levantarme. Si puede vivir sin mí, yo aprenderé a vivir sin él. Entendí que viví cautiva en una jaula que yo misma construí durante muchos años y estaba sintiendo, lo mismo que un ave que de pronto ve la puerta abierta de la jaula en que vivió por mucho tiempo. Primero, se llenó de miedo al tener que enfrentar un mundo incierto, luego, salió, contempló el horizonte infinito, sintió que sus alas son poderosas, fuertes, las agitó y descubrió que ¡podía volar!, sin límites ni falsas rejas.
Insensiblemente mientras me miraba al espejo, recapacité y me dije: “yo soy yo, sin cortapisas ni limitaciones, puedo crecer y explorar un mundo de oportunidades, sin miedo, confiando en mí misma. Puedo, creo en mí, valgo por lo que soy, tengo la capacidad de escribir mi historia en el libro de la vida, soy respetada, porque me respeto a mí misma y valoro mi potencial y mi existencia.
Aprendí la lección nadie muere por otra persona, cada ser vivo es responsable del maravilloso Don de la vida, otorgado por esa fuerza superior que rige el universo, nadie es “la media naranja” de otra persona porque somos autónomos, autosuficientes y responsables de nuestra propia existencia. Hoy disfruto mi autonomía, a veces, la soledad es buena y la disfruto, porque sostengo diálogos con yo interior.
Hace algunos días, me encontré con él, ha pasado tiempo desde aquel día aciago que lo vi partir llena de dolor y de miedo. Ya no soy la misma. Aprendí a volar sin sus alas, y no quiero volver a ninguna jaula, me adueñé de mi vida y es mi responsabilidad lo que haga con ella, a nadie puedo culpar de mis experiencias. Lo miro con ojos distintos, si desea volver y lo acepto, es porque tiene claro que escribiremos juntos una nueva historia de la que yo, seré coautora. La moneda está en el aire y la decisión puede ser cualquiera. De lo que sí estoy segura es que jamás permitiré que corten mis alas o me encierren en ninguna jaula. Nacimos libres y debemos defender nuestra esencia, para marcar el camino natural de la evolución de nuestra especie.