María José Zorrilla
A finales de los sesenta, el profesor Zimpardo de la Universidad de Stanford realizó un experimento de psicología social en Estados Unidos. Dejó dos autos idénticos abandonados. Uno en el Bronx entonces una zona conflictiva y pobre de Nueva York y otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. La intención era conocer cuál sería el comportamiento de dos barrios con poblaciones muy diferentes. Como se podrán imaginar el auto en el Bronx comenzó a ser desmantelado y vandalizado en pocas horas. Lo aprovechable lo utilizaron y lo demás lo destruyeron. Mientras tanto, el auto de Palo Alto se mantuvo intacto. Y aunque hay una tendencia a imaginar que la pobreza es causalidad de mayores delitos, resulta que después de una semana que el carro en California estaba intacto, los investigadores rompieron a propósito un vidrio del auto de Palo Alto. Una vez la ventana rota, se desató el mismo proceso que en el Bronx de destrucción, robo y vandalismo. De acuerdo a los investigadores un vidrio roto en un auto abandonado trasmite la idea de deterioro, desinterés, despreocupación y se van rompiendo los códigos de convivencia, de normas como lo enuncia Daniel Eskibel en su investigación sobre este experimento. Cada ataque al auto confirma la falta de ley y reafirma esta idea de falta de autoridad hasta que la escalada de la violencia se vuelve incontenible. Años posteriores los investigadores Wilson y Kelling, realizaron experimentos similares, formularon la Teoría de las Ventanas Rotas y concluyeron que, aunque desde un punto de vista criminológico el delito es mayor en zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores, es una realidad que en cualquier lugar donde impere el desorden se empieza una escalada mayor de violencia y delincuencia. Lo mismo sucede en cuestiones de tránsito. Si ante pequeñas faltas a la hora de conducir son permitidas, cada vez el caos será peor. Igual en un parque donde empieza a reinar el descuido y la basura, al rato será un lugar peligroso por no decir imposible visitar. A mediados de los 80 se empezó a poner en práctica esta teoría primero en el Metro de Nueva York combatiendo grafitis, ebriedad en público, robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Nueva York modificó mucho el comportamiento de la comunidad bajo la premisa de la ventana rota y tolerancia cero. A veces el código de tolerancia cero podría resultar muy agresivo, pero funciona. Aplica hacia todos lados, hacia el que viola la ley como ante la prepotencia de la autoridad ante el delincuente. No se trata de tolerancia cero hacia el delincuente, se trata de tolerancia cero hacia el delito. México necesita empezar a reparar esa ventana rota de casi dos millones de kilómetros cuadrados. No hablamos de vandalismo hacia el auto abandonado, sino un problema que abarca muchos ámbitos. La ventana rota le ha pegado al agricultor, al empresario, al vendedor, al gobernante, al gobernado, al comensal, al transeúnte, a las mujeres, a las madres buscadoras. Se han abandonado territorios enteros como sucede en Michoacán, Guerrero, Guanajuato, Estado de México, Chiapas, Zacatecas, Tamaulipas, Sinaloa. Más allá de un vecindario donde se rompen las reglas cívicas y el vandalismo desata conductas criminales, estamos pensando en nuestro país. Recientemente, el Ministro del Interior de Francia utilizó el término mexicanización para hablar de la violencia, la entropía, como consecuencia del tráfico de drogas en su país. Este término, que viene de la física, habla del desorden de un sistema. Por ejemplo, el desorden de las moléculas en una masa y se aplica en psicología para hacer referencia al desorden y a la cantidad de incertidumbre que hay en la vida de un lugar ante la violencia y la criminalidad. México empieza a ser referente de esta entropía. Vaya triste ejemplo a exportar.