Catón
Mi gran amigo José Cárdenas Cavazos, hombre sabio y sencillo al mismo tiempo, tiene un único vicio: no tiene ningún vicio. A pesar de eso su trato es agradable, su conversación amena y su generosidad inacabable. Siendo muy joven fue director de la Facultad de Contaduría Pública y Administración, uno de los mayores planteles de la Universidad Autónoma de Nuevo León, señera casa de estudios a la que tanto quiero por tantos y tan diversos motivos. Al paso de los años Pepe llegó a ser rector de la Universidad Pedagógica de Cadereyta, donde junto con aquel insigne mexicano, don Gilberto Rincón Gallardo, llevó a cabo una brillante labor, que se extendió luego a todo el país, a fin de preparar a las personas de capacidades diferentes para ingresar en el campo laboral. Por obra y gracia de Pepe Cárdenas tuve el honor de ser admitido en La Hora Bohemia, ilustre asociación dedicada a salvar del olvido las canciones inolvidables. Funcionaba en una antigua casona de la calle de Isaac Garza, y tenía como anfitrión al maestro Porfirio Alfaro, de felicísima memoria. Las sesiones de La hora Bohemia eran solemnes; se sujetaban a un ritual que todos sus socios obedecíamos. La noche empezaba con la interpretación, a cargo de los presentes, de la canción «Clavel del aire», himno oficial del grupo, de pie, la mano derecha puesta sobre el corazón. Aquello era algo muy de verse, si bien no tanto de oírse. Luego alguien disertaba sobre el compositor cuyas canciones íbamos a escuchar -Guty, Palmerín, Esparza Oteo, Grever, Curiel, Garrido, Lara-, y tras oírlas, reverentes, las comentábamos en letra y música. El resto de la sesión lo dedicábamos a emborracharnos, mitad de vino, mitad de sentimiento, menos Pepe y el maestro Alfaro, guardianes del buen orden y decoro de la agrupación. Salíamos a la calle cuando ya el sol asomaba sus doradas pompas sobre el Cerro de la Silla, y luego cada quien tomaba su rumbo, incluso los que no teníamos ninguno. Aquellos eran tiempos, digo yo que tantos he vivido. También por Pepe Cárdenas conocí Taxco, maravilla de México, donde el arte de la platería alcanza su máxima expresión en el mundo, y cuya iglesia de Santa Prisca deslumbra al mismo tiempo los ojos del cuerpo y los del alma. Después regresé yo a Taxco con la amada eterna, y sucedió que el príncipe Felipe de España se hallaba de visita en la antigua y señorial ciudad. Un reportero de la televisión española le preguntó a mi esposa qué le parecía Felipe. «Es guapísimo -respondió ella-. Es un príncipe de cuento de hadas». Cuando el sucesor de Juan Carlos fue coronado rey de España pasaron aquel documental. Apareció en él mi señora, jovencísima, bellísima. No pude verla bien. Los ojos se me nublaron, quién sabe por qué. Ahora me entero de que Taxco, lo mismo que muchas otras ciudades mexicanas, es víctima de la criminalidad, hasta el punto en que muchas tiendas y talleres de platería han debido cerrar sus puertas ante las amenazas y extorsiones de los delincuentes. En todo el país las bandas criminales están engalladas por la actitud omisa y la lenidad del régimen, cuya pacato y nocivo lema de «abrazos, no balazos» suprime el imperio de la ley y la fuerza legítima del Estado, y permite a los cárteles de la droga campar por sus fueros y suplir a la autoridad legítima en muchos territorios de la República, cuyos habitantes ya no piden protección a la fuerza pública, sino al crimen organizado. Es una pena que Taxco, joya de México y del mundo, esté ahora aterrorizado por los malos, y desprotegidos por los que a causa de la falta de aplicación de la ley pueden ser calificados de peores. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado. FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
«. Se reabrió la Plaza México.».
Lo celebro, de verdad;
eso me llena de gozo.
No sólo se reabrió el coso:
se reabrió la libertad.