María José Zorrilla.-
No puedo negar que para muchos mexicanos había cierta expectación sobre cómo sería la coronación de Carlos III. No me levanté en la madrugada, pero sí confieso haber visto con mi madre la repetición horas más tarde. Una ceremonia sin precedente alguno en ninguna parte del mundo, fascinante desde muchos puntos de vista, anacrónica desde otros, simbólica, tradicional y emblemática, pero también representativa de una era que poco a poco tenderá a esfumarse con el paso del tiempo. Esos dejos medioevales que se siguen conservando en el cristianismo y en las casas reales es algo que en países democráticos parecieran escenas fuera de contexto, pero en Reino Unido sirven para preservar tradiciones y valores sin perturbar su democracia. De cierto es que los espectáculos de las coronas europeas siguen manteniendo el interés de mucha gente, no en vano las revistas, periódicos, canales, plataformas, youtubers y todo tipo de medios electrónicos orientados a chismes de la nobleza, celebridades y deportistas siguen conservando un lugar de privilegio en la preferencia de las personas. Cada vez es más frecuente observar que el espectáculo lleva la delantera en la vida de hoy día, sea por un simple tik tok, una nota, o una transmisión deportiva. Nos interesa más saber el resultado de un equipo de futbol de nuestra preferencia, o qué vestido uso la reina Letizia que saber quiénes inventaron el internet que a diferencia de lo que muchos puedan pensar no fue en Estados Unidos sino un británico: Sir Tim Bernes-Lee, quien en 1989 presentó una propuesta de interconexión de computadoras a la Organización Europea para la investigación Nuclear. Curiosamente el mismo país donde nace la computación y donde se origina la primera transformación económica, social y tecnológica del siglo XVIII con la Revolución Industrial, es el mismo país donde a la par que se celebran este tipo de fastuosas pompas para coronar a su nuevo rey a la usanza de hace más de mil años, tiene como capital uno de los centros financieros, económicos y culturales más importantes del mundo. Con esa mismas ambigüedades entre lo de ayer, lo de hoy y lo de mañana, el pueblo británico del ala más conservadora de la zonas rurales votó por salirse de la Unión Europea como una forma de anclarse a sus propias fuerzas y sus propios recursos, pero el ala más conservadora de la realeza seguramente no vio con muy buenos ojos esa insólita votación, porque una cosa es conservar las tradiciones y valores monárquicas desde tiempos de Juan sin tierra, y otra perder los valores de un intercambio comercial y económico más libre y más competitivo. Interesante saber que hoy día en un mundo donde hay más de 194 países, 44 de esos estados siguen conservando monarquías. Las hay absolutas como Arabia Saudita y Brunei y otras constitucionales como el caso de Gran Bretaña, Holanda, Suecia, Dinamarca, Noruega, España y Bélgica y otras híbridas donde los soberanos ejercen la mayor parte de los poderes como en Qatar, Bahrein y Emiratos Árabes. Y para mi sorpresa me encontré que en Liechenstein según una nota de la BBC del 2018, un referéndum dio al príncipe en 2003 el poder de vetar cualquier ley que el parlamento proponga, pero a su vez el poder legislativo puede vetar cualquier norma que el príncipe intente promulgar. El monarca puede elegir o despedir a cualquier miembro parlamentario, pero no es considerado un sistema absolutista porque el pueblo puede convocar un plebiscito para extinguir la monarquía. Además de las monarquías absolutistas o constitucionales, las hay hereditarias o por elección, como el caso de Malasia donde el rey es elegido por un periodo de cinco años por un consejo de gobernantes. Ante tal diversidad de formas de ejercer las monarquías incluida la inglesa con toda pompa y circunstancia como lo vimos ayer, es de mucha preocupación que en nuestro país, que sin ser monarquía ni heredada ni por elección, se le esté dando paso a la eliminación de los símbolos y tradiciones “fifís” como podrían ser Los Pinos, el nuevo aeropuerto, el fastuoso informe de gobierno de años anteriores o el súper lujoso avión presidencial, y a cambio de tan poco nos están eliminando esos poderes que aún los países con monarquías arraigadas y de poderes extremos tienen sus cercos para vetar el absolutismo del que cualquiera puede caer sujeto de no conservar las tradiciones de una constitucionalidad inviolable. Las especulaciones y expectativas de la coronación de Carlos III son cosa menor a comparación de las especulaciones y expectativas hoy día de muchos mexicanos respecto a nuestra próxima elección del 2024. Ojalá el borrón de los símbolos del priismo de ayer no sea un ave de muy mal agüero y el intercambio sea a costillas de nuestra pluralidad y nuestra democracia.