En el marco de “La noche de los libros”, evento organizado por la Comunidad de Madrid, se llevó a cabo la conferencia “Filosofía de la felicidad”, en la que participaron Carlos García Gual, Javier Gomá Lanzón y Fernando Savater. Lo allí dicho fue considerado tan pertinente que se apostó por consignarlo por escrito en el volumen “Muchas felicidades”. “Tres visiones de la idea de felicidad” (Ariel, 2025).
Entre los grandes filósofos griegos, nos dice Fernando Savater, destaca Epicuro como el pensador que se ocupó, a detalle, del tema de la felicidad. Para tan distinguido pensador estaba claro que lo importante en esta vida era pasársela bien. Vivir del mejor modo posible, ser lo más feliz que se pueda, los muchos o pocos años que nos toquen en suerte. Por su propensión al placer Epicuro fue calumniado en su época; aun cuando el suyo, tratándose de las satisfacciones primarias (comer, dormir, etc.), consistía en su satisfacción moderada. Y tratándose de las secundarias (aquellas que al no satisfacerlas no empeñan la vida) apostaba por una tan al alcance de la mano: el cultivo de la amistad; a contrapelo de lo que Savater observa en nuestros días y que resume en la sentencia “Nunca es suficiente” (nunca se tiene la suficiente plata, nunca se está lo suficientemente delgado, y así ad nauseaum). Somos, para que se entienda, unos profesionales de la insatisfacción. Tomemos por caso el dinero: “Alguien puede acumular una cantidad de dinero tan exorbitante que no se la va a poder gastar en toda su vida, por mucho que se aplique en el despilfarro. Y en lugar de quedarse satisfecho y descansar, le ves urdiendo nuevas jugarretas para aumentar el patrimonio”, comenta Savater.
Simplificando las cosas, al “Nunca es suficiente” del frenesí contemporáneo, el sabio Epicuro opondría “Con esto es suficiente”. La felicidad llegaría por la ausencia de apuros. Después de todo, llevar una vida sosegada, libre de perturbaciones es francamente posible, sólo nos demanda moderación y templanza. Conducirnos de ese modo, nos ahorraría los agobios y la amargura que suponen los deseos insatisfechos de quienes nunca paran de desear. Por su parte, Savater intuye que la felicidad es personalísima, no hay un manual ni recetario que nos den pista de cómo conseguirla; considera más sensato perseguir la alegría, a sabiendas de que esta también es pasajera. Finalmente, nos urge a dimensionar y no sobredimensionar. Somos buenos histriones y nos damos a la queja al primer vientecillo en contra. Nunca olvidemos que por mal que estemos… podríamos estar peor. Pongamos atención a la siguiente anécdota contada por don Fernando: “Alexander Herzen, el gran escritor ruso, tuvo una vida complicada, de idas y venidas involuntarias, porque cada poco tiempo los hombres del zar le exiliaban un ratito en Siberia por sus ideas liberales, por su activismo, por difundir rumores… o ideas. Por lo que se les ocurriera a los inquisidores. Un día Herzen, pobre como una rata, iba dentro de un trenecito, adentrándose en la nieve, con un tiempo horroroso, entre aullidos de lobos, en dirección al destierro. Vamos, que el hombre no estaba muy contento. A su lado iba una viejecita y Herzen, para entablar conversación o desahogarse un poco, le dice: Que tiempo más horrible. Y la viejecita le responde: Bueno, peor sería que no hubiese ninguno”.
Seguiremos hablando de este librito, si les parece.