Apenas el jueves pasado revisaba a detalle una publicación del diario español El País en su edición para México, que elaboró un concienzudo análisis predictivo de los comicios que se llevarán a cabo el próximo 2 de junio. A casi nada de salir a las urnas a ejercer nuestro voto, 22 días para ser exactos, este medio otorga, tras el uso de una metodología que se analiza y comparte en el mismo artículo y que, lo diré con sinceridad, tuve que leer y releer, incluso apoyado por la orientación de un buen amigo que imparte clases de matemáticas, es altamente probable que quien gane los comicios sea una mujer. Sobra decir que la ventaja en la predicción es muy alta para la candidata Claudia Sheinbaum Pardo, quien podría, por tanto, convertirse en la primera presidenta de México. Yo, personalmente, veo con entusiasmo y una profunda esperanza el hecho sin precedentes de esta posibilidad, más allá de partidismos y la polarización que privan en muchos ambientes, me quedo con lo notable de ello.
La memoria me lleva por distintos rincones del mundo en mis recuerdos de mujeres que han ocupado la posición de jefas de estado, presidentas o mandatarias de sus países, vienen a mi mente nombres como los de Indira Gandhi, Golda Meir, Margaret Thatcher o Violeta Chamorro y que suman un considerable número, pero que aún siguen siendo insuficientes si lo miramos con el lente de la paridad. Los avances en este tema despuntan por distintos lugares de nuestra geografía y del entorno global a pesar de lo que advierte el informe Liderazgo y Participación Política de las Mujeres, elaborado por la ONU y publicado en enero de 2024 y que indica que “al ritmo actual, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión no se logrará por otros 130 años»
En la América del Norte o América Septentrional, subcontinente que para algunos países anglosajones y germánicos es considerado un continente aparte, conformado por Canadá, Estados Unidos de América, México, Centroamérica y el Caribe, y en la que tienen cierta predominancia geopolítica los primeros tres, solo una mujer ha alcanzado este lugar. Se trata de Kim Campbell, abogada y política canadiense que ejerció como primera ministra de Canadá en 1993 y ostentó el cargo por menos de cinco meses, convirtiéndose en la primera y única mujer primera ministra de este país.
Sin embargo, el Cono Sur de nuestro continente lleva la ventaja, ya que, al menos, Argentina (con Isabel Martínez en los 70 y Cristina Kirchner de 2007 a 2015), Chile (con Michelle Bachelet en dos periodos no consecutivos de 2006 a 2010 y de 2014 a 2018) y Brasil (con Dilma Rouseff, de 2011 hasta su destitución en 2016) han tenido presidentas y Uruguay, en la actualidad, cuenta con una vicepresidenta.
El proyecto de nación forjado por Michelle Bachelet, médica y política chilena, durante sus mandatos, focalizado en la paridad y la igualdad de género, a su vez que en la focalización social, específicamente en la ampliación de la Red de Protección Social, sobre todo para las familias más pobres, me recuerda al de Sheinbaum. Muchos dirán que el suyo, como propuesta, parte del trabajo bien encaminado ya por nuestro actual presidente, pero olvidamos que no solo lo que algunos califican de oficialismo caracteriza a Claudia; hay detrás de ella un perfil de ciencia y vida académica que le otorga una ventaja si se repasan sus publicaciones en temas como eficiencia energética o emisiones de CO2, que conoce bien y que se vuelve necesario aplicar a políticas medioambientalistas desde las que puede aportar conocimiento y experiencia. Pero es precisamente su defensa de los más desfavorecidos y su empeño en orientar hacia esos grupos sus propuestas de políticas sociales que atiendan la pobreza desde una perspectiva sistémica lo que alienta mi confianza.
Yo tengo las expectativas más altas, sabedor de que la nación que deseamos tener se construye desde la participación de todes. Acerquémonos a las propuestas, fijemos en ello nuestra atención dejando, por un momento, de lado, toda descalificación que parta de juicios de valor sostenidos en la personalidad y el agravio. Las instituciones democráticas que nos abren las puertas a la participación disponen de herramientas que allanan ese camino y que fortalecen una visión ciudadana informada. Es tiempo de las mujeres y lo celebro con usted, estimadx lector que me regala parte de su tiempo para mantener abierto este DIÁLOGO DE IDEAS.
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