febrero 22, 2025
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Desiderio García

Murakami y el jazz

febrero 7, 2025 | 92 vistas

“El jazz me enseñó la importancia del ritmo en la escritura”: Haruki Murakami.

La obra de Haruki Murakami es un entramado de espejos donde lo cotidiano se entrelaza con lo surrealista, y sus personajes transitan entre el silencio y el desorden. Sin embargo, existe un hilo conductor, casi imperceptible, que atraviesa cada una de sus páginas: el jazz.

No es coincidencia que este género musical, nacido de la rebeldía y la improvisación, sea el corazón de sus relatos. Más que una simple influencia estética, el jazz en Murakami representa una declaración de principios: un recordatorio de que la vida, al igual que una composición musical, se forja en la improvisación, en la capacidad de soltar el control y dejarse llevar por el ritmo.

En un mundo literario dominado por estructuras rígidas y tramas predecibles, Murakami desafía las convenciones con la misma audacia con la que Charlie Parker revolucionó el bebop. Sus novelas no siguen un guión, sino que se dejan llevar por el flujo de las emociones, como si las palabras fueran notas que chocan y se entrelazan en una sesión de improvisación.

Los personajes de Murakami suelen ser seres solitarios, perdidos en habitaciones con discos de jazz o vagando por calles nocturnas. Pero su soledad nunca es vacía: está llena de música. El jazz aquí no es un mero acompañamiento, sino un refugio. En sus novelas, la ciudad de Tokio se convierte en un club de jazz donde los personajes, como músicos en un escenario, improvisan sus interacciones bajo la neblina de la madrugada. La soledad, nos dice Murakami, no es silencio: es un diálogo íntimo con las notas que otros dejaron suspendidas en el aire.

Este enfoque revela una paradoja fascinante: el jazz, un género colectivo por excelencia, se transforma en la narrativa de Murakami en un lenguaje de introspección. Sus personajes escuchan a John Coltrane no para conectarse con el mundo, sino para encontrarse a sí mismos. Y en ese acto, el autor japonés nos recuerda que la música, al igual que la literatura, es un espejo que refleja lo que llevamos dentro.

La prosa de Murakami fluye con una cadencia que evita lo pretencioso, priorizando el ritmo sobre la ornamentación. En Norwegian Wood (Tokio Blues), la repetición obsesiva de la canción de The Beatles que da título al libro no es un recurso casual: es un riff literario, una variación sobre un tema que explora el duelo y la memoria. Así como un músico de jazz reinterpreta un estándar, Murakami reinventa las emociones humanas con cada página.

Pero hay aquí una lección más profunda, casi existencial. En una sociedad obsesionada con el control, Murakami nos invita a soltar las riendas. Sus historias, como un solo de saxofón, se desvían, dudan, retroceden y luego estallan en un clímax inesperado. Nos enseñan que la belleza no está en llegar a un destino, sino en el viaje mismo.

El éxito de sus libros está en la universalidad del lenguaje que construye. El jazz, como su literatura, trasciende fronteras. En un mundo fragmentado, donde las diferencias culturales a menudo nos dividen, Murakami usa el jazz como puente. Sus referencias a Bill Evans o Thelonious Monk no son esnobismos, sino guiños a una conexión humana que va más allá de las palabras.

Al final, lo que Murakami propone es una filosofía de vida. Así como el jazzista se entrega al momento, confiando en que las notas correctas llegarán, nosotros podemos enfrentar la incertidumbre con curiosidad, no con miedo. Sus novelas, con sus finales abiertos y sus personajes incompletos, son un antídoto contra la obsesión por las respuestas definitivas.

En un mundo que glorifica lo racional, Murakami con su escritura nos recuerda que hay verdad en el caos, sabiduría en la improvisación y belleza en lo inacabado. Por eso, cada vez que abrimos uno de sus libros, no estamos leyendo: estamos escuchando. Y en ese acto, nos convertimos, aunque sea por un momento, en parte de la banda.

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