Entramos de lleno al Punto por Punto versión fin de semana. Es el Punto por Punto de los relatos personales o historias y urbanas.
Esta historia ya la había contado hace varios meses, pero me pidieron que la repitiera. Aquella vez tuvo buena interacción en redes, pero algunos amables lectores me escribieron para que la volviera a publicar.
Pues aquí está:
En una ocasión, cuando salí a correr por los rumbos del Paseo Méndez de Ciudad Victoria, vi a una señora de unos 45 años que volteaba a ver mucho a un señor, más o menos de esa misma edad.
Lo veía con coqueteo.
Yo dije: “estos dos se gustaron”.
Al otro día, a esa misma hora y a esa misma ruta los volví a ver.
Se echaban miradas todavía más coquetas. Se notaba que ambos se gustaban.
Fueron dos días seguidos así.
Me entró la curiosidad, y a pesar de que en la trotada diaria me gusta cambiar de ruta todos los días, en esa ocasión preferí seguir la misma para ver qué pasaba con aquellos dos.
Me entró la curiosidad.
Quizás esa respiración diferente que se da en el periodismo me abrió más el apetito por saber qué pasaba.
Al día siguiente solo la vi a ella. Pero como que buscaba a alguien. Quizás era aquel hombre que ese día no lo vi por la zona.
Dos días después pasó lo mismo, pero al revés, es decir, solo lo vi a él, pero ella no llegó.
Igual, él volteaba para distintos rumbos buscando algo o a alguien.
Me dije que sí, que se gustaban y ante la inasistencia de ambos, cada uno se desesperó.
Pasaron otros días y nada. No vi a ninguno.
Una semana y media más tarde los volví a ver. Ella hacía unos ejercicios de estiramiento en una banca. Él estaba en una enfrente viéndola, incluso en una forma medio descarada.
Pensé: “No, mi hermano, así no es. Deberías ser, o más discreto o bien, menos ‘observador’”.
Cuando regresaba, las cosas estaban de diferente forma. Ahora él hacía unos ejercicios y ella lo observaba desde otra banca.
Me equivoqué en el pensamiento anterior. Quizás pequé de ingenuo.
Dos días yo no pude ir a correr. Pero al tercero ya los vi platicando y hasta me dije que por fin se habían animado. Iban caminando dándole la vuelta al circuito del parque.
Un día más: Ya los vi, incluso riendo.
Después no fue ninguno de los dos y pensé sobre lo qué habría pasado.
Como no los conocía ni sabía sus nombres les puse “Nabor” y “Bartola”.
Bartola era delgada, de mediana altura. “Petacona”. El cabello lo tenía teñido de rubio.
Él, era un tipo alto, de complexión media, barbón y se cargaba una panza “chelera”.
Pasaron varios días en los que me fui a correr a otro lado.
Pero después regresé para ver si estaban otra vez y saber qué había pasado.
De ida no los vi, pero de regreso me percaté que él le ayudaba a subir una bicicleta a ella a su carro.
Cuando la amarró en la estructura se sonrieron muy coquetamente.
Yo seguí mi camino y no supe qué pasó.
Por esos días había ido a una oficina de Palacio de Gobierno a hacer una entrevista, y ¡sopas! Voy viendo que ahí trabajaba Bartola.
¿Qué pasó con Nabor?
Al día siguiente volví a la ruta y nuevamente los vi.
Se estaban subiendo al carro de Nabor.
Dije, “este arroz ya se coció”.
Hice una vuelta más por el rumbo para ver por dónde se iban. Tomaron la Avenida 17 y dieron vuelta en Doblado. Ya no supe más.
Una semana después al estar revisando la edición de El Diario para el día siguiente, supervisaba la sección “Gente” (sociales) y dar el visto bueno para su impresión, pues me enteré que Bartola y Nabor eran esposos porque llevábamos una nota de la celebración de sus 25 años de casados.
Desde luego que ni ella se llamaba Bartola ni él Nabor.
Y así las historias que ve uno diariamente, no solo en vivir periodístico, sino en la rutina.
El ser “chismoso” es parte de la esencia del periodista.
EN CINCO PALABRAS.- Nunca falta el que sobra.
PUNTO FINAL.- “Cuando te sueño no tengo inhibiciones”: Cirilo Stofenmacher.
X: @Mauri_Zapata