Alicia Caballero Galindo
Macaria y su mamá, doña Verónica, llegaron un día a nuestra casa solicitando trabajo. La señora mayor lavaba y planchaba ropa a domicilio y su hija, que presentaba cierto retraso mental, deseaba también trabajar como afanadora, ésta última tenía un hijo de seis años, producto de un engaño. De inmediato se entendieron con mi madre y se incorporaron al trabajo doméstico.
Doña Verónica, era una mujer de pocas palabras, y de “mecha corta” como dijera mi padre, es decir de mal genio y poca tolerancia a los cambios. Tenía su rutina para realizar su trabajo y se negaba a hacer cualquier cosa que se saliera de su contexto. Su hija, era más flexible y se adaptaba con facilidad a lo que se le pedía, pero también, ¡tenía su genio!
El niño, era inteligente y curioso, le gustaba leer y obtenía buenas calificaciones en la escuela. Por fortuna, vivían cerca de nuestra casa y se les facilitaba el ir y venir para la realización de su trabajo.
Nos acoplamos perfectamente a sus servicios y ellas, a nuestra forma de vida. Los sábados, el niño se venía con su mamá y “devoraba” cuanto libro de cuentos caía a sus manos. Mis padres, decidieron ayudarlo en sus estudios porque obtenía excelentes calificaciones. Durante muchos años, la rutina de trabajo permaneció sin cambio, hasta que un día, los sacaron del humilde hogar donde vivían y, en ese entonces, se les ofreció una casita que se encontraba en una propiedad que habíamos adquirido, mi esposo y yo también cerca de nuestra casa. Ellas, aceptaron gustosas el cambio, porque, además, no se les cobraría renta y se procedió a instalarlas en su nuevo hogar. Una vez hecho el cambio, visitamos su casa y nos dimos cuenta que les hacían falta muebles mi esposo y mi padre, decidieron regalarles una mesa sencilla para cuatro personas, con sus sillas un trastero de lámina nuevo y un refrigerador chico adecuado a sus necesidades.
El niño y su mamá, se llenaron de gozo al recibir los muebles, podrían tener agua fría, y podrían hacer hielos en el congelador, ¡una maravilla en climas calurosos como los de esta región tamaulipeca!
En los primeros días les obsequiamos una pequeña despensa, sin embargo, observamos poco entusiasmo en doña Verónica.
En los días subsiguientes, la actitud de nuestras ayudantes, decayó notablemente y el pequeño Andrés, se veía triste, hasta que un buen día, decidí preguntarle a doña Verónica la razón de su molestia; en un principio, recibió con hermetismo la pregunta, eludiendo una respuesta directa, se mostraba molesta e incómoda por mi cuestionamiento. En ese momento, se acercó el niño y, fiel a su naturaleza transparente, al escuchar mi pregunta, intervino, aunque su abuela, casi lo quería golpear por hablar sin que fuera requerido.
—Mi abuela está enojada, porque dice que nosotros no somos ricos, de nada sirve el “refri” si lo tenemos vacío porque no tenemos dinero para llenarlo de cosas como en las casas ricas. Dice que el “refri” de esta casa hay hartas cosas y en de nosotros, está sólo con agua.
Me quedé perpleja, por la respuesta, doña Lupita agregó:
—Además, para qué sirve ese trastero tan grande que sólo estorba, para los tres platos y tres pocillos que tenemos, en la caja donde los teníamos caben, además, si tenemos refrigerador, la cuenta que pagaremos de luz, será muy alta, y nosotros somos pobres, apenas nos alcanza para comer y el refrigerador es un lujo que no podemos pagar. Sólo nos regalaron un problema. Los pobres, no podemos darnos esos lujos.
Por unos momentos, me quedé sin habla; la idea de regalarles esos muebles, era darles comodidades y ver el refrigerador como una posibilidad de mejorar su economía. Abrir el horizonte de posibilidades que les permita ganar dinero extra e independizarse de algún modo. Pero el escaso horizonte, en su baja autoestima, por desgracia, causó un efecto negativo.
Por desgracia la mentalidad derrotista, producto del subdesarrollo, hunde a las mayorías en una situación de ver el vaso medio vacío y no medio lleno.
El resultado final, fue que nosotros les pagábamos la luz y los impulsamos a que utilizaran sus recursos para vivir mejor, en lugar de pensar en sus limitaciones. Con el tiempo, el pequeño, logró salir del medio mediante el estudio. Así como nosotros, hubo otras familias que lo apoyaron y terminó una carrera. La madre del chico, murió de un problema renal, le sobrevivió la abuela que murió sin superar el subdesarrollo mental, siempre a la sombra de su nieto.
La lección vital que queda, es, aprender que desde cualquier punto donde se encuentre un individuo, será capaz de crecer, progresar y aprender, cuando cree en sí mismo y no pone límites a su poder físico, intelectual y mental. El ser humano es poderoso y creativo cuando aprende a vencer los límites impuestos por una sociedad mediocre y llena de prejuicios.
Los límites al crecimiento humano, dependen de las ambicione y autoestima alta. Quiero, puedo, es fácil, lo estoy logrando…
Todo ser humano posee la capacidad de soñar, luchar por lo que quiere con fe, tener constancia y…alcanzar metas, por medio de su esfuerzo e intelecto.