Catón.-
Un chico le dijo a otro: «Espero con ansia el examen de Educación Sexual. La maestra dice que será oral». No sé si las escuelas donde cursé la primaria y la secundaria eran conservadoras o neoliberales. Sí sé que en ellas aprendí a amar a México, al estado en el cual nací y a la ciudad en que vi la luz primera, lo mismo que a mi familia, a la naturaleza y sus criaturas, al mundo todo con sus maravillas. También aprendí -más o menos, mea culpa- aritmética, álgebra y geometría, a leer bien y a escribir con pocas faltas de ortografía. Igualmente mis maestros me imbuyeron -sin darme cuenta yo, y quizá sin darse cuenta ellos- valores y actitudes que me han servido para ganar la vida sin perderme yo: la disciplina, el trabajo, el respeto a mí mismo y a mi prójimo, la búsqueda de la belleza, la justicia, la verdad y el bien. No oí mentiras o consignas tendenciosas en el aula, ni mis profesores buscaron hacer de mí un instrumento para promover sus ideas o doctrinas. Desde luego no pudieron trasmitirme un concepto racional y exacto del universo, según pedía el artículo tercero de la Constitución -ni Einstein ni Hawking alcanzaron esa imposible exactitud: el universo es ¡ay! muy inexacto-, pero aquellos lejanos profesores tan cercanos pusieron en mí intereses y entusiasmos que me movieron a procurar contribuir en algo al bien de mi comunidad. Al paso del tiempo yo también enseñé en aulas. Lo hice durante 40 años, hasta que sin darme cuenta pasé de la edad de la pasión a la edad de la pensión. Vi siempre a mis alumnos como personas, cada uno un individuo, un ser único e irrepetible, no una célula o parte fungible o intercambiable de una masa que un líder pude conducir o moldear a su antojo. No se educa a rebaños: se educa a los hombres y mujeres del mañana, cada uno con su propia vocación, sus propios sueños, su propia idea de la felicidad. Colectivizar a las personas es anular su individualidad, lo cual equivale a anular a la persona misma. De ahí nacen los estados autoritarios, las dictaduras, los fascismos. Hay ahora en México quienes quieren educar a los niños y jóvenes de este siglo 21 con doctrinas y ejemplos de los años sesenta del anterior siglo. El poder que tienen y la inconsciencia de quienes los apoyan favorecen ese intento que pretende llevar a la niñez y juventud a un pasado ya sobrepasado. Defendamos la razón por encima del dogma, la libertad por encima de las imposiciones, el individuo por encima de Estado. Defendamos a México. La atractiva dama andaba por la cincuentena; el amigo a quien invitó a su casa era ya septuagenario, o más. Bebieron un par de copas en la sala y bailaron «Fascinación», «Cerezo rosa» y «Abril en Portugal» a los acordes de la orquesta de Ray Coniff. Después ella le propuso: «Subamos al segundo piso y hagamos el amor». Respondió con voz feble el añoso caballero: «Escoge una de las dos cosas, linda. No puedo hacer las dos». Los papás de Pepito lo llevaron a cenar en casa de su abuelita. Tan pronto se sentó a la mesa el chiquillo empezó a dar buena cuenta del plato que tenía delante. «Pepito -lo reprendió su padre-: en la casa, antes de comer, siempre rezamos». «Es cierto -admitió él-, pero la abuela sí sabe cocinar». FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
«. ‘Que la gente decida’, declara AMLO sobre los libros de texto.».
La declaración que cito
ya varias veces la oí.
Puede traducirse así:
«Que decida mi dedito».