Dhena Mansur Sánchez
Que gusto saludarlos en esta columna de los martes pidiéndoles como en todas que perdamos ese lado amable.
Arranco platicándoles de algo que nunca olvidaré y me refiero a mi primera vez en la Ciudad de México, ese característico olor del abundante smog y siendo tan pequeña le pregunté a mi padre lo menos esperado, seguro el esperaba que le preguntara por el Museo de Cera, por el Castillo de Chapultepec, por el Zócalo, o por la Basílica, pero estas fueron mis preguntas:
¿Dónde murieron los estudiantes, papá? ¿Me llevas a esa plaza? ¿Por qué dejaron que algo así pasara? ¿Quién los mató? Esa era mi inquietud mi incertidumbre y la quería esclarecer a como diera lugar, pero conociendo también el mismo lugar en donde ocurrió todo. Con esto, ya se dieron cuenta que no fui una niña normal y lo mismo pensó mi progenitor desde aquel entonces.
Mi padre dio un giro de 180 grados cambiando el rumbo del programa de nuestras vacaciones para acercarnos a ese lugar que su hija quería conocer llamado La Plaza de las Tres Culturas y casi una hora después se veía a lo lejos un alto edificio con muchísimas ventanitas y dicho y hecho, como por arte de magia con todo y las distancias que ya ustedes conocen, estábamos en aquel lugar, aquel en donde solo predominaba el color rojo dada la gran cantidad de sangre derramada por estudiantes inocentes.
En ese entonces mi mente según mi edad no lograba comprender esos espantosos acontecimientos, pero al correr de los años y al contar con las herramientas como libros, películas, documentales, pude conocer más de ese terrible día escrito en la historia de nuestro país.
Actualmente sobrevivientes aseguran que la noche del dos de octubre los cadáveres eran introducidos en camiones por los soldados para que los bomberos pudieran hacer su trabajo, ante la instrucción de dejar la plaza sin ningún rastro de sangre. A más de 50 años de esa trágica noche no existe resolución ni esclarecimiento, de hecho, jamás se dio a conocer un número exacto de los estudiantes asesinados.
Lo que sí fue una evidente amenaza fueron las palabras del informe del presidente Gustavo Díaz Ordaz solo un mes antes de la matanza “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene su límite”. La sede de los juegos ya había sido designada desde 1963, el único camino era demostrar que podían como país realizar el magno evento contrario a lo que muchos pensaban.
Los encabezados querían influir en el lector afirmando que las protestas buscaban frustrar la justa olímpica, pero fue solo una estrategia mediática orquestada por el mismo gobierno, aun así después del terrible suceso, el 12 de octubre iniciaron los Juegos Olímpicos con el más indiferente proceder, con confusión y frialdad con globos y hasta palomas blancas mostrando una paz inexistente como si nada hubiera pasado y la prueba más contundente de que fue uno de los peores capítulos en la historia de nuestro país es que hasta la fecha NO SE NOS OLVIDA.
X: @dhenamansur