Libertad García Cabriales.
Para la familia Corcuera Montemayor con mi cariño invariable.
Desde que nacemos, los seres humanos establecemos vínculos; el primero y más profundo es con la madre, lo dice bien Todorov: es la mirada de mamá lo que nos hace humanos. El padre, los hermanos, la familia son nuestra primera red de relaciones, es en el hogar donde podemos aprender el arte de la convivencia. En lo personal, amar a mi familia me ha sido fácil, algo natural, espontáneo, con todo y los contrapuntos habidos en todo núcleo familiar. Será por lo que algunos nombran el llamado de la sangre, la fuerza del instinto. Y también por supuesto, la diaria coexistencia, el cultivo constante del amor. No en vano Santayana definió a la familia como la obra maestra de la naturaleza.
Pero hay otros vínculos que más allá de la sangre y la carne, surgen de un encuentro, se construyen con gestos y acciones, se consolidan con el tiempo y pueden permanecer toda una vida. Relaciones no gestadas en la biología, pero que a través del trato llegan a ser profundamente fraternas, significativas y trascendentes. Entre ellas la amistad, que no es ciega como el amor, dice el poeta; pero si resistente, rotunda, definitiva. Y esas amistades no son muchas, aunque alguna gente se precie de tener bastantes, la ciencia ha demostrado: son muy pocas las amistades verdaderas.
De eso quiero hablar hoy, de un encuentro que derivó en otros y me permitió conocer personas maravillosas, de gran valor en mi vida. Primero Lolalú Corcuera, enlazadas por nuestra pasión jardinera y con quien cultivé una relación tan sólida que ha permanecido décadas después de su dolorosa desaparición física. Por ella conocí a su familia, a sus hermanas (te quiero mucho Gabriela), a sus amigas más cercanas, ahora mis grandes amigas; y especialmente a su luminosa madre, con quien tuve una relación entrañable, basada en el respeto, el cariño sincero y la concordia. Un vínculo altamente significativo en mi vida.
Estas letras honran a corazón abierto a Doña Bica, la mujer que cuando recién llegamos a ésta Victoria, abrió las puertas de su casa, sus brazos y su corazón, a mi pequeña familia. Desde ese tiempo, hasta el pasado sábado 22 de julio que partió al jardín celestial, me tocó conocer de cerca su personalidad: fuerte, decidida, efectiva, pero también suave, sensible, generosa. Amante de su ciudad, Brígida Montemayor creció en una Victoria pequeña, llena de árboles y agua corriendo en las acequias. En mi memoria las amenas conversaciones sostenidas con ella, respecto a la historia de nuestra capital, sus compañeros de escuela, las amigas de una vida y los bastantes gobernadores que trató.
Una mujer que supo querer y fue muy querida en nuestra comunidad por gente de todos los estratos sociales. Un personaje de raigambre local y ante todo una mujer de fe. Pero sabía, como dice el apóstol, que la fe sin obras está muerta, por lo cual dedicó gran parte de su vida a emprender acciones y obras para cumplir el mandato de amor al prójimo. Nadie me lo contó; la vi apoyar al hambriento, al desvalido, al estudiante sin recursos, y también acompañar, cuidar, alentar con afecto solidario a los enfermos y los dolientes. Patrona de obras educativas, alimentarias, culturales y religiosas, Bica daba sin aspavientos y aun teniendo una posición económica sólida, nunca vi en ella prepotencia, despilfarro, ni soberbia. En eso radica para mí su mayor valor, su bella esencia; en practicar sus convicciones y dar ejemplo de amor, modestia y fortaleza a propios y extraños. Porque aun en sus más grandes dolores y pérdidas, se mantuvo de pie, digna, con la frente en alto.
Muchas personas en nuestra comunidad pueden dar testimonio de su ser y hacer. De su entusiasmo por dar y compartir. Los antiguos griegos hablaban del entusiasmo como tener una divinidad dentro. Creo firmemente que en Bica habitó Dios y se manifestó en esa forma de darse y prodigar amor. No cualquiera. Yo agradezco en el alma haber coincidido con ella en esta vida. Nunca olvidaré su abrazo y sus palabras en mis días felices y en los más grises; su presencia solidaria cuando murió mi padre y nos acompañó a mi Mante en las ceremonias funerarias. Y su decisión de tutearnos, con todo el respeto que me merecía.
Madre y abuela amorosa, cumplió con creces la misión primigenia: formar una gran familia, ramas fuertes de macizos troncos. Ahora, Bica ha emprendido el viaje a lo eterno y nos duele profundamente su partida, pero deja un legado espiritual imborrable. Esencia viva de su ejemplo. La hermosa y emotiva ceremonia religiosa para despedirla fue una muestra de los lazos y las obras construidas. Mientras escribo, recuerdo su rostro feliz cuando su amado nieto le dedicaba la poética canción: donde esté hoy y siempre yo te quiero conmigo… si me voy donde vaya yo te llevo conmigo. Con ese rostro quiero recordar a Bica en mi corazón: feliz, sonriendo, plena como fue y se fue de este plano, en paz, con la certeza de volver a la casa de Dios.
Lloverás en el tiempo de lluvia, harás calor en el verano, florecerás cuando todo florezca, repito al gran Sabines en el poema a su madre fallecida. Nadie se va mientras su semilla siga dando frutos. Doña Bica florecerá infinitamente.
No te decimos adiós querida Bica Montemayor. Las estrellas nos volverán a reunir.