diciembre 4, 2024
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María José Zorrilla

Pensar y sentir

junio 18, 2023 | 366 vistas

María José Zorrilla.-

Ayer fue Dia del Padre. Innumerables mensajes aparecieron en el Facebook de hijos agradecidos, padres bendecidos, recuerdos suspendidos y emociones contenidas en una fecha que nos obliga a repensar la infancia y los momentos que compartimos con nuestros padres. Muchos hemos tenido la suerte de tener un padre que nos ofreció lo mejor y pudimos forjar un buen destino, guardamos instantes memorables, momentos increíbles, recuerdos nostálgicos sobre esos años fundacionales que devendrían en lo que somos hoy día. No todos pueden hablar del mismo modo ni entonar la misma sinfonía incluso dentro de una misma familia. Hay padres que tienen más apego o identificación con unos hijos que con otros, hay muchos factores que influyen en la formación de un niño, pero son tantos los elementos que intervienen en ese proceso de socialización y crecimiento, que lo que para unos fue blanco para otros pudo ser medio gris o incluso negro. Cuántos casos no conocemos de hijos que hicieron o siguieron el camino que sus padres les trazaron y vivieron con la frustración de ni siquiera haber intentado hacer lo que ellos deseaban. Cuántos prefieren no recordar esos días aciagos de golpes y violencia o de maltrato y vicios. Ser padre no es una misión fácil. Me viene a la memoria un libro que mucho me impactó en mis años estudiantiles. Amor y pedagogía de Miguel de Unamuno un autor que fue trascendente en mis años universitarios y al que prodigo una gran admiración aún hoy día. Esa obra me impresionó. El mismo Unamuno al terminarla comentó En España no falta quienes escriban bien, lo que falta es quienes piensen o sientan. La trama de la novela trata sobre un hombre obsesionado por hacer un hijo genio. Un hombre que anteponía la razón ante todo casado con una mujer totalmente distinta. En geografía diríamos que la antípoda de don Avito Carrascal era su esposa Marina. Avito sustituye la religión por la ciencia y Marina es una mujer cariñosa, muy apegada a la religión y totalmente ajena a la ciencia. Tienen un hijo al que Avito registra como Apolodoro por Apolo el más bello, aunque su madre prefería llamarlo Luisito, un nombre eminentemente cristiano. Avito encarga a un amigo filósofo la educación del joven que crece confundido y mediocre en medio de tanta ciencia, tanto conocimiento, pero con una vida carente de sentido y vacía. La trama se va enredando y haciendo la vida de ese joven un verdadero desastre hasta que el hijo programado a ser genio opta por suicidarse después de sufrir un desengaño de la mujer a la que amaba. Ante el pedante portento Clarita prefiere un hombre fogoso y vehemente. Es una obra que representa una fuerte crítica al pensamiento de finales del siglo XIX donde se vivía el positivismo y el auge por la ciencia. La razón antes que el sentimiento. A más de 120 años de distancia esa obra toma relevancia en estos momentos en que el mundo está más cerca de la tecnología que del sentimiento. Ante las exigencias del siglo 21 de tener y tener más, muchos padres no pueden dedicarles mucho tiempo a sus hijos. Otros están tan absortos en producir que creen cumplir con su deber al ofrecer una buena casa y enviarlos a una buena escuela. De ninguna manera eso puede sustituir el cariño y la convivencia. La tecnología ha sido pilar para brindarnos una mejor calidad de vida, pero también a lanzarnos a una estrepitosa carrera hacia la acumulación y somos presa fácil de anhelar y anhelar hasta lo más inútil y trabajar por conseguirlo sin pensar que a veces el tiempo que perdemos en compartir con la familia se va, no tiene regreso ni tampoco tiene precio. Estamos en la era donde parece haber más apego a un celular y a un videojuego que a la persona que tenemos enfrente. Lo efímero, la satisfacción inmediata, la conexión con lo que hace el otro, nos importa más que la conexión con lo próximo, con lo familiar. Durante la pandemia parecimos tener algunos momentos de reflexión. Ante una crisis generalizada de comunicación vivencial, se extrañó mucho el convivir con lo de afuera, pero nuestra codependencia con la intercomunicación se hizo mayor, incluso hubo un alto índice de suicidios y divorcios porque al enfrentarse a una cruda realidad exenta del oropel y enfrentarse a su propia realidad, devino el vacío y acabaron como al pobre de Apolodoro. No cabe dude, en este mundo al igual que a finales del siglo 19 y principios del 21 el ser humano necesita entender la importancia de los equilibrios entre el ser y el tener. Entre el deber y el querer. Entre materia y espíritu. Muchos pueden ser buenos proveedores, pero ante esta fecha, como dijera Unamuno sobre los escritores, cabría la pregunta de cuántos son los padres que realmente enseñan a sus hijos a pensar y a sentir.

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